Hace alrededor de 20 años, un señor que vivía frente a mi casa me pidió una cita de consulta para una de sus clientes a quien le vendía joyas. La semana siguiente recibo una mujer, aproximadamente de unos 35 años, de expresión serena, vestida de falda y chaqueta azul bebé (nunca lo olvidaré), buenos modales. Ella proyectaba ser una gran señora delante de cualquier persona, su comportamiento jamás encajaría con la necesidad que la trajo a buscar ayuda con un profesional de la salud mental para sus tres hijas.

Por otro lado, se acerca a mí una compañera de la universidad, estaría yo en segundo año, la cual siempre llegaba directo de su trabajo vestida con uniforme formal azul marino, de muy buenos modales, excelente estudiante, buena compañera, y denotaba haber sido formada dentro una familia de grandes valores y principios, en una clase socioeconómica favorecida. Me dice: “Veo siempre que traes los trabajos prácticos y viene un señor a recogerlos y pasártelos a máquina”. En ese tiempo no se utilizaba aun la computadora como herramienta para los estudiantes, y tenía la oportunidad de poder pagarle a alguien quien los transcribiera e imprimiera. Inicio con estas dos vivencias, saben ustedes que por lo general les traigo los temas basados en experiencias propias. El primer ejemplo de esa madre necesitada de proteger y guiar su familia, nunca imaginé que esta vivía en un lugar del cual solo salía cada 15 días, a sus hijas las tenía en un internado, y una vez al mes se juntaba con estas, a las cuales siempre les dijo que ella estaba trabajando en Puerto Rico. Sin embargo, para mi sorpresa, iniciando a escribir su historia clínica, empieza a sollozar diciéndome: “Ayúdeme por favor. Llevo mucho tiempo deprimiéndome, pero no puedo más. Yo también vivo prácticamente interna, como señalé, en un prostíbulo”. Increíble, su mayor preocupación era el futuro de sus niñas, que jamás cayeran en lo que ella cayó, que por cierto era una mujer bella, y en una foto que me mostró, estas por igual.

En el caso de mi compañera, continuó diciendo: “Soy muy pobre, vivo en un callejón, de madre soltera, mi papá nos abandonó siendo yo muy pequeña, y ella me crió con un realizando un trabajo muy duro que consiste en vender te, café, chocolate, pan desde las cinco de la mañana a la entrada del barrio. No obstante, pagó siempre un colegio privado. Hoy, la ayudo como puedo y le quiero hacer su casita”.

Sentimientos extraordinarios.

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