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En junio de 1959 dos grupos de expedicionarios, integrados en su mayoría por exiliados dominicanos, llegan al país para intentar derrocar la tiranía del Generalísimo Rafael Leonidas Trujillo Molina y poner fin a su reinado de tres décadas de terror.  Las fuerzas armadas diezman rápidamente a los insurgentes, pero a partir de ese momento se inicia una ardua lucha en el campo diplomático que enfrenta al tirano con los gobiernos de Cuba y Venezuela.

Este libro narra la historia de esa batalla.  Un relato ágil y preciso que desnuda una época oscura de la vida nacional conocida como la Era de Trujillo.

“En cuanto alguien comprende que obedecer a leyes injustas es contrario a su dignidad de hombre, ninguna tiranía puede dominarle”.

Mahatma Gandhi

“Una nación que cría hijos que huyen de ella por no transigir con la injusticia es más grande por los que se van, que por los que se quedan”.

Ángel Gavinet

“Llegaron llenos de patriotismo,

enamorados de un puro ideal,

y con su sangre noble encendieron

la llama augusta de la libertad.

Su sacrificio que Dios bendijo,

la patria entera, glorificará,

como homenaje a los valientes

que allí cayeron por la libertad”.

Primera dos estrofas, en honor a los expedicionarios de 1959, del himno al Movimiento Revolucionario Catorce de Junio, luego convertido en partido político.

¡Oh, Calígula, inhumano!

Mequetrefe y soñador,

te falta todo el valor

que sobra al dominicano.

Ven, asesino antillano,

y trae barbudos, sin fin.

Búscate a Muñoz Marín,

y, si más aliados quieres,

puedes venir con Figueres

y todos los de tu “team”.

Si Castro viene aquí, falla.

Esa es su perdición.

Pues tendrá de recepción

una lluvia de metralla.

Barbudo, te falta talla

y el concepto de lo humano,

recuerda que el quisqueyano,

a Trujillo lo defiende.

Y si tú no lo comprendes,

¡experiméntalo, Enano!

Fragmento de una octavilla lanzada en Ciudad Trujillo por aviones de la Aviación Militar, en junio de 1959.

A Manera de Explicación y de Agradecimiento

Esta obra se propone ofrecer a las generaciones presentes y futuras un recuento de los acontecimientos que tuvieron lugar en el país y en el resto del área del Caribe a raíz de las expediciones armadas que sacudieron, en junio de 1959, los cimientos de la tiranía del generalísimo Rafael Leonidas Trujillo Molina, que sufrieron los dominicanos desde 1930.  El conocimiento fiel a estos hechos es de incalculable valor para la construcción de la historia nacional en el presente siglo.  Por razones variadas, esta historia ha sido contada sólo en forma dispersa.

Se da la circunstancia singular de que muchos actores de hoy fueran también los protagonistas de la historia del ayer reciente.  No es fortuito, entonces, que el desconocimiento de esos hechos obedezca a un conjunto de voluntades empeñadas en preservar el profundo vacio que se observa en el estudio de determinados períodos del drama histórico nacional.  Para la realización de esta obra fue imprescindible la búsqueda de un voluminoso legajo de documentos sobre la época en las más diversas fuentes, nacionales y extranjeras.  Los testimonios de actores y espectadores, de inconmensurable riqueza y valor para estos casos, sirvieron de complemento a la base de información requerida para hacerla posible.

La historia narrada en este libro no es de santos ni de demonios.  En parte es la historia real de hombres y mujeres que padecieron bajo los efectos de la opresión y que aún sufren por la pérdida irreparable de padres, esposos e hijos, sin el consuelo de saber cómo murieron ni donde fueron sepultados.

Este libro se suma al estudio del período comprendido entre 1959 y 1963, que abarca otras cuatro obras ya publicadas: Enero de 1962 ¡El Despertar Dominicano! (1988); Los Últimos Días de la Era de Trujillo (1991); El Golpe de Estado.  Historia del Derrocamiento de Juan Bosch (1993) y La Ira del Tirano (1994).

