Los problemas de Haití son eternos y cada vez parecen más difíciles de acabar.

La pobreza, carecer de lo básico, incluso de un nombre o documento de identidad, aún para los nacidos y criados en el lado Oeste de la Isla La Española, se ha convertido en el modus vivendi de una oligarquía desalmada, criminal y corrupta.

La inestabilidad social y política, manifiesta en las calles y en la lucha por el poder, ha sido una constante en el empobrecido país, donde el progreso y bienestar solo es conocido y disfrutado por la clase dominante, mientras que la población en general, se muere de hambre y así mismo ve morir sus esperanzas de un futuro cada vez más sombrío.

Tiene sus defensores, eso es cierto. Pero estos se limitan a condenar desde sus tribunas, con sus trajes costosos y bien planchados, se esfuerzan, pero no mucho, en buscar culpables y todos los dedos apuntan al mismo lugar, cuando de resolver el problema se trata, la parte oriental de la isla. Para la comunidad internacional, que se ha unido por años, primero de manera sutil, pero en los últimos tiempos de forma más abierta, que se preguntan y dicen no poder entender cómo pueden existir dos países en una sola isla, la solución es sencilla y desde sus teorías la República Dominicana debe hacer más por su vecino.

La queja de los haitianos y sus defensores, sobre el maltrato y la discriminación que padecen en suelo dominicano, han sido expuestas y respaldadas a nivel mundial. Como en toda historia hay un bueno y un villano.

Es cierto que podría llamar la atención que existan dos países en el territorio de una isla. Como también debería llamar la atención que esos dos países sean diametralmente opuestos, empezando por el idioma, la cultura, tradiciones y creencias. Algo más que debería llamar la atención es lo que le cuesta al país la asistencia médica, en especial por concepto de maternidad. Como seres humanos, todos debemos ser solidarios y comprensivos con el dolor y las necesidades de los demás, sin importar estatus social o económico o la ubicación geográfica del territorio al cual pertenezcan.

Pero es injusto pretender que un país con tantos problemas económicos y sociales, que datan de años y de los cuales, por el momento, no se avista un solución, asuma una situación tan complicada que no entienden ni los mismos haitianos y mucho menos sus defensores.

No creo que ningún pueblo del mundo desea más que el dominicano que Haití llegue por fin el progreso. Nadie anhela más, que la razón venza por fin a la soberbia de la oligarquía y la ignorancia a la que esta ha condenado al sufrido pueblo haitiano.

Por lo mismo, es injusto negar que el pueblo dominicano se ha portado como un vecino bueno y solidario, sobre todo, en sus horas más amargas.

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