“Nos gusta la adulación aunque nos engañe, porque muestra que tenemos importancia para ser adulados”.

 

R.W. EMERSON

 

La mañana del sábado 11 de noviembre, Ramfis hizo dos llamadas telefónicas que marcarían el curso de los acontecimientos dominicanos.  El hijo del dictador no podía sospechar entonces la importancia que tendrían.

Una de ellas fue a su tío, el general de brigada Luís Rafael Trujillo Molina (Nene), director de los Servicios Tecnológicos de las Fuerzas Armadas.

-Tengo dos cartas.  Una para tío Negro, que no es problema, y la otra para tío Petán, que es otra cosa.

Las cartas los exhortaban a tener paciencia y a desistir de cualquier intento de regreso al país.  Ramfis estaba consciente de que Petán podía significar un problema.  Si éste se pone difícil “arrójalo al mar” le dijo Ramfis a Nene, para subrayar la importancia de la encomienda.  La segunda llamada convocaba a San Isidro a una hora distinta al Secretario de Estado del Trabajo, José Ángel Saviñón.  Ramfis sabía de los vínculos estrechos de éste con Petán y le entregó una carta similar dirigida al más problemático de sus tíos.

Ambas cartas decían que no debían regresar al país bajo “ninguna circunstancia”, por el momento.  Sus esperanzas de que los Estados Unidos cedieran a los reclamos del gobierno para un levantamiento de las sanciones comenzaban a tener eco.  La impaciencia que dominaba a Ramfis y a Balaguer, parecía haber contagiado a ciertos, círculos norteamericanos.  Ramfis temía que un regreso intempestivo de Negro y Petán dificultara esos esfuerzos.  Una vez levantadas las sanciones tendrían la oportunidad de regresar cuando quisieran.

Entre Ramfis y sus tíos existía ya una abierta hostilidad.  Los segundos consideraban que la debilidad del primero era la causa de su exilio.  Como observaría Saviñón veintinueve años más tarde del autor, ninguno de ellos parecía haberse dado cuenta que “la historia del país había cambiado radicalmente con la muerte de Trujillo”.  Como lo demostraba la propia misión que Ramfis le encargaba, ni el propio Saviñón parecía tampoco haberse dado cuenta entonces de ese cambio.

La noche antes de su partida desde Nassau a Hamilton para reunirse con su hermano Negro, Petán comunicó al comandante del yate Presidente Trujillo, su deseo de pernoctar en el Nassau Beach Hotel.  El capitán César Gil García cerró la recámara privada, apagó los aires, clausuró los bares privados y se encerró en su camarote con el capitán de corbeta (mayor) y médico a bordo, doctor José María Duquela, a jugar a las cartas y tomar tragos.

Poco tiempo después, Petán regresa intempestivamente a bordo.  Los oficiales, intrigados, le preguntan que ha sucedido.  Este a su vez inquiere sobre que ha pasado en el yate al ver su recámara cerrada.  Se le explica que es una medida para ahorrar combustible ante su ausencia.  Las habitaciones son arregladas de nuevo a toda prisa cuando les informa que ha decidido dejar lo del hotel y pasar su última noche a bordo del buque.

Más tarde, los dos oficiales consiguen autorización de él para ir a cenar a la ciudad, lo cual aprovechan para ir al Nassau Hotel donde se anunciaba una presentación el músico dominicano Rafael Solano y su orquesta.  El gerente del hotel era un simpático norteamericano llamado Robert Sowers, quien había sido unos años antes gerente del Hotel El Embajador en Ciudad Trujillo y a cuya amistad en parte debía Solano su presentación en Nassau.

En la tarde de ese día, Solano y su trompetista Guillo Carías habían visto ante una ventanilla del hotel al general Arturo Espaillat, cambiando dinero.  Su primera intención fue la de hacerle un piquete, pero el terror que el pasado de este personero de la dictadura les inspiraba, los disuadió rápidamente.  Después se propusieron montar una protesta ante la fragata, donde, según noticias, viajaba Petán con su familia.  Los músicos llegaron a apersonarse al muelle, pero Solano los convenció de abandonar el piquete al enterarse de que el capitán de la nave era Gil García, su amigo y compañero de infancia.

