En los casos de las muertes de Gregorio Custodio, en Ocoa, David de los Santos en el destacamento policial de Naco y Richard Báez, en Santiago, hemos destacado que desde la reacción de la opinión pública y la intervención del Ministerio Público, se empiezan a ver consecuencias.

Hay sometimientos y solicitud de medidas de coerción por la muerte de De los Santos, y por Báez se pidió prisión contra tres policías.

En el caso de Báez la actuación diligente del Ministerio Público y la presión de sus familiares cambiaron el curso de los acontecimientos.

El lunes 9, dos días antes de que el Ministerio Público acusara a los tres policías de asociación de malhechores, homicidio y robo, el general Ernesto Rodríguez García, director del comando Cibao Central de la Policía, afirmó que Báez había enfrentado a tiros a los policías antes de ser detenido y que había sido entregado vivo a los fiscales, pero la versión del Ministerio Público es diferente.

“…la víctima fue perseguida hasta su casa y recibió múltiples golpes cuando intentaba alcanzar la puerta de la vivienda, mientras gritaba y pedía auxilio a su padre para tratar de salvar la vida ante el ataque de los agentes policiales actuantes”, dice el Ministerio Público.

El general Rodríguez García también asegura que Báez fue entregado con vida a los fiscales y es así, pero en su solicitud de medida de coerción el órgano investigador relata con datos las golpizas que previamente había recibido y que, según el certificado del Inacif, le provocaron la muerte.

Al comparar la justificación del general Rodríguez García con las pruebas que aporta el Ministerio Público resulta imperativo insistir en que la Policía no puede investigarse a sí misma, porque es ella la que está sometida a investigación por hechos que trascienden el orden público.

Ojalá con estas experiencias luctuosas se acabe para siempre la vieja práctica de que la Policía se autoinvestigue, de que se cante y se llore a la vez, porque en la mayoría de los casos se intenta imponer versiones nada creíbles como la ofrecida por el general Rodríguez García.

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