“Desconfío de los autores que, en una obra teatral,

se proponen demostrar una cosa u otra”

EUGENE IONESCO

Al aproximarse a su cuarto mes, los Estados Unidos no creían que el Gobierno de Bosch fuera comunista y que el Presidente tuviera inclinaciones favorables a esa ideología.  A mediados de junio, un informes de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) admitía que el peligro comunista era potencial “pero no inmediato” en la República Dominicana”.

El memorándum era un análisis de la situación general del país y se inscribía en la misma tónica de informes anteriores de la embajada.  Pero parecía más benigno con Bosch y más consecuente con los esfuerzos del Gobierno para enfrentar los graves problemas heredados del pasado. 

El documento, clasificado secreto con el registro OCI No. 1564-63 del 14 de junio, reconocía los propósitos del mandatario de llevar a cabo “una transformación radical” de las condiciones políticas, económicas y sociales. 

Según la agencia, Bosch esperaba lograr este propósito “con medidas tales como la reforma agraria e impuestos” y el desarrollo económico fundamentalmente a través de la inversión extranjera y del sector privado, con una distribución más equitativa “que la que hasta ahora se ha hecho”.

La CIA admitía la existencia, por sus opositores, de una campaña arreglada para desacreditar a Bosch pintándole como un comunista, a un inepto cuyos errores conducirían a la toma del poder por un régimen marxista-leninista.

“Claramente, esta campaña representa la reacción de intereses establecidos que ven su posición privilegiada amenazada por los propósitos revolucionarios de Bosch”, decía el memorándum de la CIA, que, además, señalaba que tal actitud reflejaba por igual “una genuina preocupación respecto a la tolerancia” gubernamental en relación con las actividades comunistas.

La CIA estaba convencida, de acuerdo con ese documento, de que en junio la real amenaza contra Bosch “es la posibilidad de un golpe reaccionario”.  Y sostenía que en ese contexto, el Presidente se resistía a asumir posiciones drásticas contra los comunistas, siempre que éstos no interfirieran directamente en su contra. 

Bosch, según la CIA, sostenía que reprimir drásticamente a esos grupos precipitaría campañas de terrorismo urbano y alzamientos guerrilleros, como ocurría en Venezuela bajo la Presidencia de Rómulo Betancourt. 

A pesar de las graves acusaciones que se lanzaban en su contra, la agencia estimaba que Bosch supeditaba la seguridad de su régimen al apoyo continuo de los Estados Unidos, particularmente por su capacidad de mantener restringida a las Fuerzas Armadas.

Bosch, a juicio de la agencia, era un nacionalista y ególatra obsesionado por el temor de aparentar ser un títere de los norteamericanos. 

En esa tesitura era poco probable que él estuviera dispuesto a aceptar consejos de los Estados Unidos de cómo manejarse con los comunistas.  Reconocía igualmente la importancia de que los intentos de reforma tuvieran éxito.  “El peligro comunista en la República Dominicana no es inmediato, aunque sí potencial. 

Dada la actual libertad para organizarse y agitar, los comunistas estarán mejor preparados para sacar provecho de algunas oportunidades futuras”.  Si Bosch fracasaba en llenar las expectativas de las masas dominicanas, o sí es derrocado por un golpe revolucionario, los comunistas tendrían la oportunidad, advertía el memorándum, de asumir el liderazgo del movimiento popular, que hasta entonces controlaba Bosch.

La CIA no abrigaba demasiadas esperanzas, sin embargo, en la capacidad de Bosch para enfrentar los problemas.  El era básicamente un escritor y maestro, que en su juventud había trabajado como empleado en un almacén de tabaco, de educación formal limitada, que pasó casi veinticinco años de su vida en el exilio moviéndose por el Caribe en estrecha asociación con la llamada “izquierda democrática”.

