Las elecciones municipales celebradas el domingo reflejan la realidad política que el país ha estado viviendo de un buen tiempo a esa parte. La abstención estimada en un 70% del padrón hábil para el sufragio, no dice mucho a favor del apego nacional al voto como instrumento idóneo para la solución democrática de los problemas implícitos en la ruta hacia el desarrollo.

Las viejas prácticas viciosas de compra de votos y uso de los recursos públicos para promover candidaturas oficialistas no son nuevas en el historial electoral dominicano y dudo que nuestra cultura electoral las desarraigue y no imperen nuevamente cuando nos toque concurrir en mayo próximo para formar un nuevo Congreso y escoger entre reelegir al presidente o llevar un nuevo inquilino al Palacio Nacional. Pero sí muestran una terca y odiosa preferencia por los oscuros métodos del pasado, reeditados bajo promesas de “cambio” moral en la forma de hacer política y proteger el patrimonio público.

Algo del espíritu democrático que anima todo proceso electoral, quedó sepultado el domingo. El uso descarado del poder se impuso otra vez bajo otro nombre.

Pero quedó claro también la incapacidad de la oposición para movilizar y motivar a su gente para ir a votar. La gente prefirió ir a sus iglesias y comer fuera de casa que ir a un recinto electoral para votar por candidatos que no inspiraban entusiasmo alguno. En el Distrito Nacional, por ejemplo, el candidato de oposición parecía más preparado para la gestión municipal que la alcaldesa reelegida. Pero no llegó a conectar y se confundía con el escenario. Su rival, en cambio, es un volcán de emociones y simpatía como su padre. Tal vez ahí estuvo la diferencia.

La abstención y la baja votación de la alianza opositora RescateRD, obliga a esta a rediseñar sus propuestas para mayo. De no hacerlo, podrían verse de nuevo sometido a una inevitable derrota.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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