Es hartamente aceptado que el mérito de un buen mediador consiste en lograr que las partes no se retiren al primer desacuerdo. En infinidad de casos en el pasado, la costumbre entre nosotros fue sentarse en la mesa de negociación, no a la mesa, con la concebida idea de obstaculizar un acuerdo. El clima ideal se da cuando se admite que nadie tiene toda la razón. Sólo así es posible arribar al lugar deseado. La sabiduría de monseñor Agripino Núñez Collado consistió en bajarlos a la mesa y colocarlos en ese punto de partida, cada vez que asumió la tarea de desenredar los nudos de un desacuerdo.

Cuando el propósito es evitar un arreglo, las exigencias se formulan para dejar al contrario sin opciones. En muchas ocasiones pasadas, a las demandas de carácter social al gobierno de turno, además del arreglo de las calles, el mejoramiento de las redes eléctricas, el suministro de agua potable y la recogida de basura, se añadían el retiro de las tropas de Estados Unidos en el exterior, la excarcelación de los palestinos de las cárceles de Israel, el fin del “bloqueo” a Cuba y otras exigencias ajenas a la voluntad y decisión de la autoridad local.

En el prolongado conflicto entre el Colegio Médico y el Ministerio de Salud Pública, el gremio llegó a poner como condición la aprobación del 5% del PIB para el sector, tal vez desconociendo que el tema era ajeno, por extemporáneo e incompetencia, al Ministerio y al Poder Ejecutivo. En el caso de ejecución de un presupuesto el asunto tiene que esperar la formulación del próximo y la aprobación del Congreso, el órgano al que corresponde la decisión final sobre el reclamo.

De todas maneras, no se debería recurrir a acciones extremas para validar demandas ni renunciar a un entendimiento en un clima de respeto mutuo.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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