Un discurso del Papa Francisco sobre la relación con otras confesiones, me recordó en su momento la fanática reacción del clero musulmán cuando Benedicto XVI rechazó la violencia del extremismo islámico, y el nerviosismo que ello de inmediato provocara en el Vaticano confirmando así el terror que infunden en Occidente. Lo curioso es que las reacciones de los clérigos musulmanes estaban llenas de diatribas contra el cristianismo y los intentos de aclaración de la Santa Sede no hacían alusión alguna a ese hecho. Lo importante era excusarse con esa gente que ya han hecho pagar muy caro el “crimen” de publicar caricaturas del profeta Mahoma.

La verdad es que el Papa Benedicto no ofendió al islam. Sus declaraciones, pronunciadas en ocasión de su visita esos días a Alemania, su país natal, en marzo de 2013, se limitaron a rechazar, ni siquiera a condenar abiertamente, “las motivaciones religiosas de la violencia”, es decir la guerra santa, la “yihad”. La oficina del Pontífice se disculpó diciendo que el propósito de Benedicto no fue “ofender a los creyentes musulmanes”.

El enojo de los monjes musulmanes se debió a la mención que el Papa hiciera en una universidad alemana de un diálogo entre un emperador bizantino y un erudito persa del siglo XIV. En su discurso, el Pontífice citó a un estudiante diciendo que “para la doctrina musulmana, Dios es absolutamente trascendente”, por lo que su voluntad no estaría ligada “a ninguna de nuestras categorías, ni siquiera a la razón”.

Bastaron estas frases inocentes para amenazar con una crisis mundial y dañar el clima de la visita que el Papa tenía proyectada realizar en noviembre de ese año a Turquía, la primera a un país musulmán desde que asumió el trono de Pedro. El mundo occidental tembló por esta nueva “agresión” al profeta. Al-Qaida le recordó a Francia que figuraba en su lista. Tal vez al Vaticano también le llegue su turno.

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