La demostración de fuerza y voluntad manifestada por miles de jóvenes conglomerados en la Plaza de la Bandera, este 27 de febrero, desafiando el tiempo, las necesidades particulares de sus vidas y poniendo en riesgo su propia seguridad en el denominado Trabucazo 2020, es la mejor señal de que no todo está perdido.
La Generación de la Esperanza ya despertó y el silencio cómplice de unos y temeroso, de otros, parece que ha dado el paso esperado ante la amenaza subyacente contra la democracia, la soberanía y la transparencia, en los más elementales
derechos para la convivencia humana.
Se ha producido la más efectiva y sensata expresión de pueblo sin dañar físicamente a nadie, sin la intervención directa de los partidos y sin la dolorosa confrontación con las fuerzas coercitivas, al servicio del poder político y, a veces de los peores intereses de la nación.
Han sido días difíciles para la cotidianidad, pero la recompensa de esta acción tendrá frutos frescos y positivos en el porvenir inmediato, sobre todo, porque ha despertado esa fuerza patriótica dormida bajo el manto de la paciencia, perseverancia y la convivencia social en completa paz.
Las autoridades y, quienes sean comisionados por ellas, deben investigar la verdad hasta el fondo con consecuencias y sin la influencia de un Ministerio Público Contaminado, si es que los actores del hecho, tras bastidores, así lo permiten.
Este despertar de la juventud y de adultos mayores conscientes del valor de la patria, renueva los votos de esperanza en una República Dominicana capaz de defender, a capa y espada, las batallas ganadas para merecer el título de soberana e independiente, bajo el lema de Dios, Patria y Libertad.
El orgullo hincha mi pecho y llena mi alma de júbilo de solo pensar que las nuevas generaciones serán motivadas y preparadas para enfrentar cualquier intento de volver atrás, de marchitar la honra de los patricios y, más aún, de revertir nuestra Independencia Nacional. Castigo a los culpables y, ¡qué viva la patria!
