jaque a la libertad
jaque a la libertad

Una de las cosas a las que los periodistas acabamos acostumbrándonos es a la presiones. No me refiero, solo, a las de carácter gubernamental. Son tan diversas y sistemáticas que uno aprende a vivir con ellas.

Vienen en las formas más variadas. En calladas conversaciones de grupos, en inesperadas llamadas telefónicas de amigos, a quienes uno no ve desde hace meses, pero que se preocupan por darnos un pequeño consejo, en iracundas reacciones de personas y políticos molestos por un artículo. Provienen de colegas de otros medios. A decir verdad, éstas eran las más frecuentes.

Al principio uno se preguntaba el porqué de éstas últimas. Comenzaba por obsesionarnos y como no hay causas legítimas terminaba uno por desecharlas. Un día recibí una llamada inesperada. «No hagas este pleito tuyo. Tú no eres dueño de periódico», me dijo. No le respondí nada que no fuera lo habitual en una conversación de viejos amigos periodistas que tenían tiempo sin hablarse.

Pero pienso que debí quizás demostrarle mi disgusto. A veces pienso que soy un obseso. Lo digo porque durante casi 48 horas estuvo trabajándome su amigable advertencia de que si seguía en mi actitud no encontraría trabajo en otro periódico si llegaba a perder mi puesto en El Caribe.

Era como para reírse y me reí, como dicen, por dentro. Pero fue una acción típica de esa cadena de sutiles presiones a las que uno se ve forzado a resistir cotidianamente.

Algunos días más tarde, otro amigo se me acercó para decirme que un periodista “está archivando” mis trabajos, no sabía con qué propósitos. Aunque parezca irónico sentí una extraña mezcla de satisfacción interior. A veces creo que nadie lee lo que escribo y saber que alguien me colecciona es motivo suficiente para encen- der mi oculto orgullo.

Pero muchos se preguntarán, ¿De qué presiones hablas? Tiene uno que estar dentro de la profesión para percibir la importancia que estas pequeñas cosas tienen y el daño que pueden hacer.

Si uno decide escribir algo sobre la situación política, es lógico suponer que muchos dirigentes se sentirán disgustados. Conociendo los altibajos tan frecuentes en el ambiente, es de esperar que la publicación de otros cambie el estado de ánimo de esos políticos. En una misma semana escuché de un dirigente dos opi- niones diferentes del periódico El Caribe. En ambas ocasiones se refería a editoriales. En uno el diario expresaba puntos de vista coincidentes con su posición. En el otro el asunto fue a la inversa. Es fácil sospechar la naturaleza de sus reacciones en cada caso.

Hay cosas difíciles de asumir para un periodista que tema a este tipo de presiones en nuestro país. Puede vivir fácilmente sin ella si se abstenía entonces de escribir en forma crítica, y con in- dependencia, de los siguientes tópicos sagrados: los problemas de la universidad estatal, la oposición y sus fallidos esfuerzos por unificarse, la revolución cubana y el proyecto de colegiación de periodistas.

Por mi parte admito que había cometido errores capitales. Puedo enumerar algunos. Mi insistencia en referirme a los estragos económicos que el aumento del petróleo había causado en los países en desarrollo importadores netos del crudo, como era el caso de la República Dominicana; mis dudas respecto a las ten- dencias prevalecientes en el llamado Tercer Mundo; mi oposición a que se proyectara hacer obligatoria la colegiación para ejercer el periodismo, que no era más que la práctica continua y diaria de un derecho constitucional; y mis reservas sobre la eficacia de acciones de grupo para hacer valer justas aspiraciones de precios en mercados internacionales, el caso específico del azúcar con GEPLACEA.

Había pecado también al escribir contra la intervención de Fidel Castro en África y al creer en Israel. En resumen me había atrevido a pensar por mí mismo.

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Beneficios de una prensa libre

El 8 de marzo de 1978, escribí en El Caribe que la experiencia demostraba que a pesar de sus defectos, o probablemente por ellos, la propiedad privada de los medios de comunicación era la única garantía de una prensa libre e independiente. La tesis de una prensa al servicio de los esfuerzos del Estado en provecho del desarrollo económico, la seguridad social, y no sé cuántas patra- ñas más, era y es una trampa.