Anton Antonov-Ovseyenko, en su estremecedora obra “El tiempo de Stalin”, nos dice: “En algunos países la nueva generación crece sin saber nada de la antigua mitología.  A los niños se les dan mitos modernos que glorifican el poderío invencible de su propia nación y que hablan de orígenes y facultades divinas de sus gobernantes; así es como nacen el nacionalismo desenfrenado y el chauvinisno extremo.  Y la idolatría.  Pero en este terreno artificial ¿Qué crecerá? No una generación de ciudadanos responsables, sino una nueva hornada de carne de cañón”.

La generación de las víctimas de Trujillo no ha muerto todavía.  Si por carencia de datos o la complicidad de los que saben no se ha podido denunciar a sus verdugos, por lo menos queda la alternativa de exponer sus crímenes.  Desde esa perspectiva, ninguna obra de este género podrá ser jamás del agrado de todo el mundo.

Los personajes presentados a través de sus páginas se proyectarán a los lectores en la dimensión justa de sus actuaciones.

Como es lógico suponer, numerosas personas e instituciones colaboraron con entusiasmo en mis esfuerzos por llevar a cabo este proyecto.  Estoy en deuda con todas ellas.  En especial, debo agradecimiento al personal de la oficina local de la Organización de los Estados Americanos (OEA), por darme acceso a las más amplias fuentes de documentación de los debates previos y de la Quinta Reunión de Consulta de Cancilleres Americanos, que siguieron a la llegada de los expedicionarios de junio de 1959.  Especial gratitud debo también al destacado periodista Germán E. Ornes, director de El Caribe, de Santo Domingo, y a su fiel y amable secretaria Quío Rodríguez, por la gentileza de facilitarme los archivos de noticias y de fotografías del diario.  La totalidad de las fotos que ilustran esta obra provienen de la valiosísima colección de El Caribe.

Mi reconocimiento está dirigido a los funcionarios, diplomáticos y periodistas venezolanos que accedieron gustosamente a abrirme sus bibliotecas y archivos personales, durante las repetidas visitas realizadas a Caracas en 1994, como parte de las labores de investigación para La Ira del Tirano, que narra los planes urdidos por Trujillo para eliminar físicamente al presidente de Venezuela, Rómulo Betancourt, y para esta obra, que ahora se pone a disposición del público.

De incalculable utilidad fueron los documentos encontrados en los archivos del Palacio Nacional y de la Secretaría de Estado de Relaciones Exteriores, así como los testimonios ofrecidos por funcionarios y amigos del régimen trujillista que atendieron mis ruegos a condición de no ser citados en estas páginas.

Finalmente, no puedo dejar de mencionar la invaluable colaboración recibida de un grupo de amigos que no solamente dedicaron parte de su tiempo a leer los borradores de la obra, sino que me formularon sugerencias que la mejoran en todos los aspectos.  Mi agradecimiento para Hugo Tolentino Dipp, Leo Madera, Adriano Miguel Tejada, Juan José Ayuso y José Rafael Lantigua por su colaboración desinteresada y generosa.

Al publicar esta nueva obra sobre el pasado dominicano reciente, el autor aspira despertar entusiasmo y curiosidad en la juventud por el conocimiento de un período fatal de su historia que, por fortuna, no le tocó vivir.

Unos Recuerdos… (A manera de prólogo)

Todavía viven en mi memoria los recuerdos de aquella tarde canicular de 1959, cuando subido a una silla en la sala de aquella casa techada de zinc del Moca solariego, trataba de escuchar, con la atención centrada en que no se me escapara un nombre, al locutor de la Voz Dominicana que con voz engolada leía la lista de los guerrilleros muertos en la invasión del 14 de junio anterior.

