Ni el estruendo de los cañones ni el estrepitoso sonar de las ametralladoras en el territorio del este ucraniano en su frontera con Rusia se escucharán en República Dominicana, pero sus consecuencias podrían sentirse y provocar efectos gravosos para nuestra economía.
No debe ser la única preocupación, porque el ataque ruso tiene que mover a la condena mundial de los amantes de la paz y a exigir respeto a la autodeterminación de los pueblos.
Con su escalada militar, la que ojalá no se prolongue en el tiempo ni pase a mayores, Rusia transgrede lo que debiera ser un signo permanente de esta etapa de la humanidad: Hacer del mundo un lugar de paz y no de guerra; de acercamiento y no de disputas territoriales.
Condenable por demás es que esta acción se produzca en momentos en que el mundo no termina de rebasar una situación de pandemia que ha costado la vida a casi seis millones de personas y provocado una explosiva combinación de crisis sanitaria y económica, que ahonda las penurias de los más pobres y vulnerables.
En el país el principal empeño de las autoridades tiene que estar centrado en evitar que la situación afecte a la economía y a la población, aunque se da por descontado el impacto que tendrá en los precios del petróleo, cuyo barril apuntó ayer al alza desde el primer disparo.
Lo mismo sucederá con las materias primas agropecuarias como el trigo, debido a que los dos países en conflicto figuran entre los principales productores, razón por la que sus precios estuvieron frenéticos ayer. Mención aparte hay que darles también al maíz y a la soja.
El Gobierno pidió anoche a los dominicanos paciencia y comprensión, en atención a que, según afirma, este es un momento que reclama de nuevo la unidad de todo el país.
Es un llamado a ser atendido, sin obviar que es a las autoridades nacionales, en primer lugar, a las que corresponde evitar que la población sufra situaciones de escasez y garantizar que este conflicto nos afecte en la menor proporción posible.