El pasado martes la alta comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, denunció la violencia extrema que se ha apoderado de Haití por el accionar de las bandas armadas.
Según un documento de la ONU han muerto 188 personas, entre ellas 92 civiles y 96 integrantes de las bandas, 12 personas están desaparecidas, 113 resultaron heridas y 49 fueron secuestradas en las últimas tres semanas.
La expresidenta chilena llamó a poner fin a esa violencia, a proteger las vidas de las personas más vulnerables y a exigir responsabilidades a los que patrocinan a esas bandas armadas que se han apoderado del territorio haitiano.
Si este panorama atroz puede ser avizorado desde la ONU y para gran parte del mundo es visible el drama de miles de personas que han tenido que abandonar sus casas por temor a las bandas asesinas en Haití, desde nuestra cercanía se percibe con mayor intensidad y crudeza.
El problema principal es que la República Dominicana es el territorio más cercano en el que los migrantes haitianos buscan refugio, corridos por el estado de guerra que las bandas armadas han desatado.
Agrava esta situación el hecho de que países como Francia, Canadá y EE.UU. se niegan a asumir responsabilidades, al punto de que el propio subsecretario de Estado de EE.UU. para la Lucha contra el Narcotráfico, Todd Robinson, ha dicho que el problema de Haití lo tienen que resolver los haitianos, no la comunidad internacional.
Mientras tanto la República Dominicana sigue siendo la caja de resonancia de una situación de caos, de miseria, de violencia armada y amenaza de hambruna en el vecino estado, sin que a nadie le importe que somos un país con sus propios problemas, que tiene que soportar una carga demasiado pesada mientras el resto de las naciones se desentiende.
El solo hecho de que ya ni se pueda cruzar a Haití por el peligro de secuestro o de atracos obliga a tomar medidas extraordinarias, a exigir garantías totales para los dominicanos y el pleno respeto a nuestra soberanía territorial, ante la indiferencia de un mundo que prefiere mirar para otro lado.