libro el mundo que quedó atrás
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El presidente soviético Leonid Breznev era un aficionado a la bebida y al tabaco. En sus últimos años se había visto obligado, cediendo a regañadientes a las recomendaciones de los médicos del Kremlin, a reducir sus dosis diarias de alcohol y cigarrillos debido a su hipertensión arterial. Su principal debilidad fue, sin embargo, hasta el final de sus días, su pasión por los automóviles.

Llegó a coleccionar una impresionante variedad digna del más acaudalado empresario capitalista. Conociendo esta inclinación del líder soviético, los dirigentes occidentales solían halagar su vanidad agregando un flamante automóvil a su larga lista al final de cada conferencia cumbre o visita a Moscú.

Cuando Nixon visitó la Unión Soviética en 1972, luego de su resonante viaje a China, entre su equipaje incluyó un enorme Lincoln Continental que dio a Breznev en su dacha en las afueras de Moscú. Willy Brandt le había regalado ya un Mercedes 280SL. George Pompidou un Citröen Maserati y el propio Nixon, dos años más tarde en Washington, un Chevrolet Monte Carlo.

La lista del garaje de Breznev era todavía más impresionante, abarcando casi todas las marcas. Uno de sus preferidos era un Ferrari  fabricado especialmente para él. Con frecuencia solía ir a su oficina conduciendo el Lancia que le había regalado Agnelli.

Breznev se deleitaba mostrando a sus invitados especiales la enorme línea de coches parqueados en los jardines de su dacha, a los cuales solía ofrecer un paseo conduciendo él mismo.

Esta pasión, casi de muchacho, por conducir frecuentemente a alta velocidad y en forma temeraria, estuvo en una oportunidad a punto de costarle la vida al presidente y secretario general del Partido Comunista Soviético. Breznev abandonó una noche el Kremlin, después de un banquete, al frente del volante de su Maserati.

Su chofer le seguía en otro automóvil en dirección a su casa de Kutuzovski Prospekt, cuando al llegar al puente sobre el río Moscova se percató, a duras penas, que sobre el carril de la izquierda otro automóvil conducido por un diplomático africano doblaba sobre él a velocidad impresionante.

Sólo la habilidad de Breznev impidió una colisión que hubiera resultado mortal, a causa de la velocidad en que ambos conducían, pudiendo girar en sentido contrario en el momento preciso.

Este incidente modificó las reglas del tránsito en Moscú.

A partir del día siguiente la policía de seguridad impuso ciertas limitaciones que llegaron a convertirse en la mofa de los diplomáticos y corresponsales extranjeros en la capital soviética.

Las restricciones consistían en una prohibición de doblar a la izquierda, en el mismo sentido que lo hizo el diplomático que por poco deja al PCUS sin secretario general, a lo largo de una ruta de más de tres kilómetros desde el Kremlin hasta el apartamento de Breznev. Esto causó enormes inconvenientes a los moscovitas y, principalmente, a los residentes extranjeros, incluyendo a los periodistas.

Durante muchos años esta ruta fue conocida como el carril Breznev, la cual era estrechamente vigilada por la policía de seguridad y a través de la que el dirigente soviético nunca dejó de conducir a 150 kilómetros por hora en uno de sus enormes y modernos automóviles.

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