Cuentan las voces autorizadas que atestiguaron su elevada ejecución que el baloncesto dominicano tiene un antes y un después de la incursión de Hugo Cabrera.
Indican que su calidad no solo rezumó sobre el Palacio de los Deportes Virgilio Travieso Soto, sino que la selección nacional dio un salto gigante después de que “El Inmenso” vistió esa franela con la misma gallardía que le acompañó hasta el último de sus hálitos.

He preguntado a varios que le vieron y coinciden en que con Hugo y Eduardo Gómez se le empezó a perder el miedo al “cuco” que era Puerto Rico para nosotros en el deporte de James Naismith.

Como amante de esta disciplina he recolectado opiniones a través de los años. Las reacciones han ido desde ojos brotados a la sentencia de no hay comparación porque para muchos ha sido el mejor.

Los 57 puntos en 1976 con San Lázaro frente a San Carlos. Los 61 del año siguiente contra el Eugenio Perdomo. Clase de colección de logros. En ese 1977 se celebró el torneo Centrobasket de Panamá, donde Cabrera fue una copia del Caballo de Atila y ese tabloncillo tembló en cada partido.

República Dominicana no estaba para ganar. De hecho no lo había logrado en las seis versiones anteriores. Estaban los boricuas y los locales como favoritos. Más no fue así. Los del patio se encargaron de cambiar el curso de la historia y redactar una con un sello dorado indeleble en los registros de nuestro deporte.

Los triunfos para asegurar esa medalla de oro fueron contra los de la Isla del Encanto y los de la tierra del Canal.

Parafraseando a un personaje llamado Zachary Smith en “perdidos en el espacio”, se vale decir “no temáis que Hugo está aquí”.

Claro está, Smith era muy cobarde y salía corriendo. Cabrera, de su lado, quería enfrentarse a Raymond Dalmau, Rubén Rodríguez y compañía. El miedo no estaba en su diccionario.

Nací en 1976. Todo esto me lo han relatado quienes sí disfrutaron de ese manjar en la duela. Los grandes marcan generaciones porque su legado no muere. Descanse en paz, Hugo Cabrera. Ha sido un placer investigar sobre su grandeza. Mis respetos, mis respetos.

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