Miguel Guerrero Santo Domingo, D.N. Enero de 1993
“Con el tiempo es mejor una verdad dolorosa que una mentira útil.”
Thomas mann
Este libro relata los principales acontecimientos ocurridos en el país en 1963. Ese período tan importante de la historia contemporánea dominicana difícilmente podría entenderse sin un conocimiento de sus antecedentes. La República Dominicana estuvo regida por un gobierno de mano dura desde comienzos de 1930 hasta finales de 1961.
En ese largo y oscuro período, se conculcaron las libertades del pueblo y la vida política nacional fue trazada por las directrices de un solo hombre. Rafael Leonidas Trujillo, el dictador, era un megalómano, corrupto y sangriento. Amasó incalculables fortunas y asesinó, encarceló y condenó al destierro a sus opositores. La geografía nacional fue, para cientos de miles de ciudadanos, un presidio de cuarenta y ocho mil kilómetros cuadrados, donde apenas podían moverse en un silencio absoluto. Una de sus grandes debilidades la constituía su amor por los títulos. Con él la adulación alcanzó los niveles más deplorables. El entusiasmo de sus acólitos condujo a las situaciones más ridículas. Se le bautizó con todos los honores imaginables.
Las condecoraciones no le cabían en una habitación. En los actos oficiales y en las crónicas periodísticas su nombre debía estar obligatoriamente precedido de los más absurdos calificativos y nombramientos. Era el Jefe, Generalísimo y Doctor, Primer Maestro de la República, Insigne Líder, Benefactor de la Patria y Padre de la Patria Nueva.
También fue un protector de la Iglesia Católica, que accedió a la firma de un Concordato todavía vigente a más de treinta años de su muerte. La simple omisión de los términos de este Concordato en la Constitución de 1963, sería un factor importante en las causas que conllevaron al derrocamiento de un gobierno legítimo, libremente elegido por las mayorías. Tan sólo no obtuvo un título, el de Benefactor de la Iglesia. Se antojó de él demasiado tarde, cuando su caída parecía inminente. A comienzos de 1960 sus días estaban ya contados. En efecto, la expedición de junio de 1959 y la terrible ola de represión que le siguió rompieron los pocos límites que la tiranía había respetado. En los meses siguientes, miles de jóvenes, la mayoría de la clase alta y media, fueron asesinados y brutalmente torturados en las cárceles. Muchos de ellos eran hijos, hermanos y sobrinos de prominentes figuras del régimen. Fue en esas circunstancias singulares que el Episcopado hizo leer una pastoral crítica en los templos. La reacción de Trujillo fue drástica e inmediata. Eliminó los privilegios a la jerarquía eclesiástica, persiguió curas e incendió iglesias. Y se condenó a sí mismo. De todas maneras estaba perdido.
Trujillo cayó asesinado a balazos la noche del 30 de mayo de 1961. Los hombres que apretaron esa noche el gatillo contra el tirano habían sido sus colaboradores. Su muerte precipitó rápidamente el descalabro del aparato represivo y burocrático con el cual forjara su dominio sobre la nación. El 18 de noviembre, cinco y medio meses después, Ramfis, su hijo mayor, desenterró el cadáver y se marchó a Europa en el buque insignia de la Marina de Guerra. Al día siguiente, un pronunciamiento militar de la base aérea de Santiago, comandada por el general de Brigada Pedro Rafael Rodríguez Echavarría, echó por el suelo los restos de la dictadura. Joaquín Balaguer, un presidente nominal, preservó el cargo, aunque sólo por unas semanas. Sometido a presiones de toda índole, fue forzado a compartir el poder con un Consejo de Estado de otros seis miembros prominentes de la Unión Cívica Nacional (UCN), la fuerza política dominante de la época dirigida por líderes de la clase alta. El Consejo fue instalado el primer día de enero de 1962. El 16 de ese mes un estallido de violencia popular modificó el curso de los acontecimientos.
