Desde 1978 el transporte público ha sido un dolor de cabeza para los sucesivos gobiernos y un trauma de grandes dimensiones para los usuarios, el comercio, la industria y la actividad cotidiana, debido a que se ha convertido en producto político y en fuente de riqueza para muchos vivos.
Desde la oficina Nacional de Transporte Terrestre (ONATRATE) hasta la Oficina Metropolitana de Servicio de Transporte (OMSA), los administradores del Estado han debido desviar grandes partidas para satisfacer los reclamos de los llamados sindicalistas y empresarios del transporte que hacen uso y abuso de su incidencia política.

En la gestión municipal del doctor Pedro A. Franco Badía ocurrió lo propio con el transporte interurbano y los llamados carros de concho, comenzando el desorden con los denominados (carros piratas), sin que hasta la fecha esto tenga control.

La gestión del presidente Luis Abinader ha tratado de materializar un ambicioso plan para organizar el gran desorden del tránsito que, entre otras cosas, afecta seriamente la economía, la paz social y los esfuerzos del Gobierno por presentar una imagen distinta como atractivo turístico y un mejor clima de inversión.

El punto negro lo avistamos en que los protagonistas de ese desorden permanente están ahora a la cabeza de los proyectos que buscan organizar las rutas a través de corredores, genial visión, es decir, que han sido erróneamente puestos en las mismas manos.

Pensamos, que las rutas faltantes y los proyectos en carpeta deben ir a otras manos y no caer en la presión de los protagonistas del desorden eterno, quienes no permiten que nadie avance y, muchas veces, apadrinados por el propio Gobierno se hacen millonarios a costa del Estado, para seguir explotando a los usuarios y presionar políticamente a las autoridades.

Sabemos que el presidente Abinader tiene la mejor intención y que quiere erradicar el caos en el transporte, pero al ritmo que marchamos y con los actores que dominan el escenario, lo bueno siempre durará muy poco. Abra los ojos Presidente, los ciudadanos conscientes necesitamos orden, pero no a ese precio.

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