No recuerdo el día aciago, ni importa.  Lo perdurable era aquella ambivalencia en ese niño de diez años, a quien el sentimiento del deber patrio enseñado en la escuela inclinaba hacia alegrarse por la muerte de los “invasores” que venían a alterar nuestra paz.  Al mismo tiempo, algo le decía en el corazón que aquello no estaba bien, que los nombres de personas no eran para ser cantados como en una lotería de barrio.

Que el trágico misterio de la muerte era una cosa mucho más seria que la cantaleta de rutina que anunciaba un caído más del generoso árbol de la vida.

Este libro de Miguel Guerrero me ha revivido esos recuerdos con todo su peso de martirio y de sonrojos.  Fueron meses de increíbles desarrollos para una nación encerrada en sus propios muros de sol y mar, que ignoraba lo que pasaba, importante y permanente, en el mundo y que sólo conocía de la última tonada de rock and roll o de las actuaciones de Felipe Alou en las menores, o que se dejaba embobar durante todo un año esperando la Semana Aniversaria de La Voz Dominicana.

Pasaban los años entre desfiles y homenajes al Jefe y a sus familiares y entre noticias cuchicheadas luego de mirar a diestra y siniestra, del último muerto aparecido en la cuneta cercana a la fortaleza.  De las historias de Ludovino con los ladrones, a las proezas de los ganados del Jefe o de sus hijos en un partido de polo pasaban las tardes y las noches.

Justo es decirlo.  En los primeros veinticinco años de la dictadura, la vida general del país había discurrido tranquila.  Los viejos añoraban las montoneras de Concho Primo y los más jóvenes apenas aspiraban a estar al día sobre las últimas películas de Hollywood, pero en general, con excepción de alguna compra compulsiva, como la placa con el “En esta casa Trujillo es el Jefe”, la gente vivía dentro de un orden.

Lo lamentable era que ese orden no ofrecía seguridades para la vida y los bienes de nadie y era evidente además, que muchos aspectos del régimen creaban una atmósfera demasiado cargada para ser respirada con facilidad.

Decir que todo el mundo era trujillista sería una exageración.  Decir que la mayoría del país era antitrujillista sería una falsedad.  Los años treinta fueron los años de las dictaduras prolongadas y estos regímenes crean una larga serie de seguidores con diferentes excusas.  No es coincidencia que Hitler, Mussolini, Franco, Trujillo, Somoza y Roosevelt coexistan en el mismo período de tiempo.  Es obvio que el péndulo de la historia estaba inclinado hacia el lado de las dictaduras.

Es tan así que nadie en sus sentidos (incluyendo a la Iglesia que se benefició luengamente del régimen), cuestionaba el contenido de un merengue que cantaba:

Es nuestra patria Cristiana

y por tanto trujillista

que reconoce a Trujillo

el Jefe anticomunista.

El recuerdo de la invasión de Cayo Confites, -más un gesto que una verdadera acción-, era ya vago en la memoria de la gente.  Para 1959 la preocupación mayor era el triunfo de Fidel Castro en Cuba, que desplazó el interés por los juegos del Habana y el Almendares.  Ciudad Trujillo se había convertido en el asilo de los dictadores y para estos años el péndulo parecía estarse inclinando hacia el lado de las democracias.  No es coincidencia que para 1959 habían caído las dictaduras en Venezuela, Cuba, Argentina, Guatemala y Costa Rica.

Ese péndulo y el triunfo de Fidel marcaron definitivamente a Trujillo.  La frase de Roosevelt con relación a Somoza (es nuestro hijo de puta!), tenía que ser analizada ahora bajo otro contexto.  Para la potencia central de la zona, la cuestión era cómo convertir una dictadura en democracia sin que cayera en manos de los radicales de izquierda.

