Más de uno de los mensajes en las iglesias católicas por el Domingo de Ramos, comenzando por la homilía de monseñor Francisco Ozoria, fueron coincidentes en el enfoque, expuesto con un dejo de lamento, de que la sociedad de hoy vive en un mundo de apariencias y que, incluso, ante la justicia de los hechos, prefiere y condena al justo.
Aleccionadora manera de mirar la realidad, porque si bien no resiste mucha comparación la sociedad de ahora con aquella en la que vivió Cristo, hay algo de cierto en lo planteado por el arzobispo de Santo Domingo. Citamos: “El mundo de hoy se deja llevar por el poder político, por el poder económico, por el sistema materialista y el prestigio de una sociedad que contradice todo lo humano que Jesús nos enseña”.
Cierto. Muy cierto. Predominan también en el mundo y en la sociedad de hoy los Pilatos, como aquél que tuvo miedo y lo condenó a morir en la cruz. Un miedo común, a través de la Historia, en gente que tiene la responsabilidad de dirigir y tomar decisiones importantes y no lo hace.
En ese contexto y porque existe ese tipo de gente, permítasenos citar un fragmento de un artículo aparecido en el libro “Minicosas de un latidesorden”, escrito por el intelectual santiagués Román Franco Fondeur:
“Cada Semana Santa la humanidad cristiana se aglomera para odiar a Herodes, Pilatos y Judas. Y hay, de repente, un latigazo cuando la Pasión renace, pero nadie se da por aludido, nadie se reconoce en el espejo. Egoísmo pariendo odio y sed de sangre rompiendo aquella imagen. Las playas se llenan de multitudes que huyen de la ciudad-escenario y la arena invita a la imitación avestruzana, aunque nadie pueda huir de sí mismo. Solo hay un común consuelo: ¿quién podría lanzar la primera piedra lapidaria? La vida es una gran Semana Santa, dividida en años por el hombre. Y cuando Él retorne será crucificado otra vez, como todos los días”.
Cada Semana Santa es una oportunidad para reflexionar, pero sobre todo, para enfrentarse con la verdad y actuar en consecuencia.