Su experiencia estaba asociada más a las intrigas que caracterizaban entonces la vida política de la región que a las complejas sutilezas del manejo del poder y de la burocracia.  Según la CIA, Bosch estaba condicionado por estos antecedentes, que lo habían preparado “para desempeñarse como un elocuente protagonista”, pero no como un administrador eficiente. 

Carecía, por tanto, de la habilidad de un político experimentado para acomodarse a las conveniencias de los intereses políticos en juego.

Las elecciones del 20 de diciembre le habían proporcionado la suficiente mayoría congresional (23 de los 27 asientos del Senado y 49 de los 74 escaños de la Cámara de Diputados) para proceder con autoridad. 

Su logro principal, al cabo de sus primeros cien días, podían resumirse en la promulgación de una nueva Constitución que, como hemos visto, había unificado a la oposición en su contra.  Al entender de la CIA esa Constitución era una de las causas de la inconformidad de lo que describía como “elementos tradicionalmente privilegiados de la sociedad dominicana”.

Particularmente, la Iglesia se sentía ofendida por omisiones y disposiciones que afectaban sus relaciones tradicionales con el Estado y que tras la firma del Concordato, en pleno apogeo de la Era de Trujillo, quedaron oficializadas. 

El memorándum pasaba a analizar a seguidas la naturaleza profunda de los problemas económicos y sociales del país, admitiendo que la reforma agraria y el desempleo urbano parecían tener prioridad sobre los otros. 

Bosch en cierta medida era un afortunado.  Con respecto a la reforma agraria, la expropiación de las antiguas propiedades de los Trujillo no hacía necesaria la confiscación de propiedades privadas para asentar a los campesinos. 

Los bienes heredades de la dictadura representaban alrededor del 60 por ciento del terreno cultivable del país “así como también una gran porción de su capacidad industrial”.  El Presidente había hecho mención de eso en su discurso inaugural.

Los problemas de Bosch no se limitaban a su trato con la oposición.  Provenían también de la propia esfera social.  Sus vínculos con el PRD, que sostuvo su candidatura presidencial y aún le apoyaba, se encontraba en su punto más bajo. 

La CIA creía que el centro de estas rencillas residía fundamentalmente en las relaciones de Bosch con Ángel Miolán, a cuyo cargo estaba el partido.  Los vínculos entre ambos eran propiamente políticos, no personales.  Miolán, en efecto, estaba disgustado por el trato indiferente que Bosch daba al partido. 

La influencia de la organización podía considerarse mínima, casi nula, en las decisiones gubernamentales.  La agencia norteamericana estimaba que esta postura de Bosch era el resultado de su fuerte inclinación al “liderazgo personal” y su desconfianza de cualquier otro líder potencial. 

La cultura de intrigas características de la política caribeña influía mucho en él y le hacía desconfiar de todo el mundo.

Con todo, parecía que a despecho de estas dificultades, la posición de Bosch, a mediados de junio, tras sus primeros cien días en el poder, no revestía peligro. 

Los elementos más conservadores del país, agrupados en la Unión Cívica y la naciente Acción Dominicana Independiente, no contaban con el suficiente poder ni la capacidad de movilización de masas para oponérsele en el plano del debate político.  Pero algunos de ellos se sentían desplazados, resentidos con la victoria aplastante de Bosch en las elecciones de diciembre. 

Su resentimiento provenía, según el memorándum de la CIA del 14 de junio, de que el Presidente había llegado tarde al escenario político, permaneciendo en el exilio, mientras ellos se enfrentaban localmente a la tiranía. 

Notable entre ellos eran los generales Antonio Imbert y Luis Amiama Tió, los dos únicos sobrevivientes del tiranicidio del 30 de mayo de 1961, y Viriato Fiallo, líder de la UCN, a quien Bosch derrotara por amplio margen en las elecciones.

El peligro proveniente de la derecha residía en su falta de control sobre las Fuerzas Armadas y la Policía.  En tales circunstancias, la CIA temía que grupos civiles que creían amenazados sus intereses por las propuestas de reforma del Gobierno pudieran instigar con éxito una asonada militar. 

