La meta de la ONU para que en el mundo haya “hambre cero” es 2030, pero en Latinoamérica en lugar de avanzar hacia ese objetivo se retrocede.
Según el informe Panorama regional de seguridad alimentaria y nutricional 2021, dado a conocer en noviembre por la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), el hambre en América Latina y el Caribe está en su nivel más alto de los últimos 20 años, con un aumento sin precedentes de un 30% de 2020 a 2021, lo que afecta a 60 millones de personas.
La paradoja es que esa exorbitante cantidad de gente que no tiene qué comer, vive en una región donde el sector agroalimentario y sus exportaciones crecen al menos en doce de sus países, según datos del Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura
Y paradójico también es que en el mundo, según un informe del Fondo Mundial para la Naturaleza, se desecha el 40% de la producción, aunque la FAO tiene un cálculo más conservador y estima que se pierde el 14% de los alimentos producidos y cosechados. En América Latina y el Caribe la cifra ronda el 11.6% de los alimentos.
Lo indiscutible es que se trata de un tema delicado que preocupa a instituciones y expertos porque alimentos aptos para el consumo humano terminan en la basura, lo que conspira contra la posibilidad de llegar al “hambre cero” para 2030, acorde con los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
En el caso dominicano la situación puede considerarse menos grave, aunque cifras de la FAO antes de la pandemia indicaban que el 5.5% de la población estaba subalimentado, es decir carecía de los nutrientes mínimos para una vida sana.
Sin embargo, también antes de la pandemia, la producción nacional cubría más del 85% de la canasta básica y se encaminaba a completar el 100% de autosuficiencia alimentaria, por lo que no estamos peor que ningún otro país de la región.
Ante tan calamitosa situación regional y mundial cabe consignar el caso dominicano, pese a que no es para vanagloriarse.
