Uno de los grandes imperativos del presente, y del futuro por supuesto, es la necesidad de encontrar la forma de conciliar los logros del crecimiento económico con una mejor y más equitativa distribución de sus frutos. Entre la aceptación de esta realidad y la voluntad para llevarla a la práctica, han mediado siempre abismos insondables.

Tal vez uno de los más grandes defectos nacionales ha sido siempre la carencia de voluntad política para realizar aquellas empresas que demandan sus propias necesidades, y entender ese defecto no sólo como el fruto de decisiones y políticas gubernamentales, sino más bien como la falta de vocación general para acometerlas. Este es uno de los puntos, sin embargo, en que muchos políticos dominicanos, no todos, lucen totalmente parecidos. Por lo general saben identificar las metas sin la misma habilidad para encontrar el camino de su búsqueda. La diferencia entre la inacción, que ha sido tradicionalmente la causa de muchos de nuestros males, y el correcto encauzamiento, es una voz de marcha dictada a tiempo.

La gravedad de nuestros problemas hace ya un imperativo la toma de decisiones inmediatas, a fin de evitar consecuencias sociales peores de las que el pueblo se ha visto precisado a afrontar. La brecha entre la opulencia y la miseria ha seguido expandiéndose en el país, y acelerado a partir del proceso de devaluación que hemos estado sufriendo en los últimos años. Aquello de que habitamos una tierra de promisión, suena hueco a los oídos de cientos de miles de padres de niños famélicos, que anualmente nacen y mueren en medio de un ambiente de escasez absoluta sin oportunidades ulteriores. Ni siquiera en los períodos de crecimiento económico se han dado en este país avances sostenibles en el mejoramiento de las condiciones de vida en sentido general.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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