El único freno a tal posibilidad, decía la agencia, lo constituía, a mediados de junio, “la bien conocida actitud de los Estados Unidos de apoyar la administración, como el gobierno constitucional debidamente elegido”.  Imbert controlaba efectivamente la Policía y Bosch temía y recelaba de él.  También, según la CIA, no se atrevía a destituirlo.

De hecho, la agencia aseguraba en dicho informe, que no existían evidencias hasta entonces de que Bosch fuera comunista.  Los cargos en ese sentido le parecían débiles, resultado de su tolerancia hacia los grupos de esa ideología.

En 1963 los comunistas, si bien estaban ganando algún espacio en el escenario político dominicano, carecían de la fuerza numérica para influir en el curso de la vida nacional. 

Funcionaban con efectividad sólo cuatro partidos propiamente comunistas o de izquierda revolucionaria: el Partido Socialista Popular (PSP), que era un grupo de línea ortodoxa; el Partido Nacionalista Revolucionario (PNR), heterodoxo; el Movimiento Popular Dominicano (MPD), dirigido por Máximo López Molina; y la Agrupación Política Catorce de Junio.  De todos, éste último era el único con real ascendencia en las masas. 

Su líder, el doctor Manuel Aurelio Tavárez Justo (Manolo), gozaba del prestigio emanado de su oposición a Trujillo.  Había sufrido persecución, sometido a crueles torturas y pasado por la horrible experiencia del asesinato, por motivos políticos, de su esposa, Minerva Mirabal, muerta y lanzada a un precipicio junto a otras dos hermanas, Patria y María Teresa.  El asesinato había ocurrido, a finales de 1960, estando él, Manolo, en prisión.

El Catorce de Junio gozaba de amplia aceptación entre la juventud, los estudiantes y la clase media profesional.  Era, además, el único de los cuatro grupos mencionados que poseía el status legal de partido político. 

En conjunto, según el informe de la CIA de mediados de junio, esas cuatro organizaciones apenas poseían en sus registros cuatro mil activistas, la mayoría de ellos concentrados en las áreas urbanas.  Estaba claro que, para todos los fines de conspiración, los comunistas carecían de fuerza suficiente para constituir una amenaza real contra el orden constitucional.

Con frecuencia, Bosch era tildado por la derecha como reacio a actuar contra la creciente actividad de la izquierda.  Sin embargo, la realidad era otra.  Siempre que ésta enfrentaba directamente sus actuaciones, Bosch la encaraba.  Particularmente severas habían sido las posturas del Gobierno frene a los intentos de paralizar las actividades públicas y declarar una huelga general. 

La desintegración de las poderosas federaciones de maestros FENAMA y de empleados de la administración pública FENEPIA eran reveladores del comportamiento de Bosch frente a la izquierda.  Estos antecedentes, sin embargo, no acallaban las acusaciones. 

Bosch inconscientemente les estimulaba negándose a actuar contra esos grupos mientras ellos no interfirieran en su contra y se limitaran a criticar el orden tradicional y los intereses de la oligarquía.

Aunque la CIA no creía que existiese una amenaza efectiva de los comunistas contra el Gobierno, estimaba, en cambio, que el fracaso de la política de Bosch en “satisfacer las expectativas de las masas dominicanas”, podría modifica el cuadro.  No había de hecho una alternativa comunista para el liderazgo personal de Bosch. 

Pero si éste era derrocado por un golpe revolucionario, los comunistas tendrían el chance de asumir el liderazgo de ese movimiento.  Esto no significaba, por supuesto, a criterio de la CIA, que pudieran tomar el control efectivo del Gobierno.  Las Fuerzas Armadas tenían la voluntad y la habilidad para prevenir esa posibilidad dentro de un futuro previsible.

