La gente centrada en sí misma puede tener cierta sabiduría, logros, ser reconocidos, famosos, pero sus hechos se caracterizan por un rechazo directo o indirecto de los otros. Presumen su indiferencia, acostumbran obviar personas y logros ajenos intencionalmente, llegando incluso al desprecio. El rechazo y el desprecio hieren a profundidad. El rechazo enaniza el carácter, el desprecio mutila la estima, y la indiferencia abofetea la personalidad. ¿Conoces alguno que ha discutido pasajes bíblicos hasta el enojo, pero ni siquiera besa a sus hijos? ¿Los que argumentan posiciones políticas o son fanáticos deportivos hasta ponerse rojos, pero sus sentimientos los tienen bajo cerrojos y no celebran victorias familiares? Ojo, en un mundo ciego el tuerto es rey. Ante esto, oremos, la fe mueve montañas pero solamente el fuego derrite al ego.