No bien se produce la liberación de Carlos Guillén Tatis, agregado agrícola y comercial de República Dominicana en Haití, secuestrado por una banda, cuando el domingo un autobús de una empresa dominicana es interceptado y se produce el rapto de 17 personas, entre ellos el chofer dominicano.
Mencionamos esos dos casos por su relación directa con nuestro país, pero los secuestros y los enfrentamientos entre bandoleros son el pan de cada día, al punto de que, perdida la capacidad de asombro, transcurre como una noticia cualquiera lo informado por la ONU el viernes pasado, a saber: “Al menos 75 personas han muerto en las dos últimas semanas en el conflicto entre bandas en Puerto Príncipe”.

Es que los secuestros, muertes y la violencia generalizada son solo manifestación de una crisis política-económica-social, apuntalada por un peligroso vacío de poder.

Haití vive una “pesadilla indescriptible”, como la calificaron hace meses las iglesias Episcopal, Protestante y Católica en un representativo documento, y actualmente subsiste una ebullición caracterizada porque la población carece de comida y de agua; escasea el combustible y los hospitales están sin aprovisionamiento.

Coinciden algunos analistas en que desde 1986 Haití no había sufrido una crisis tan intensa y compleja como la actual, lo que debe llamar la atención al Gobierno dominicano.

El presidente Abinader sostiene un discurso persistente de que la comunidad internacional debe hacerse cargo de nuestros vecinos y ejemplifica claramente, lo que es muy positivo, que estamos cargando pesado.

Quizá sea el momento de adoptar medidas extraordinarias para no exponer a nuestros compatriotas y recalcar que solo por razones ineludibles se cruce la frontera, lo que no implicaría afectar el intercambio comercial ni abandonar políticas comunes para toda la región fronteriza.

Hay que demandar garantías para todos los dominicanos obligados a tratar con Haití, aunque sin muchas ilusiones porque hasta los cascos azules de la ONU, con más de 20,000 militares durante 27 años, se marcharon sin haber generado mejores condiciones de seguridad.

Otra cosa: Nunca sacar de la ecuación la posibilidad de un desborde migratorio, porque Haití parece tierra de nadie, un territorio del sálvese quien pueda del que los dominicanos no debemos despegar la vista.

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