¿Cuántas encuestas se requieren para que un candidato pueda proyectar una consistente imagen de vencedor? ¿Cuál de ellas le dice su real posicionamiento en el aprecio público? ¿Por qué si tantas encuestadoras coinciden en inclinar la balanza a favor de uno, no cesa la campaña de propaganda distorsionadora, que pone de relieve y fuera de contexto expresiones del otro, muchas de ellas ciertamente desacertadas en las circunstancias de una campaña ríspida, en la que el valor del dinero supera el de las propuestas?

En mis seis décadas de ejercicio periodístico he presenciado mucha agresividad en campañas políticas, pero pocas veces como ahora la violencia verbal, la mentira y la manipulación habían calado tan profundamente en el ánimo nacional como en la presente. Nunca se había recurrido a tantas fabulaciones, ni se había acusado a entornos de candidatos de urdir planes para desprestigiar al Gobierno, como si no fueran los propios gobiernos los que se desprestigian a sí mismo, cuando apelan a grabaciones ilegales; o se usan para fabricar tramas contra las posibilidades de un contrario, como ya ocurriera en el pasado y estaría ocurriendo ahora. Jamás tantos recursos públicos se pusieron al servicio de una candidatura, con el pleno respaldo de su beneficiario, víctima también en el pasado de esa práctica ilegal.

En febrero y mayo próximos, los dominicanos volveremos a las urnas a elegir al binomio que dirigirá a la nación por los próximos cuatro años, así como a los miembros del Congreso y todas las posiciones municipales. En una democracia de valores, con fuertes instituciones, los ciudadanos ejercen ese derecho en plenitud y con plena conciencia, sin más presión que aquella que les dicta su propia visión de la realidad. La distorsión de esa realidad, mediante encuestas y adquisiciones mediáticas, tiene el propósito de cambiar el ambiente que uno observa en las calles

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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