La enorme ventaja de la izquierda dominicana, fenómeno que podía observarse también en todo el resto de Latinoamérica, era el temor de sus adversarios ideológicos a calzar la etiqueta de reaccionario o derechista. Así las personas con capacidad para entrar al debate, abandonaban el ruedo mucho antes de que soltaran el toro.
Los resultados finales eran previsibles. La confrontación en el campo de las ideas se reducía a un soliloquio, en el que sólo se escucha una voz con un único probable ganador.
Conscientes de este cuadro deprimente, dibujado precisamente a fuerza de propaganda y distorsión deliberadas, la izquierda no vacilaba en calificar de reaccionario, fascista, o cualquier otro epíteto de la misma naturaleza a todo aquel que se atrevía a asumir su derecho de buscar la verdad por sus propios medios, anteponiendo reservas, sobre todo de tipo moral, a las verdades marxistas.
Y como nadie quería ser reaccionario y la condición liberal, en el sentido político que aquí le damos, y de izquierdista, le venía bien a mucha gente, sobre todo en el aspecto material, muy pocos indagaban en busca de la verdad y la razón y el debate, en consecuencia, quedaba en manos de una sola facción.
Al igual que muchos otros colegas, a mí me hubiera resultado muy cómodo y ventajoso asumir posiciones de vanguardia y marchar codo a codo con la izquierda. No habría necesitado siquiera de una pipa, ni abandonarme al desaliño u olvidarme de ir al barbero cada cierto tiempo. Me habría bastado con dejarme llevar por la corriente para situarme al lado de cuantos aquí sin un análisis previo a fondo de la realidad social, abrazaban la causa del socialismo, sin renunciar, naturalmente, a la comodidad y el sosiego de sus buenos ingresos.
Entonces, no habría tenido necesidad de romperme la cabeza como aquéllos que proclamaban la reducción de la semana laboral en la República Dominicana y otros países regidos por sistemas democráticos, mientras respaldaban con entusiasmo la ampliación del horario laboral en Polonia y otras naciones del bloque comunista.
Tampoco hubiera sufrido dificultades para entender cómo la libertad de creación por la que abogaban en nuestros países, la condenaban abiertamente en Cuba y Nicaragua. Y cómo quienes protestaban por la falta de respaldo oficial a la labor artística y cultural en este país, aceptaban la persecución gubernamental contra poetas, artistas y escritores en Cuba y la Unión Soviética, por haberse atrevido a disentir de la corriente oficial, al través de un poema, una pintura o una novela.
Era difícil entender la facilidad con que los marxistas dominicanos censuraban, por ejemplo, a quienes defendían el derecho de Israel a existir como nación. Se les olvidaban que la creación de ese Estado, como resultado de una resolución de las Naciones Unidas de finales de 1947 que aprobó la participación de Palestina, tras la salida allí de los británicos, fue posible por el apoyo que a la idea dieron los soviéticos.
A los que se molestaban en indagar, les resultaba cuesta arriba explicarse por qué la izquierda respaldaba acciones en contra de Israel, donde funcionaba un partido comunista con representación en el Knesset (Parlamento), las políticas antisionistas árabes y más aún, cómo la Unión Soviética sostenía en esos países regímenes feudales, monárquicos y autoritarios que proscribían las actividades de los partidos comunistas y encarcelados de por vida o fusilaban a los dirigentes de esa ideología.
A mi modo de ver la explicación consistía en que la ideología, nunca había sido una motivación para la Unión Soviética, y por ende, para los comunistas. Por lo tanto, esos partidos en general no luchaban por una causa, sino por los intereses de una potencia colonial como la URSS. De ahí que los marxistas continuaron elogiando el grado de liberación alcanzado por Cuba, mientras ese país era cada vez dependiente del Kremlin, hasta el punto de ser obligado a hacer la guerra por la Unión Soviética a miles de kilómetros de sus playas. Por decir esto, yo era, naturalmente, un reaccionario.