El intelectual Ignacio Ramonet sostiene que los periodistas están al servicio de la verdad y que se debe establecer una clara diferencia entre los hechos y las interpretaciones, y además verificar y contrastar las informaciones, criterios básicos que parecen haberse perdido.
Los comunicadores que hemos estado al frente de una redacción aprendimos que lo mejor es siempre aferrarse a esas dos reglas de oro: verificar y contrastar; la mejor manera de tratar los hechos al margen de humores personales y situarse lejos del apasionamiento que contamina la noticia o que lleva a tomar partido por intereses ajenos a la profesión.

Los periodistas, y en especial las personas que dirigen medios, no pueden renunciar a exponer la realidad tal cual es y a mostrar el sufrimiento cotidiano de la gente; pero tampoco predicar un optimismo falso, por lo que necesitan formación para edificar mejor a sus audiencias.

Cuando se trata de informar de la vida privada de una persona pública y la de su familia, y en qué contexto sería tema razonable para consumo del público, conviene partir siempre del respeto que merecen todos los seres humanos, porque la vida es mucho más que el afán periodístico por cuestiones que en nada contribuyen a fortalecer los valores sociales y familiares, y a formar personas de bien.

Aunque existe un estado general de respeto a la libertad de prensa en el país, la sociedad en su conjunto tiene que mantenerse atenta para no retroceder hacia el pasado, para reaccionar con firmeza ante cualquier intento de censura pero también para evitar que la autocensura gane espacio, porque el miedo a hablar está escrito en las páginas más negativas de la historia de la humanidad y suele ser el principio de todas las dictaduras.

Felicitaciones a los periodistas en su día; a los que viven del ejercicio cabal de su oficio, los que contrastan y verifican sin importar que sean tiempos nuevos y muy acelerados; los que predican que se necesita potenciar la generosidad y la solidaridad, y a los que no sucumben ante tentaciones en una época en la que espanta una degradación que aparenta carcomerlo todo.

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