Para nadie es un secreto que los valores morales y éticos tienen cada vez menor relevancia en la sociedad dominicana y que mucha gente piensa que vivir en desorden es la mejor forma de pescar en río revuelto.

Son ingentes los esfuerzos del Gobierno por lograr mayores controles sobre la delincuencia común, el crimen organizado, el flagelo del narcotráfico, el negocio de las armas y la trata de personas, pero nadie puede ceñirse esa corona por sí solo, sobre todo, porque es un mal colectivo que requiere del apoyo de todos para poder enfrentarlo con éxito.

Las calles de algunas ciudades y pueblos del país se han convertido en tierra de nadie, muchas veces con acciones dañinas ejecutadas por los criminales comunes en connivencia con autoridades corruptas, incluyendo militares y policías que sirven más al crimen que al Estado que les paga.

Las organizaciones sociales, las fuerzas políticas, los institutos castrenses, la policía, los gremios, las universidades, el empresariado y los grupos de opinión deben hacer un esfuerzo mayor para, junto al Gobierno, combatir el creciente desorden social, la falta de seguridad y el desarrollo de la delincuencia que nos agobia.

Para la familia es más importante la seguridad que cualquier otro tipo de beneficio y, realmente nadie está seguro ni en su casa. Es preciso buscar mecanismos para dar la cara al crimen, a la destrucción acelerada de nuestros valores a causa de las actividades delictivas que no paran.

El país, ya hemos dicho, es compromiso de todos y debemos comenzar a pensar como dominicanos, para tratar de salvar esos valores que nos distinguían y hacían sentir orgullosos de la nacionalidad.

No permitamos que el crimen se imponga definitivamente, unifiquemos esfuerzos para preservar los valores. Salvemos lo que nos queda y las futuras generaciones lo agradecerán, si lo hacemos, o lo tomarán en cuenta para reproche si seguimos indiferentes.

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