Siempre se ha dicho que la huelga es el último recurso para alcanzar una reivindicación, pero en República Dominicana este ejercicio es la más recurrente de las acciones de todo el que está inconforme con algo o quiere conseguir un objetivo.
Incluso, hay una categoría especial de “huelgueros” dada a aquellos cuyo influencia o aporte a un gremio, sindicato, partido o actividad laboral, es simplemente una amenaza y luego, un llamado a huelga.

Como periodista hemos sido testigos de excepción de numerosas huelgas en el transporte, el comercio, las telefónicas, empresas estatales y privadas, servidores públicos como maestros, médicos y enfermeras, quienes siempre buscan un beneficio muy particular de sus grupos, jamás beneficiar a la colectividad.

En ese contexto, los llamados del magisterio, de los grupos de lucha popular y, en gran medida del sector salud, obedecen a posturas partidarias o de intereses espurios, porque en realidad afectan grandemente a los usuarios que no tienen vela en esos entierros, pero que si requieren de los servicios que afectan para resolver sus problemas elementales.

Las autoridades dominicanas deben crear “una coraza” para defender de tantos ataques al país, porque no es al gobierno que afectan y, menos aún, a los grandes empresarios que tienen resueltos sus problemas siempre.

Cuando se quema un carro de un pobre adquirido con sacrificios, una vivienda, se destruye una obra construida con grandes esfuerzos, se incendian neumáticos, se lanza o se provoca el lanzamiento de bombas lacrimógenas o balaceras, siempre resultan afectados inocentes, quienes nada tienen que ver con los problemas cuya solución reclaman.

Es tiempo de detener este burdo ejercicio que impide la labor de los chiriperos, la cotidianidad de la gente de trabajo y provoca daños físico y materiales a ciudadanos inocentes y a gente que se dedica realmente al trabajo.

Que me perdonen los reivindicacionistas, pero el país no resiste ni debe permitir más daños que los ya causados por la pandemia y la guerra. Debemos unirnos para resurgir y no seguir agitando tanto donde se aspira a respirar paz. ¡Ya basta!

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