El análisis de ese documento confidencial de la CIA es imprescindible para comprender la situación en que se encontraba el Gobierno a poco más de tres meses y medio de haber Bosch asumido el mando, captar el sentimiento de la oposición, el alcance de la “amenaza comunista” y la opinión de los Estados Unidos sobre el régimen. 

Es interesante percibir el cambio que este informe implicaba en relación con otro informe de la agencia, clasificado CSDB3-649,662 preparado por un enviado especial para el director del departamento, que visitó el país en febrero de 1962. 

En ese entonces, la prioridad de la agencia se concentraba en aupar a la Unión Cívica Nacional, a la única que creía en condiciones de dirigir el país y realizar las transformaciones que el fin de la dictadura imponía y apoyar con recursos los esfuerzos del Consejo de Estado, ya entonces encabezado por el licenciado Rafael F. Bonnelly.

Resulta curioso que ese anterior reporte de la CIA no concediera a Bosch ninguna posibilidad ni atribuyera tampoco al Partido Revolucionario Dominicano oportunidades de poder asumir una posición cimera en las lides políticas dominicanas. 

Ese primer reporte recomendaba el uso de fondos para ayudar a la UCN a encauzarse y permitir que algunos de sus elementos claves pudieran dedicarse tiempo completo a las tareas partidarias.  “La UCN tiene disponible los talentos profesionales de abogados, doctores y otros profesionales. 

Sin embargo, la mayoría de ellos tiene la necesidad de llevar adelante sus negocios y actividades profesionales para ganarse la vida; tienen el tiempo limitado para dedicarse a las labores del partido. 

A fin de obtener ayuda profesional adecuada para el trabajo de organización del partido hay que pagarle indudablemente a algunas personas por el tiempo que le dediquen a esta actividad”.

La UCN representaba en febrero de 1962 la mejor garantía para los Estados Unidos, decía el reporte.  Por eso, resultaba prioritario que los cívicos controlaran, con mayoría aplastante, la nueva Asamblea Constituyente, y consecuentemente las elecciones para las posiciones en el Gobierno.

Entre muchos dirigentes de UCN, uno en particular, Donald Reid Cabral, llamaba poderosamente la atención de la agencia.  Reid dedicaba tiempo a los asuntos del partido, pero esto ocurría después de un día completo en otras cosas.  Era un tiempo limitado, en comparación con los que otros dirigentes, en distintas organizaciones, agotaban en tales tareas.

Curiosamente, el informe era crítico de la lentitud con que los Estados Unidos asumían sus responsabilidades de ayuda económica a la República Dominicana. 

Y evidenciaba, asimismo, la importancia que asignaba a opiniones de gente como Reid Cabral.  “En el momento en que yo estaba allá”, escribió el funcionario de la CIA, “las negociaciones se encaminaban a un préstamo de veinticinco millones de dólares.

Cuando Donald Reid me dijo que los Estados Unidos pedían un cuatro y medio por ciento de interés, añadió que era completamente imposible y subsecuentemente los Estados Unidos concedieron el préstamo al tres cuarto del uno por ciento.  Sin embargo, lo hicieron después de un mes de negociaciones. 

El resultado es que los Estados Unidos aprobaron la ayuda con retraso en el momento en que era crucial y crearon un resentimiento en la República Dominicana debido al atraso.  Si los Estados Unidos iban a conceder el préstamo a un interés muy bajo, debieron haberse preparado para hacerlo desde un principio y no esperar tanto tiempo”.

Con vista a las elecciones fijadas para diciembre de ese mismo año, Washington debía prepararse para apoyar inmediatamente, decía el informe, “a un gobierno que represente el tipo de cosas en las que Estados Unidos cree”. 

La Unión Cívica Nacional, hombres como Donald Reid Cabral representaban esas cosas.  Los Estados Unidos eran afortunados, en opinión del funcionario que visitó el país en febrero de 1962, de que en la República Dominicana, tan próxima a Cuba, existiera entonces un gobierno, el del Consejo de Estado, anti-comunista, abierta y francamente pro-norteamericano.  