En los países totalitarios de derecha la supresión de los diarios privados deriva en un monopolio estatal, en el que toda publicación está sujeta a estricta censura para aniquilar cualquier posible oposición. En los países de regímenes izquierdistas la mordaza, aplicada con los mismos fines, culmina en la sumisión intelectual, una de las más horribles formas de claudicación humana.

En una sociedad pluralista, como la nuestra, los diarios sirven a múltiples propósitos: divierten, orientan e informan imparcial- mente. Pueden ser corrompidos, engañados, subrepticiamente uti- lizados y hasta calumniados, pero casi todos terminan siendo útiles a la colectividad. Se convierten en factores importantes del desa- rrollo económico, social y cultural. Contribuyen a una visión más clara y ordenada de los ciudadanos ante la problemática nacional e internacional. Son fuentes permanentes y fieles de información amplia y verdadera. Y en ella los lectores encuentran ese tan necesario ingrediente de la vida diaria: información rápida, objetiva y bien presentada, que es la característica del diarismo occidental.

En Cuba y la Unión Soviética, sus propios dirigentes no se cansaban de pregonarlo, la prensa era un instrumento de propaganda al servicio del partido, el Estado, la revolución y todos esos luga- res comunes propios de la retórica marxista.

En Haití, ha sido y era entonces un arma de dominación de la familia Duvalier. En Paraguay, parte del poder mismo de la larga dictadura de Stroeesner. En otros países del Hemisferio, el totali- tarismo utilizaba su poder para mantener el oscurantismo.

Una prensa total y únicamente al servicio de los gobiernos es tan groseramente dañina, moral y políticamente, como la dicta- dura misma. Algunos regímenes han advertido en una forma tan dramática el alcance de una prensa estatal que no han escatimado esfuerzos por favorecer teorías y medidas con esos propósitos bajo el amparo y la complicidad de organismos que, como la Or- ganización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), deberían por el contrario sustentar la ne- cesidad de una prensa libre de toda esa nefasta influencia.

En los países donde no existe la libertad de prensa, los diarios han sido empleados para aniquilar a la oposición. En los países donde existe, los partidos, en el Gobierno y fuera de él, han podido gracias a ella crecer, desarrollarse y escalar el poder. Veamos un ejemplo. La edición del 7 de marzo de El Caribe trajo material va- riado sobre las actividades de la oposición en todo el territorio na- cional. Leí en él críticas de todas clases al Gobierno. Y me agradó, particularmente, por su objetiva redacción, una amena y extensa entrevista con la esposa del candidato presidencial del Partido Comunista en la que se hacía la apología del sistema marxista.

¿Se imaginan ustedes algo parecido en un diario de La Habana, Moscú o Asunción? ¿Sería posible leer una entrevista de un empresario o un político centrista defendiendo las virtudes de la libertad de empresa en Pravda o Granma?

No alcanzaba a comprender, decía entonces en mi columna, los motivos por los que algunos políticos en el país se empeñaban tanto en avivar el fuego contra la supervivencia de una prensa libre. Me resistía a creer que lo hacían solo porque estaban ex- puestos a leer en sus páginas noticias y comentarios que puedan no ser de su agrado o de su conveniencia política. Porque en el fondo muchas de ellos debían estar conscientes que llegaron a ser lo que son, gracias a que todavía había periódicos y periodistas dispuestos a luchar por una prensa libre.

En el fondo sabían, o sospechaban, que sin una prensa inde- pendiente muchos de ellos estarían forzados a arrastrar su medio- cridad política por todas partes.

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Se necesita una prensa libre

El 5 de abril, escribí que cada día eran más contundentes los indicios de que detrás de las iniciativas, aparentemente inocentes, a favor del control de los medios de comunicación se ocultaba el siniestro propósito de amordazar y acuchillar a la prensa libre.

Muestras de este aserto habían sido amplia y profusamente di- fundidas en la prensa local. No existía margen para la duda. El hecho de que la UNESCO defendiera con tanto ardor las posiciones agresivas de tantos gobiernos totalitarios y corruptos contra la libertad periodística, subrayaba sólo el interés de las grandes y oscuras fuerzas que se movían detrás de ella en preservar la ignorancia de los pueblos.

