Los censos son instrumentos de planificación y un país difícilmente puede organizarse sin poseer estadísticas veraces o muy cercanas a su realidad. De ahí la importancia que se le atribuyó al X Censo Nacional realizado a finales del año pasado y la necesidad de que sus resultados sean un reflejo más o menos fiel del momento en que vivimos, especialmente aquellos relacionados con la vida económica. Las informaciones sobre población, cuántos por ejemplo residen en las zonas urbanas, cuántos en las rurales, y otras, son vitales para el diseño de políticas públicas.

El que muchos meses después no se tenga la mínima idea de sus hallazgos y el hecho de que las elecciones tengan que realizarse con los números del censo del 2010, es una evidente señal del fracaso y de la inutilidad del dinero invertido en ese intento de censar al país.

Lo usual es que un censo se realice cada década, por lo que este se hizo con dos años de atraso debido a la pandemia sanitaria, lo cual le asignaba mayor interés y trascendencia. Los censos no son tareas fáciles y requieren mucha inversión. Más de 3,600 millones de pesos habría costado, según se ha dicho.

El proyecto estuvo precedido de controversia. Eso comprometió el apoyo general normalmente requerido para su éxito y muy pronto surgieron dificultades relacionadas con las quejas de los empadronadores y las suspicacias sobre temas que muchos vincularon a un supuesto plan político acerca de la inmigración haitiana. La consigna “Todos somos Haití”, esgrimida por la directora de la ONE, desvirtuó el proyecto desde sus mismos inicios.

Lo cierto es que los tropiezos sufridos durante su realización denotaron fallas de planificación y falta de transparencia. El país necesita ser bien informado de algo que busca decirnos quiénes y cuántos somos. ¿Por qué no se publican los resultados? El país necesita saberlo. ¿No se publican porque no hubo tal censo o porque no se usó en él todo el dinero planificado?

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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