A raíz de la pandemia, la sociedad dominicana ha mostrado conductas preocupantes en muchos de los sectores que la conforman, sobre todo, por la vocación al desorden que crece como si se tratara de un gran logro para sus desaprensivos exponentes.

La puesta en ejercicio de los antivalores ha cobrado cuerpo y con ello el desorden en las vías públicas, en los negocios, el transporte, los servicios y la desidia de autoridades que hacen mucho más difícil la gobernabilidad en tiempos normales y de crisis.

Los ingentes esfuerzos del Gobierno por alcanzar una sociedad con mayor nivel de comprensión del valor de la transparencia en las actividades públicas, encuentran como barrera casi insalvable, los vicios arrastrados por corruptos en distintos estamentos, el medalaganerismo ciudadano, los vicios crecientes como el uso de sustancias prohibidas, y la ansiedad de riqueza material de servidores oficiales.

Los taponamientos en las vías constituyen el mayor de los ejemplos del desorden de la gente que poco le importa hacerles la vida imposible a los demás.

Cuando un semáforo marca luz roja como señal de pare, los desaprensivos conductores toman los carriles incorrectos para pasar primero que quienes están en el turno y crean el caos.

Lo grave del caso es que nunca aparece un agente de tránsito y, si aparece, es algunos metros más adelante para colocar multas, pero jamás ponen interés en corregir el desorden, aunque pueden hacerlo con facilidad.

Hay que preguntarse y definir correctamente el país que queremos: ¿Queremos ser otro Haití? ¿Deseamos vivir en una sociedad más civilizada? ¿Preferimos el desorden como forma de vida? Debemos decidir ahora lo que deseamos y dar a nuestra existencia el destino que queremos, pero el desorden social está cruzando las barreras.

Si no contribuimos como seres civilizados, los esfuerzos de cualquier gobernante, por mejor intencionado que esté, serán siempre insuficientes si apostamos al caos. Paremos ahora.

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