Por más urbe que pretenda ser la capital de la República Dominicana, al menos en apariencias, sigue siendo una ciudad hostil para sus habitantes y visitantes. No tiene un sistema de alcantarillado pluvial, ni sanitario, por eso con cualquier aguacero las calles se inundan y hasta en las torres más caras el sistema sanitario es una letrina, ya que la deposición va al subsuelo. ¡Hasta los europeos en el siglo XVI tuvieron la previsión de un alcantarillado pluvial en la zona colonial!

El cableado eléctrico y de telefonía está “guindando” de palo en palo, impidiendo la arborización de la ciudad o provocando la mutilación horrible de los árboles bajo esos cables. Hace años se debió iniciar el cableado subterráneo, pero al igual que los alcantarillados, para los políticos baratos nuestros lo que se hace bajo el suelo no aporta votos.

Los peatones no existen en el diseño de nuestra ciudad. No hay aceras que inviten a caminar y no existe forma de cruzar una calle con seguridad, ya que tenemos la “genialidad” de que los vehículos pueden doblar a la derecha con el semáforo en rojo. Los motores, las voladoras y los conchos están exonerados de cumplir con las reglas de tránsito.

Los policías de tránsito son responsables de la mayor parte de los entaponamientos porque se ponen a dirigir el tránsito bajo semáforos funcionando bien. ¡Semejante salvajada sólo se ve aquí! Faltan semáforos en muchos puntos claves y sobran policías debajo de los que funcionan correctamente.

La agresividad en gran parte de los conductores de los vehículos y las animalidades de los motoristas, genera tal nivel de stress entre los que intentamos conducir siguiendo las reglas, que llegamos a nuestros hogares hondamente cansados.

La ciudad es reflejo y promotora de la violencia social, de la desigualdad entre sus habitantes y del desinterés de los políticos en resolver los verdaderos problemas.

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