La neutralidad no era precisamente la característica de ese régimen de transición encargado de conducir al país a sus primeras elecciones libres y democráticas luego de más de tres décadas de tiranía.

La comparación de estos dos informes, redactados con poco más de un año de diferencia, es fundamental para entender la evolución de los acontecimientos en esa etapa álgida de la historia contemporánea dominicana. 

A menudo, dependiendo del prisma en que se le analice, se tiende a sobrestimar o subestimar la capacidad de influencia de intervención de Estados Unidos en la política de una nación pequeña del Caribe. 

Pero muchas veces, las políticas que deciden la suerte de esos países dependen o se basan en documentos redactados por hombres preñados de prejuicios y normalmente ignorantes de las realidades nacionales.

El informe de febrero de 1962, por ejemplo, no alcanzaba a apreciar, en su justa dimensión, las posibilidades de los distintos partidos que competían para alcanzar el poder en las elecciones de ese mismo año. 

El PRD y Bosch, para la CIA, carecían simplemente de oportunidades frente a la UCN, que tenía en su seno la gente más capacitada de la que Donald Reid era el mejor ejemplo.  En cambio, en junio de 1963, Bosch era una opción mucho mejor que la UCN y otros grupos de la derecha dominicana. 

El valor de estos informes alcanzaba a veces una importancia incalculable.  Acontecimientos que cambiaban el curso de la vida de muchas naciones se fundamentaban en memorándum como esos. 

Los servicios de inteligencia norteamericanos no creían que los comunistas fueran una amenaza inmediata en la República Dominicana, según se apreciaba del informe de fecha 1 de junio, pero la prensa estadounidense y los sectores más conservadores dominicanos seguían insistiendo en ello. 

En agosto arreciaron las manifestaciones de Reafirmación Cristiana y aumentó el número de artículos en periódicos de los Estados Unidos advirtiendo sobre la inminencia de una revolución al estilo de Fidel Castro en la República Dominicana.

La primera de estas manifestaciones se realizó en Santo Domingo y pronto fueron llevadas al interior.  El 6 de agosto, Mario Bobea Billini, columnista de El Caribe, escribió que el éxito de la demostración,  celebrada en el céntrico parque Independencia, constituía “un mentís a la aseveración de los comunistas y filo comunistas de que los sectores moderados calificados por ellos de reaccionarios- no poseen masas”. 

Los organizadores habían calculado la asistencia en alrededor de cuarenta mil, según resaltaba el Listín Diario.  El Gobierno no prestaba a estas actividades la importancia que tenían.  Sin embargo, Bosch llamó en esa ocasión ante él al jefe de la Policía, general Belisario Peguero Guerrero, para pedirle una estimación correcta de los asistentes.

El oficial le rindió un informe que situaba esa asistencia en no más de diez mil personas y, a entender de Bosch, “así debía ser” porque en el sitio donde tuvo lugar la reunión “no podían caber más de diez a doce mil personas” (Crisis de la Democracia).  La importancia de estas actividades contra el Gobierno no residía, sin embargo, en este punto.  Bosch no parecía apreciar esta sutileza y su partido, el PRD, semi-desmantelado y distanciado de su líder, estaba desprovisto de capacidad para neutralizar la situación con respuestas similares.

Entre tanto, los organizadores –encabezados por el ingeniero Enrique J. Alfau, doctor Manuel Aquiles Rodríguez, doctor Antonio Frías Gálvez, Julio Cruz y Gloria Kunhardt-, se ufanaban del éxito obtenido, resaltando que la concentración se había realizado con una anticipación de apenas setenta y dos horas.

La publicación de nuevos y más alarmantes artículos sobre la amenaza comunista en la República Dominicana en periódicos influyentes de los Estados Unidos, alentaban las actividades de estos grupos, que respondían a las directrices de Acción Dominicana Independiente. 

