Primero que nada, tiene clase. La misma clase que ha reiterado cada día a lo largo de su dilatada carrera ante las cámaras. De ahí que se maneje con el decoro que eleva como herencia familiar irrenunciable; de ahí que ejerza como vocera del Presidente de la República sin emular a muchos alabarderos palaciegos que la preceden; de ahí que no haya convertido su rol en un vulgar ejercicio publicitario; de ahí que no le responda, directa o sutilmente, a quienes la atacan con aviesas intenciones… De ahí, pues, que Milagros Germán merezca toda la consideración y el respeto que tiene bien ganado.

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