Las personas tenemos grandes momentos en nuestras vidas. Acontecimientos cruciales que influirán por siempre de manera positiva y negativa. Algunos son lo máximo, los mejores, aquellos que no podemos evocar sin una sonrisa de satisfacción o sin reflejar el deleite que nos produjeron en su momento. Otros constituyen las pruebas más duras, el dolor más fuerte. La pérdida más dolorosa e irreparable.

Desde el nacimiento, que es el más importante y feliz de los sucesos de todo ser humano, hasta la pérdida física de aquellos a quienes ama, la vida está llena de fechas que cuentan nuestras alegrías y tristezas, nuestros logros y reveses, nuestras victorias y derrotas.

La primera fecha que memorizamos es la de nuestro cumpleaños, las de nuestros padres y hermanos. Vamos creciendo y se agregan a la lista las de nuestros más cercanos amigos. Un poco más adelante, complementa esta lista, el natalicio del ser amado.
En materia educativa, cada peldaño, desde la graduación de “Ya sé leer” hasta alcanzar un título universitario, tiene un significativo valor. Aunque algunos no recuerden el día exacto, nadie olvida el nacimiento de sus hijos, aún sean 20. Tampoco puede olvidarse el día y hasta la hora en que un ser querido se fue para siempre. Y es que, aunque no sea muy frecuente, para algunas personas existe un mes que debe marcar en diferentes días, por diferentes sucesos. Pero menos probable es que entre sus 30 días, ese mes contenga parte de los más hermosos acontecimientos y al mismo tiempo los más desgarradores episodios de la vida de una persona. Para mí, ese mes es junio.

A lo largo de sus 30 días y en años distintos, he sido feliz como pocas veces en la vida, pero también he sentido el dolor en el grado en que éste se vuelve indescriptible e insoportable.
Por eso escribí: “Junio, que tanto me das y tanto me quitas. En uno de tus días abrí mis ojos a la luz, pero los cerró quien más amaba. Junio, que el último día, de uno de tus viajes, me regalaste una hija, pero me robaste un hermano. Como verás, no puedo amarte, pero tampoco podría odiarte. Como verás, no puedes quejarte si a tu regreso se esconde una lágrima detrás de mi sonrisa”.

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