De todos los absurdos argumentos que había leído a favor de tales posiciones, ninguno tan sórdido y extravagante como el que expusiera en esos días en Jakarta, el ministro de Información de Indonesia, Ali Murtopo, aunque ignoraba si las últimas cuatro letras de su apellido tenían alguna relación estrecha con sus aptitudes. Pero lo cierto es que su discurso no dejaba pie a ninguna duda respecto a los propósitos que envolvían los planes de silen- ciar a la prensa, por medio del pretexto de que era necesario un mayor y equilibrado flujo de información sobre la vida del llamado Tercer Mundo.

Murtopo sostuvo, por ejemplo, que no debía permitirse que la libertad de prensa pusiera en peligro lo que él llamaba “estabilidad” de los países en desarrollo. “Los países en desarrollo no pueden permitirse el lujo de perder demasiado tiempo permitiendo que la libertad de prensa absoluta se desintegre en toda clase de excesos, cuyas consecuencias no puedan ser previstas”, dijo.

Esta era la típica demanda de gobiernos ansiosos por eliminar sin objeciones a sus opositores. La prensa, alegaban, debe ser instrumento del desarrollo económico. Fuera de él, carece de sentido práctico.

Como frágiles castillos de arena se desploman estos débiles argumentos al simple soplo de la lógica. Pero es evidente que los regímenes totalitarios seguirán blandiéndolo como arma sostén de sus diabólicos designios.

Imagínense muchos gobiernos de nuestra región libres del diario escrutinio de una prensa pluralista. Para ser más gráficos, figurémonos una República Dominicana desprovista de esos me- dios, objetivos, algunos, incisivos y apasionados, otros, en medio de un proceso electoral. He tratado de desechar desde entonces esta idea que a veces todavía me asalta en sueños como una ho- rrible pesadilla.

Afortunadamente, con aisladas violaciones, algunas de ellas muy graves en el pasado, los gobiernos dominicanos han sido respetuosos de ese derecho desde la caída de la tiranía de Rafael Leónidas Trujillo. Esto, más que a la prensa misma que sirve a in- tereses generales de la sociedad cuando se respeta a sí misma, ha favorecido a los políticos y a los partidos, que han encontrado así camino expedito para el desarrollo de sus actividades.

Me resisto a creer que en el fondo de su corazón exista algún político dominicano, surgido en ese ambiente, que no reconozca el valor y el sentido de una prensa independiente.

Uno de los argumentos que más frecuentemente se emplea para sostener la necesidad de un control estatal sobre los medios es el que las agencias internacionales y los periódicos y revistas

occidentales no dedican mucho tiempo y espacio a la cobertura de los hechos positivos, culturales y de otra índole, que ocurren en los países del Tercer Mundo.

Como inicié ese artículo con una referencia al discurso del ministro de Información indonesio, Murtopo, y como no había cam- bio sustancial en la conducta oficial en Jakarta y ese régimen era uno de los defensores más activos de las corrientes contra una prensa libre y democrática, me atrevía a pensar que en parte ese disgusto provenía de la amplia y objetiva difusión que hacía unos cuantos años se dio en América y en Europa a la cruel e injustifi- cada matanza de cientos de miles de comunistas y otros opositores en Indonesia.

El que las calles y plazas de Jakarta se llenaran de sangre ino- cente no era razón suficiente para tantos aspavientos en Occidente. Pensándolo bien, desde su punto de vista, Murtopo tenía razón. A lo mejor había entonces actividades culturales e intercambios deportivos, el descubrimiento de algún nuevo pozo petrolero, que inspirara una mayor dedicación a una prensa empeñada sólo en las injusticias.

Falacia y trampa

Por mucho que se insistiera en la necesidad de poner en vigen- cia las funestas iniciativas de la UNESCO a favor del establecimiento de controles contra los medios de comunicación, estaba claro que la pasión que muchos gobiernos ponían en esa empresa era indicio de que solo sirven a un propósito: el de silenciar la crítica y la oposición.

Son los políticos en decadencia quienes precisamente defendían con más ardor esta celada contra la existencia de una prensa libre. Luis Echeverría, de México, para citar un caso, era un ejem- plo patético.

Impopular desde la matanza de Tlatelolco, en la que cientos de estudiantes fueron acribillados a mansalva y aplastados por las ruedas de los tanques, Echeverría descubrió, tras su elección

como presidente, que éstos controles eran una garantía para que muchas de las interioridades de esa horrible acción continuaran ocultas.

