En varias ocasiones y desde diferentes ópticas, hemos abordado el tema de la trata de personas, un fenómeno mundial que junto a la migración y al tráfico de drogas ha sido dominante en el siglo pasado y mantiene su vigencia con altísimas ganancias para los grupos delictivos que lo ejercen.
Esta vez lo retomamos a partir de un conversatorio celebrado esta semana en el que la Cancillería dominicana, a través de su viceministro de Asuntos Consulares y Migratorios prometió, para la próxima legislatura ordinaria, presentar un nuevo proyecto de ley sobre la trata de personas y el tráfico ilícito de migrantes, que permita judicializar de manera más efectiva a los criminales.

No estamos persuadidos de que esto “camine” en un Congreso con tantos proyectos que se agolpan al mismo tiempo y que son prioridad del Ejecutivo, pero no quisimos pasar por alto este anuncio debido al preocupante crecimiento de estos males en el país.

Que sea precisamente el Ministerio de Relaciones Exteriores el que promueva la iniciativa resulta auspicioso por “el valor que tiene para la institucionalidad y para el marco normativo del país”, como con certeza indicó en esa actividad Josué Gastelbondo, jefe de misión de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) en la República Dominicana.

El asunto adquiere más actualidad por el estudio cualitativo presentado por Participación Ciudadana, centrado en once municipios, en el que se plantea que es “un problema que está íntimamente ligado a la pobreza, a la mercantilización del ser humano, a la discriminación, desigualdad, marginación, a la violencia y la corrupción”.

Esos niveles de pobreza, de desigualdad y marginación, convierten en víctimas propicias para la explotación sexual comercial a la población infantil y adolescente, de ahí que el 40 % de las víctimas de trata de personas rescatadas en Centroamérica y el Caribe es mujer y en igual porcentaje sean niñas.

Si los países de la región no la combaten de manera coordinada, la trata de personas continuará agravándose como la forma más denigrante de la esclavitud en pleno siglo XXI.

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