A diario recibo correos y mensajes en las redes de la más diversa índole. Me llamó mucho la atención el de un buen hombre, un médico de profesión, me dijo, quien entiende que mis opiniones son fruto de una oposición a ultranza, criterio este al parecer muy expandido en la esfera oficial, según se me ha hecho saber por distintas vías. Cuando sopeso esta interpretación a las observaciones que con frecuencia hago a políticas, proyectos y conductas del sector público, me asalta la dolorosa sensación de que incurro en el mismo pecado capital en el que caen altas figuras y seguidores fieles del Gobierno; es decir, incapacidad para hacerme entender con claridad.

La verdad es que mis críticas tienen una motivación distinta. Me guío por la ilusión de encender una luz que otros no se cansan de apagar, y dejan con ese proceder a oscuras un esfuerzo de gobierno en algunas áreas que no se llega a apreciar del todo por esa irrefrenable fascinación por la polémica que caracteriza el comportamiento de muchas figuras encumbradas.

La mayoría de los dominicanos no tiene filiación partidista. Lo que quiere en el fondo es que las cosas marchen como Dios manda, sin importar el brazo o cerebro que las dirija. Como ciudadano que vive de su actividad profesional y no medra de las fuentes oficiales, me resulta en extremo difícil desprenderme de mi voluntaria obligación de decir las cosas como las pienso. Mi breve e infeliz experiencia en la vida pública me enseñó que la adulación y las posturas incondicionales de colaboradores terminan haciendo más daño a los gobiernos que las críticas de sus peores opositores.

Mis reservas sobre conductas del Gobierno son fruto de un auténtico deseo de que las cosas mejoren. Como muchos dominicanos pienso que la atención del presidente debería centrarse en la solución de problemas que parecen estar alejándolo del corazón de aquellos que hicieron posible su llegada al Palacio Nacional.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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