Alfau, con sus manifestaciones de fervor a Cristo y contra el comunismo se apoderaba del país y José Andrés Aybar Castellanos, desde su posición de inspirador de Acción Independiente, poco a poco desplazaban el papel que había asumido la Unión Cívica.  Los elementos más conservadores de la derecha dominicana se fortalecían a costa de los más moderados.  Esto era lo que Bosch, asediado por multitud de problema, lucía incapaz de percibir.

En los primeros días de agosto, diarios de Miami y Nueva York destacaron despachos remitidos por sus enviados especiales a Santo Domingo, refiriéndose al peligro de viajes de funcionarios a Cuba y el regreso de personas catalogadas como “peligrosas” abanderados del marxismo. 

Prensa Libre, el periódico que dirigía Bonilla Aybar, editorializó expresando “alarma” por el viaje de ministro de Obras Públicas, Luis del Rosario Ceballos, y Jules Dubois, el famoso corresponsal norteamericano, escribió para su Chicago Tribune un amplio artículo que comenzaba diciendo “El apoderamiento por los comunistas de la República Dominicana, se está convirtiendo en dura realidad con extraordinaria velocidad”.

Prensa Libre se peguntaba en otro editorial “¿Hacia dónde llevan al país?”.

Mientras se intensificaban las actividades en su contra, Bosch tomó la decisión de aceptar la invitación oficial para visitar México.  Lo informó primero al embajador Martin que a la nación.

El viaje tendría lugar a finales de la primera quincena de septiembre, entre el 13 y el 14.  Martin le preguntó sobre las presiones que el general Luna ejercía para que el Gobierno adquiriera en Gran Bretaña varios aviones a reacción Hawker Hunter, después que el Presidente le dijera que el jefe de la Fuerza Aérea iría con él en el viaje.

Martin se oponía a la compra de esos aviones.  Tal vez lo motivaran algunas razones.  Pero en su libro él mismo confiesa que esa adquisición disminuiría la influencia de sus asesores militares en las Fuerzas Armadas.  Bosch lucía inquieto cuando le confió a Martin que el general Luna le había dicho que los pilotos tenían “baja moral” debido a que necesitaban nuevos aparatos ante el envejecimiento de los Vampiros, que eran, con los antiguos P-51, Mustang, los aparatos más modernos de la Fuerza Aérea.

Según el embajador norteamericano, Bosch le habría dicho que desconfiaba de Luna, porque le creía un “negociante” y que pensaba hablar seriamente con él camino de México.  Entonces le comentó que una inversión de cinco millones de dólares en Hawker Hunter podía tranquilizar a unos cuantos pilotos, pero siempre sería una mejor decisión utilizarlos en obras públicas, para dar trabajo a miles de desempleados.

“Yo encontraba difícil el conseguir dinero de Washington (para el Gobierno) y el asunto de los Hawker Hunters no serviría de nada”, escribió Martin sobre esa entrevista con Bosch.  “Si compraba aviones ingleses no tendría sentido que hubiese una misión importante norteamericana de la MAAG”.

Para entonces, Imbert, a quien Martin fue a ver inmediatamente después de su reunión con Bosch, prestaba creciente interés a las versiones de descontento entre los militares.  Imbert, le dijo al embajador que el ministro de las Fuerzas Armadas, Viñas, y el jefe del Ejército, Hungría Morel, le habían dicho que era necesario quitarle el mando a Bosch. 

No se trataba propiamente de un golpe, sino neutralizarlo, despojarlo del poder real y convertirlo en una marioneta de los mandos castrenses.  Imbert, a la respuesta de que un golpe le haría el juego a los “castro-comunistas” le habló del coronel Wessin; “es duro contra los comunistas” y, además, “valiente”.  Imbert no pensaba, sin embargo, que Wessin se propusiera actuar por el momento.