Comandos militares, apoyados en tanques y carros de asalto, dispararon contra una manifestación de UCN en el céntrico parque Independencia. Cinco civiles murieron en la refriega y por lo menos otros ocho en los incidentes ocurridos en las horas siguientes en Santo Domingo. El general Rodríguez Echavarría detuvo a cuatro de los miembros del Consejo e instaló en su lugar una Junta Militar, que apenas duró dos días. El jueves 18 los cabecillas de un contra-golpe hicieron preso al general Rodríguez Echavarría y reinstalaron el Consejo de Estado, poniendo al frente de éste al licenciado Rafael F. Bonnelly, su vicepresidente original.
El depuesto Presidente Balaguer se refugió en la sede la Nunciatura, contigua a su residencia, donde permanecería hasta el 7 de marzo, cuando fue deportado junto al general Rodríguez Echavarría. El Consejo de Estado encabezado por Bonnelly tenía la misión de conducir al país hacia unas elecciones libres, por primera vez en más de treinta años. La etapa transcurrida desde la noche del asesinato del dictador Rafael L. Trujillo hasta la expulsión del doctor Balaguer está recogida en dos libros míos anteriores: Los Últimos Días de la era de Trujillo y Enero de 1962: ¡El Despertar Dominicano!, publicados entre 1988 y 1991. Este tercer volumen abarca el período comprendido entre la elección del profesor Juan Bosch como el primer Presidente libre y democráticamente escogido por el pueblo dominicano en más de treinta años, hasta después de su derrocamiento por un golpe militar la noche del 25 de septiembre, siete meses después de su juramentación el 27 de febrero. Mucho se ha escrito en forma dispersa sobre este período de la vida nacional. Pero desde una perspectiva imparcial nunca antes se había publicado un libro dedicado exclusivamente a narrar los hechos que motivaron la elección de Bosch y los que, posteriormente, condujeron a su caída.
Por lo general la bibliografía sobre este período está dedicada a justificar el golpe o a glorificar a Bosch. Mi propósito ha sido el de exponer los hechos, obviando las interpretaciones y juicios de valores que pudieran nublar la comprensión por el lector de las circunstancias en que acontecieron. Sólo en los casos en que se hacía indispensable una interpretación para facilitar el entendimiento de un acontecimiento en particular, me he sentido alentado a incursionar en ese aspecto nebuloso de la narración histórica. El relato está basado en una exhaustiva investigación al final de la cual se acumularon montones de documentos y cientos de entrevistas. Buena parte del contenido de este libro fue posible gracias a los testimonios de personas que en su tiempo jugaron papeles descollantes en el desarrollo de esos sucesos.
Pero no se trata de una narración sostenida únicamente en testimonios. Como en los dos libros anteriores, las vivencias personales sirvieron muchas veces para confirmar el dato de un documento de la época. En otras oportunidades, encontré en un recorte de periódico, en un comunicado o en un informe oficial o de la CIA, la confirmación de un testimonio personal. Todo lo narrado en este libro responde estrictamente a la verdad de los hechos. No hay nada de ficción. Incluso en los diálogos, me he ceñido con rigurosidad al sentido y estilo en que me fueron contados, una vez que éstos pudieron ser confirmados en y por diversas fuentes. Alrededor de estos acontecimientos ocurrieron muchas otras anécdotas e incidentes que pudieron haber impregnado de más color y amenidad el relato. Preferí, sin embargo, prescindir de aquellas historias respecto de las cuales no podía obtener una seguridad completa, a través de más de una fuente confiable.