Inexplicablemente, en República Dominicana, muchos políticos que debían su popularidad a la prensa conspiraban diariamente contra ella. Creían ingenua e ilusoriamente que el esnobis- mo era garantía para mantenerse en la primera fila del acontecer político. Por eso jugaban, con la inocencia de un niño con un ju- guete nuevo, con corrientes tan peligrosas y dañinas como las que la UNESCO ponía en manos de muchos gobiernos para dar una estocada mortal a los medios de comunicación, en aquellos esca- sos países donde todavía existían.

La idea de un justo “equilibrio de la información” era una falacia y una trampa. Porque no era cierto que existiera o exista lo que la UNESCO, muchos gobiernos y algunos políticos dominicanos llamaban monopolio de la información por parte de las grandes potencias occidentales.

La idea de mi artículo del 22 de abril de 1978, no fue profundizar en un tema que ya había sido ampliamente debatido. Mi interés era, simplemente, referirme a los términos de un artículo publicado días antes por el doctor Emilio Ludovino Fernández en el matutino Listín Diario con el título “Mi posición ante la UNESCO”.

Notable por la trivialidad de sus argumentos, ese artículo de- jaba, a pesar de ello, hondos motivos de preocupación. Y esto así, por el hecho de que Fernández advertía que si llegara alguna vez al gobierno promovería la adopción de medidas abiertamente contrarias a las que los propios periodistas, estimaban convenien- tes a un clima de libertad.

Decía, por ejemplo, lo siguiente: “¿Qué persigue la UNESCO? En primer lugar, corregir el desequilibrio que hasta ahora existe en el flujo de comunicaciones. O para decirlo con palabras de su director general Amadou M’Bow, aclarar nociones tan fundamentales como el derecho de comunicación que tienen como corolario el derecho de respuesta y, en términos más amplios y generales, el derecho de acceso y el derecho de participación en la elaboración de las comunicaciones”.

Todo político consciente tiene que admitir que si hay algo que garantiza un clima de libertad de prensa sin sujeción a control o vigilancia gubernamental es precisamente todo lo envuelto en la frase del doctor Fernández, lo cual es imposible de imaginar siquiera bajo una prensa sometida al escrutinio estatal, el cual obviamente favorecía el director de Asuntos Internacionales del Partido Revolucionario Dominicano (PRD).

En refuerzo de sus argumentos, Fernández citó los párrafos de un discurso del presidente de Venezuela, Carlos Andrés Pérez, famoso entre otras cosas por su brutal campaña anticomunista de sus días de ministro de Gobernación, en defensa de las posi- ciones de la UNESCO. Según el doctor Fernández, el presidente venezolano dijo: “Tampoco es justo que una concepción falaz de la libertad de información deje en manos de las empresas trans- nacionales de noticias la absoluta decisión sobre la información que se suministra a los pueblos, hasta provocar circunstancias tan ignominiosas como las que vive América Latina. La prensa internacional sólo recoge la información que deteriora la imagen de nuestros pueblos y la gran prensa y medios audiovisuales del mundo industrializado ignoran nuestras luchas, nuestros esfuer- zos y los justos reclamos de un sistema justicia internacional”.

Si esta última parte de la afirmación del presidente Pérez fuera cierta y los periodistas nos guiáramos por ella para evaluar nues- tra información al extranjero, entonces, como representante de una agencia internacional, yo debí haberme abstenido de infor- mar sobre la agresión de que fue recientemente objeto una ca- ravana electoral del PRD de oposición, por presuntos militantes oficialistas.

La lectura del artículo del doctor Fernández, despertó en mí te- mores de que, una vez en él gobierno, y siendo como lo confesara el partidario de los controles patrocinados por la UNESCO, ese tipo de información no podría ser difundida.

La experiencia demostraba que las intenciones escondidas de- trás de tantas inocentes fantasías sobre equilibrio de información, lo que perseguían y persiguen es evitar que se conozcan situacio- nes que afectan a los gobiernos, no a los países.