Le habló de las “estafas” en el ejército.  “Era como si todo el mundo intentase”, escribió Martin, “sacar lo suyo antes de que todo se viniese abajo”.

Bosch realizó una nueva visita a la base aérea de San Isidro a comienzos de agosto.  Era la primera desde el áspero incidente en que había rechazado el intento de ultimátum que culminó con la separación del capellán Marcial Silva y el mayor abogado Haché.  La inesperada aparición en la base se relacionaba con su proyectado viaje a México.

Llamó la atención del Presidente un viejo y destartalado DC-4 en desuso y le anunció al general Luna que haría el viaje en ese aparato.  El oficial estaba informado de que él también formaría parte de la comitiva oficial.  Como experimentado piloto, Luna sabía que el avión seleccionado por el Presidente no estaba en condiciones de hacer la travesía.  Estaba fuera de servicio y pasado de horas de vuelo.

Luna hizo llamar ante el Presidente al coronel Pedro Bartolomé Benoit, jefe del Comando de Mantenimiento de la Fuerza Aérea. 

Benoit tenía bajo su dirección a 400 hombres, y de su comando dependía todo el movimiento de los equipos bélicos del cuerpo, especialmente los aviones.  Benoit confirmó la explicación del general Luna e que el DC-4 era un avión fatigado. 

En este antiguo aparato de Cubana de Aviación, el general Fulgencio Batista había salido de Cuba, el 31 de diciembre de 1958, ante el triunfo de las guerrillas de Fidel Castro.

Partes esenciales del metal del avión estaban debilitadas por las vibraciones causadas por el exceso de uso.  El fuselaje había sufrido mucho por la enorme cantidad de aterrizajes realizados.  Una reparación debía evitar que esto causara fallas estructurales que accidentaran en pleno vuelo el aparato. 

La observaciones bastaban para disuadir a cualquiera.  Luna insistió ante Bosch que el viaje se hiciera en un aparato en mejores condiciones de Dominicana de Aviación.

Pero Bosch preguntó a Benoit si finalmente creía que el CD-4 podía realizar el viaje y regresar sin contratiempos, en caso de que se reparara el motor.  El oficial contestó afirmativamente y el Presidente decidió que haría en ese aparato su viaje a México.

La reparación duró todo el mes de agosto y los primeros días de septiembre. La Fuerza Aérea solicitó la compra de dos motores.  Bosch autorizó sólo la de uno.  Finalmente, sin embargo, a finales de la primera semana del mes de septiembre, todo estaba listo para el viaje presidencial.

Acompañado del ministro Viñas Román, del general Luna, de su asistente militar, el coronel Calderón y de otros altos oficiales, Bosch emprendió su primera y única misión en el exterior como jefe del Estado.  La travesía se cumplió con una escala en Kingston, donde Bosch celebró una reunión con el primer ministro Alexander Bustamante.  A la mañana siguiente, emprendió vuelo de nuevo para una escala técnica en Belice.

El Presidente llegó a Ciudad México, como tenía previsto, exactamente al mediodía del 14 de septiembre.  En la entrevista que concediera a la prensa mexicana e internacional, al final de su visita oficial a la nación azteca, Bosch daría declaraciones proféticas.  A una pregunta acerca de la posibilidad de un restablecimiento de relaciones entre República Dominicana y Cuba, Bosch eludió una contestación directa y se adentró en el análisis de los problemas que conllevan dirigir un gobierno democrático en la América Latina de esos días.

“El problema es el siguiente”, dijo Bosch.  “Es muy difícil entenderse sobre Cuba, como sobre cualquier otro, cuando se vive en situaciones históricas, sociales y económicas tan diferentes como la que viven en los Estados Unidos y las que vivimos en la República Dominicana”. 

El periodista que le había formulado la pregunta era un corresponsal norteamericano.  El Presidente se dirigió directamente a él a continuación: “Para ustedes no hay problemas en cuanto afirmar o no afirmar la democracia; no hay norteamericano con hambre. 

