Un país que no respeta su bandera, y desconoce el valor y color de cada cuadrante, y escudo, no está en capacidad de defender cuanto ella significa. Este pudiera ser el caso nuestro, a pesar de cuantas protestas se leen y escuchan sobre un ferviente nacionalismo que en muchos casos solo refleja una falsa postura propia en quienes alardean de lo que no creen y desconocen.
Por años he escrito y demandado acerca del uso correcto de los colores de la insignia nacional, en referencia a los cuadrantes azules superior izquierdo e inferior derecho que corresponden a una tonalidad azul marino y no al tono oscuro que en el vestuario moderno se conoce como blue navy, más similar aunque no exactamente al de la enseña estadounidense.
Es imperdonable que la bandera que se esgrime incluso en los eventos internacionales cuando un atleta dominicano se hace merecedor de una medalla, sea una con un azul que no es el suyo, que llevan incluso de aquí con esos fines.
Es muy común ver desplegadas una del lado de otra, banderas con matices diferentes en sus cuadrantes azules, incluso en los edificios públicos más emblemáticos de la dignidad estatal, como el Congreso, las alcaldías, la Suprema Corte y el Palacio Nacional. Le he preguntado a congresistas, funcionarios e historiadores acerca de esta práctica y ninguno de ellos me ha parecido interesado en el tema, como si tratara de algo irrelevante; algo así como perderse un partido de béisbol. Llegué incluso a escribirle hace años sobre el caso a los presidentes de ambas cámaras, donde suelen izarse todavía banderas en mal estado, prohibido por la ley, y con distintas tonalidades del azul, sin recibir respuesta alguna.
El caso es que si no respetamos la bandera, el mayor símbolo de la nacionalidad, terminaremos menospreciando el valioso privilegio de ser dominicano.