Toqué suavemente sus puntos sensitivos. Respondió a las vibraciones de mis dedos, impaciente y nerviosa. La contemplé, asombrado ante la brillante ventana de su alma. Esperó que dispusiera de ella, presta a lo que fuera, a lo que yo quisiera. Le pregunté su nombre, sus medidas, sus límites. Respondió, con las palabras estrictamente necesarias. Entonces, quise abrazarla, besarla, darle vida. Pero (¡Oh, decepción!), me respondió con un “chuiiip” y una frase golpeante: “Apretó la tecla equivocada. Por favor, vuelva al programa”. (Así pateó mis sentimientos esta computadora poco romántica e ingrata).

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