Ningún Presidente norteamericano tiene que temer un golpe de estado militar.  Sabe que inicia su período y lo terminará”.  En cambio, para un pueblo como el suyo, el dominicano, continuó Bosch, “la democracia tiene que ser un régimen que garantice los derechos de los ciudadanos y su derecho a comer, a trabajar y a pesar y a moverse, dentro del estricto apego a la ley”.

El hecho consistía en que su país vivía un momento político histórico.  Según siguió diciendo Bosch, “la política se manipula, pero la historia se crea.  No puede verse el caso de la República Dominicana desde el ángulo de la democracia norteamericana, ni desde el ángulo del régimen mejicano sino desde el ángulo de la República Dominicana.  El pueblo dominicano le teme a la palabra democracia porque con ella se le mató, se le explotó y tenemos que enseñarle qué es la democracia”.

Más adelante expresaba su fe en el pueblo en la creencia de que la América Latina tenía dos principios cardinales que gobiernan la vida nacional.  Uno era el amor a los derechos humanos y el otro el amor a la independencia.

“Estas dos cosas no hay que fomentarlas en la República Dominicana, sino permitir que crezcan naturalmente, quitándole de encima el temor a Fidel Castro y el temor a la democracia disfrazada de Trujillo”.  En la América Latina, gobiernos como el suyo siempre estaban bajo la permanente amenaza de un golpe de estado.

En su lejana tierra, en medio del proceloso mar Caribe, sus enemigos trabajaban para no desmentirle.

La personalidad de Bosch cautivó a la prensa mejicana.  Era la primera visita de un jefe de Estado extranjero a la celebración del Grito de Dolores.  Pero los festejos del 153 aniversario de la Independencia de México estuvieron a punto de ser estropeados por un desacuerdo respecto al protocolo. 

El presidente dominicano se resistió en principio a colocarse la banda que ya había rechazado en el acto de su propia juramentación.  Bosch rechazó también la condecoración del Águila Azteca en la creencia de que al pueblo dominicano no le gustaban las condecoraciones porque Trujillo había abusado de ellas.  Bosch no dio su brazo a torcer respecto a la condecoración. 

Pero debió someterse al protocolo en lo concerniente a la banda cuando apareció junto a López Mateos en El Zócalo, la plaza principal de la capital mejicana que esa noche estaba atestada de gente.  Bosch y López Mateos intercambiaron regalos en el Palacio de los Pinos, la residencia oficial del Presidente.

El mejicano le entregó a Bosch un estuche con dos gallos de pelea labrados en oro, plata y cobre y una réplica de la campana de Dolores.  Bosch le entregó una caja de puros fabricados en el país, una caja de arroz, trigo, granos de cacao y pequeñas porciones de dos tipos de café.  Había, además, un par de gallinas de Guinea vivas en una jaula rústica de madera y fibras, que motivaron comentarios en la prensa azteca. 

El enviado especial del Listín Diario, Federico Henríquez Gratereaux, reportó que la negativa del mandatario a “usar los signos exteriores del poder, como es una banda presidencial” había dado lugar a una “batalla diplomática “que Bosch reconoció haber perdido.

Todo el viaje estuvo lleno de expectación. En la escala previa en Kingston, el Presidente dio órdenes de mantener los equipajes en el avión.  Debido a esa extraña disposición, muchos de sus acompañantes, incluyendo los corresponsales de la prensa dominicana, llegaron a Ciudad México sin afeitarse y sin cambiarse de ropas. 

De regreso, al hacer escala en Mérida, Bosch descendió del avión para visitar lugares históricos.  Se detuvo frente al Instituto Yucateco de Antropología e Historia.  Pero no pudo entrar porque ya estaba cerrado y ninguno de los porteros tenía las llaves de la puerta.  Inmediatamente regresó al aeropuerto en medio de un fuerte aguacero.

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