Dios tiene una respuesta contundente para cada situación de la vida. Cuando no podemos darle algo mejor que nuestras miserias, Él contesta con inmensas misericordias. Dios sigue estando más interesado en convertir que en sancionar, en convencer que en imponer, en sanar por encima de reclamar, en bendecir en vez de juzgar, en acariciar en vez de olvidar. Por consiguiente, debemos ser recíprocos y congruentes con Dios, arrepentirnos de nuestras bajezas, de dar el mínimo o simplemente lo bueno cuando se nos entrega lo suficiente para dar “lo mejor”. Recibir las misericordias de Dios con coherente gratitud es la mayor riqueza con la que podemos saciar nuestras vidas. La miseria se lleva por dentro y es justo allí donde Dios quiere derramar su misericordioso amor, fuente de todas las riquezas.

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