Estados Unidos ha justificado sus bombardeos en Irán con una lógica tan absurda como peligrosa: el uso de la fuerza para lograr la paz, con lo que se ha saltado todo lo establecido en el Derecho Internacional, a lo que agrega el no menos cuestionable argumento de un ataque “preventivo” a otro Estado dizque para hacer que el mundo sea más seguro.
Un bombardeo sobre instalaciones nucleares, lo que está expresamente prohibido en los tratados internacionales.
En todo caso, la enumeración de los hechos sirve de poco por la contaminación de estos temas por los intereses materiales y el calor que les imprimen lo político-ideológico.
Pero a lo que no se debe renunciar es a impedir lo insólito de que la fuerza y la guerra, con acciones conscientes, sustituya a la diplomacia y al mantenimiento de la paz.
Se están sentando malos precedentes y cada vez pierden vigencia y utilidad entre los Estados las obligaciones recogidas en la Carta de Naciones Unidas y otras normas del Derecho Internacional.
Por ejemplo, ayer domingo se pudo reunir el Consejo de Seguridad de la ONU, por tercera ocasión en pocos días, pero no fue más allá de los discursos porque, precisamente, los que tienen allí poder para decidir están involucrados, directa o indirectamente, en los conflictos.
Vale y consuela, de todas maneras, la expresa condena de su secretario general y su advertencia de que la escalada en Oriente Medio, una región ya al borde del abismo, es una amenaza directa para la paz y la seguridad internacional.
Reconforta igualmente que el papa León XIV continúe con la firme prédica de Francisco contra las guerras y su recurrente lamento de que la ausencia de paz sea uno de los mayores padecimientos de la humanidad.
“Hoy más que nunca, la humanidad clama e invoca la paz. Es un grito que exige responsabilidad y razón, y no debe ser sofocado por el estruendo de las armas ni por palabras retóricas que incitan al conflicto”, pontificó ayer el líder universal de la Iglesia católica.
La hora, aunque parezca aciaga y gane terreno la retórica que promueve conflictos, no debiera opacar el grito por la paz, por lo que suscribimos con León XIV que ese “clamor exige responsabilidad, sensatez y decisiones valientes”.