Esto implicaba que el problema tuviese que ser manejado en términos políticos y diplomáticos, que en aquel entonces no fue más que la guerra librada por otros medios, para invertir la frase.  De ahí, el papel protagónico de las organizaciones internacionales y, en específico, de la Organización de Estados Americanos de la que Trujillo había sido campeón por tantos años.

Pero existe una diferencia sutil entre la utilización de la diplomacia para perseguir fines políticos y el uso de la política –y de la contrainteligencia- para perseguir objetivos diplomáticos.  Mientras Trujillo mantuvo una discreta separación entre ambas secciones, la actividad diplomática del régimen tuvo efectividad.  Cuando la diplomacia comenzó a ser manipulada para perseguir o encubrir otros fines, los fracasos fueron estrepitosos.

En Trujillo y los Héroes de Junio Miguel Guerrero nos cuenta la historia de uno de esos fracasos.  Como es lógico suponer, el libro no se limita a ofrecer el recuento de la aventura guerrillera, -por demás ya contada en otras obras seminales sobre el tema-, sino a colocar a los Héroes de Junio como piezas claves en la pugna para lograr la caída de la dictadura.

Miguel nos cuenta con una frescura y profundidad incomparables, cómo el desenlace de junio produjo dos actitudes claras conducentes al mismo propósito; el exterminio de los héroes mostró la indiscutible faz sanguinaria del régimen, lo que lo hizo absolutamente repulsivo a la conciencia de América y la aventura guerrillera demostró que la solución tenía que ser democrática.  Es decir, los “invasores”, sin quererlo, convencieron a los elementos fácticos del poder en el hemisferio, que ese tipo de solución no debía ser prohijada, sino que, por el contrario, debía darse precedencia a la opción democrática.

La invasión desperezó además a las fuerzas internas.  Una cosa resultaba cierta a partir de junio de 1959,  y el descubrimiento posterior de la conspiración civil bautizada con la fecha de la invasión lo confirmó después, esto es que la caída de la dictadura tenía que realizarse por medios violentos.  Esa parte de la historia ya la conocemos y no es preciso contarla de nuevo.

Esto explica porqué este libro de Miguel Guerrero se concentra en la lucha diplomática en la cual comenzó a decidirse el comienzo del fin del régimen y no, -como hubiesen preferido algunos-, en la anécdota de la guerrilla.  Creo que la historia de esos tumultuosos dos meses de la historia dominicana y latinoamericana ha ganado en profundidad y en perspectiva con este novedoso enfoque de Guerrero.

Miguel Guerrero es, sin lugar a dudas, el maestro de este estilo de presente histórico en la República Dominicana.  Lo maneja en los verbos y en los adjetivos, haciendo un aporte sustantivo a la literatura, al periodismo y a la historia.  Lo que se olvida a veces, es el aporte que hace a la promoción de los valores democráticos que se destilan de todas las páginas de sus libros y que constituye el legado permanente de esta labor callada e intensa, silente y duradera.

En la presentación que hice en Santiago de su obra El Golpe de Estado, decía que Miguel “ya domina a cabalidad el elegante y manejable estilo mezcla de reportaje e historia oral que caracteriza a esta serie de obras sobre el pasado reciente, y lo que es más valioso aún, ha aprendido a separar el grano de la paja, es decir, aquellos hechos y testimonios valiosos de los que son simplemente anecdóticos o insustanciados. En ese sentido ha dejado de ser historiógrafo para convertirse en historiador.  Ha pasado de reportero a cronista”.

Trujillo y los Héroes de Junio reitera ambas afirmaciones, pero confirma también que el pasado que se cuenta en estas obras es presente vivo por la incidencia de sus protagonistas en la vida nacional y por la permanencia de unos estilos de gobernar que mantienen el orden con inseguridad y que desdeñan la institucionalización de los procedimientos.

En ese sentido, la historia que nos cuenta Miguel Guerrero es más presente que lo que uno cree.

Adriano Miguel Tejada*

*Historiador, politólogo y abogado

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