Lo malo no era criticar o informar, por ejemplo, que una “revo- lución nacionalista” como la del Perú invirtiera 500 millones en la compra de tanques y aviones soviéticos, lo que era verdad, mien- tras grandes núcleos de su población sufrían horribles miserias y carecían de servicios elementales. Lo que daña a un país es que un gobierno en nombre de una causa, una revolución y un progreso que no existe, propicie tales medidas.

Me parecía que siendo el PRD una opción verdadera de poder y estando el país a menos de un mes de las elecciones que pudieran llevar a este grupo al gobierno, debería haber una definición clara respecto de si los conceptos del doctor Fernández sobre la prensa y la UNESCO constituían una política de su partido.

Estaban en las concepciones de Fernández sobre la prensa mu- chos valores en peligro. Y no creía que el PRD o su candidato presidencial, Antonio Guzmán, tan favorecido por la cobertura diaria de una prensa objetiva y libre, debían soslayar este empla- zamiento.

El silencio en este caso sólo contribuyó a fomentar temores de que un clima de libertad ganado con tanto esfuerzo pudiera estar en el filo de un precipicio.

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¡A aprender otro oficio!

Si a algún colega con menos experiencia se le hubiera ocurrido pedirme entonces un consejo, no vacilaría en responderle “Apren- de otro oficio”. Eso escribí el 28 de abril de 1978.

Por más que trataba de no pensar en ello, me invadía un terri- ble pesimismo. A los periodistas que aspirábamos seguir viviendo de nuestro trabajo independiente nos podía quedar poco tiempo. No es que tuviera miedo. Era simplemente que me percataba de- masiado de un peligro inminente.

Grupos políticos, de todas las tendencias, que aspiraban al poder y tenían posibilidades de alcanzar el Gobierno abrazaban todavía, tal vez con más ardor tendencias totalitarias contra la prensa.

El alto dirigente del PRD, Emilio Ludovino Fernández, había puesto en claro en una serie de artículos publicados en el matuti- no Listín Diario cual sería la actitud de esa fuerza política si alcan- zara el poder en los comicios generales del 16 de mayo de ese año.

El director ejecutivo de El Caribe, Mario Álvarez Dugan y yo, nos vimos en la obligación de instar la semana anterior al candidato presidencial del PRD, Antonio Guzmán, y al partido mismo, a aclarar si las concepciones contra la prensa independiente del señor Fernández constituían una política bien definida en la or- ganización.

Sus opiniones sobre las agencias internacionales de noticias, principalmente las de Estados Unidos, a pesar de sus magníficas relaciones con la embajada de ese país, eran pruebas de cuán difí- cil resultararía a esas empresas trabajar libremente en un gobier- no del agrado del señor Fernández.

Como ni el señor Guzmán ni ninguno de los otros dirigentes del PRD, se preocupaban, tan seguros de su triunfo electoral, de aclarar su posición ante la prensa y las peligrosas ideas sobre un “control” de los medios de comunicación expresados explícita- mente en los artículos en el Listín Diario del señor Fernández, parecía que los periodistas no podíamos hacernos demasiadas es- peranzas.

Me quedaba la satisfacción de que en esos años de ejercicio profesional había podido informar libremente de cuanto acontecía en el país. En mis notas informativas, daba un tratamiento igual, libre de todo prejuicio político, a las actividades del PRD, a la de los comunistas y a las del Gobierno del presidente Joaquín Balaguer.

Por todo ese tiempo, convertí en una casi aburrida rutina el sentarme tranquilamente en mi teletipo o ante mi maquinilla del diario, sin temores de ninguna especie, para difundir todo lo que había creído que era noticia.

Esa libertad me permitía también expresarme con toda fran- queza, sin temor a represalias, aunque algunos comunistas amigos, por lo menos creo que me consideraban como tal, hicieron veladas y escalofriantes insinuaciones, respecto a situaciones de toda índole, como la penosa intervención de Cuba en África, las represiones del régimen soviético y la crueldad del terrorismo in- ternacional.

Recuerdo, porque pienso siempre en ello, que Rafael Herrera dijo una vez, con dramática premonición, que los periodistas que creemos en nuestro derecho a trabajar libre de todo control estatal, o de otra naturaleza, somos una “especie en proceso de extinción”. Quizás nunca como entonces ese proceso de extinción parecía tan próximo.

Posted in Jaque a la Libertad. El derecho a la No Asociación

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