La mayoría de los personajes –políticos, empresarios, sindicalistas y militares- que aparecen en este libro, viven todavía y muchos de ellos ocupan posiciones relevantes en sus distintas esferas de actividad. Esta circunstancia favoreció sólo en parte la tarea de reconstruir la difícil marcha de una nación pobre hacia un estadio de vida democrática en un año de tantas dificultades como lo fue el de 1963. Inicialmente me había forjado el empeño de incluir en este libro un relato más amplio y detallado del alzamiento guerrillero de diciembre, en que pereció el líder de la Agrupación Política Catorce de Junio, Manuel Aurelio Tavárez Justo (Manolo). Las guerrillas fueron una consecuencia directa del golpe de estado que derrocó al Presidente Bosch el 25 de septiembre. Sin embargo, haberlo hecho hubiera significado extender injustificadamente la narración. Opté entonces por dejar esa parte a un cuarto volumen, con el cual cerraría el estudio de los tres años decisivos de la historia dominicana comprendidos entre 1961 y 1963.
En ese breve intervalo de nuestra vida contemporánea, el país pasó de un régimen dictatorial a los albores de una democracia. Por más que ese proceso de evolución quedara trunco por un golpe militar, en ese corto interludio fueron sembradas las semillas que germinarían luego en un sistema de vida más libre y pluralista tras muchos sufrimientos. Debido a las pasiones propias de la época, muchas actuaciones de personas, grupos e instituciones en 1963, parecerían inconcebibles treinta años más tarde. La mayoría de esas personas e instituciones han cambiado con el paso del tiempo. Mi propósito ha sido, para ceñirme a la realidad, el de presentarlos tal y como eran entonces y no ahora.
El Bosch y los demás personajes de este libro son, pues, los del 1963, no los de tres décadas después. El país ha avanzado un largo trecho desde los ya lejanos días en que ocurrieron estos hechos. Pero a despecho de los cambios físicos en las ciudades, el crecimiento de la economía y el surgimiento de universidades, las imperfecciones del sistema democrático son todavía ostensibles. El progreso material apenas ha reducido algunos puntos en las aún altas tasas de marginalidad que abruman a grupos mayoritarios de la sociedad.
Existe una prensa crítica y una economía abierta. No obstante, las diferencias sociales continúan tan pronunciadas como en 1963. Los Hijos de Machepa como Bosch solía referirse a las multitudes más pobres, son ya términos perdidos en el pasado. Pero sus penalidades siguen siendo las mismas; con todo, es justo reconocer que el país superó hace ya tiempo el estancamiento en que parecía sumido en aquel entonces. La secuela de acontecimientos trágicos que siguieron el golpe de estado del 25 de septiembre trascendió los límites de ese año fatídico. Diecinueve meses después, el 24 de abril de 1965, una revuelta militar que pretendía reponer a Bosch en la presidencia degeneró pronto en una guerra civil que costaría miles de vidas y una intervención militar norteamericana. La publicación de este libro es un tributo a quienes de una manera u otra colaboraron con el autor para hacerlo posible. Mi gratitud está dirigida a los cientos de personas que accedieron a ser entrevistadas, muchas de ellas varias veces, sin siquiera conocerme e ignorando, algunas, el propósito que me guiaba. Lo hicieron deseosos unos de contribuir al esclarecimiento histórico de una de las etapas más importantes de nuestra historia reciente, y esperanzados otros de reivindicar su papel.
El aspecto más difícil de mi tarea consistió en poner todas esas actuaciones en su justa dimensión. Desde ese punto de vista todos los testimonios y documentos revistieron idéntica importancia. Debo especial y personal agradecimiento al periodista Mario Álvarez, director del matutino Hoy, y al escritor Federico Henríquez Gratereaux, quienes accedieron a mis ruegos de revisar el original formulando muchas recomendaciones valiosas.
Álvarez me concedió el honor adicional de escribir un prólogo, lo que sin duda enriquece esta obra. Estoy en deuda también con el impresor, que hizo válidas sugerencias para mejorar la presentación de la obra, y con mi esposa Esther y mis hijos Lara y Miguel, que constantemente me alentaron a seguir adelante con este proyecto.