Toda esta historia le fue contada a los dos oficiales por Solano, cuando éstos subieron a su habitación, después de terminado el espectáculo, para celebrar el encuentro a tantas millas e la distancia de la Patria.  Gil dedujo que Petán había decidido regresar al barco para evitar encontrarse con los músicos, la mayoría de los cuales trabajó para él en su Voz Dominicana.

Los marineros y los músicos estuvieron compartiendo tragos e historias personales hasta la madrugada, cuando los primeros decidieron regresar a sus puestos en el yate, donde Petán dormía plácidamente.

Gil, de 32 años, era uno de los oficiales más competentes de la Marina Dominicana.  Había estado navegando con Petán, sin aparente rumbo fijo, durante dos semanas.  Después de una travesía por el sur, cambiaron de ruta y entraron a diferentes puertos como Cabo Haitiano, Kingston y Nassau.

Petán le había ordenado dirigirse a éste último puerto finalmente.  Cuando arribaron allí, Petán mostró extrañeza de no ver por ninguna parte las majestuosas velas del yate Angelita, en el que viajaba su hermano Negro, y quien había partido un día antes que él de la República Dominicana, a finales de octubre.  Petán confundió a Nassau con Bermudas.  Tan pronto como atracaron llamó a un amigo en Miami que inmediatamente se puso en movimiento para arreglarle el viaje a Hamilton por avión, para encontrarse con su hermano, que contrario a Petán parecía estar disfrutando de sus “vacaciones”.

A su llegada a Nassau, Petán habló con la prensa internacional.  El propósito de su viaje es conocer el Caribe antes de “aceptar” su designación como embajador en España.  (Esta información transmitida por la agencia AP se desconocía totalmente en República Dominicana).  Cuando un periodista le preguntó si Ramfis saldría del país, respondió: “Esa es una decisión que probablemente aún no ha sido tomada”.

Su hermano Negro confrontó algunos problemas iniciales en Bermudas.  Un despacho de UPI fechado en Hamilton decía: “Los vecinos de esta capital no se muestran muy complacidos con los tripulantes del gigantesco yate Angelita, de la familia Trujillo, que está anclado en esta bahía”.  Las autoridades informaron que el visitante “tiene privilegios de embajador”, por lo cual puede hacerlo que le parezca a bordo de la nave.  Pero los oficiales a bordo planteaban un problema.  En vista de que se había clasificado el yate como un buque particular y no de guerra, la tripulación fue advertida de no salir a tierra con sus armas al cinto.

“Muchos vecinos de Hamilton quedaron sorprendidos al enterarse de que el yate era considerado embarcación particular”, relataba el despacho de UPI, “y las cartas a los diarios comenzaron a afluir en relación con los tripulantes armados”.  El comisario de Policía, G.H. Robbins, declaró que debido a su condición de embajador, Trujillo tenía privilegios diplomáticos”, pero no así la tripulación a la que se prohibía usar sus armas en tierra.

Robbins proporcionó a Negro y acompañantes protección policial en sus muchas excursiones de compra a la ciudad.

En las primeras horas del domingo 12 de noviembre, la mañana siguiente a la inesperada llamada de Ramfis a Nene y Saviñón, el DC-4 de la CDA piloteado por el coronel Santiago Rodríguez Echavarría, alzó vuelo desde San Isidro con destino a Hamilton, Bermudas, llevando sólo a dos pasajeros:  Nene Trujillo y Saviñón.  El piloto norteamericano Norman Yate, que usualmente capitaneaba la nave comercial, iba a bordo como co-piloto.  La tripulación la completaba Nelly Espinal, la única azafata dominicana de la línea aérea nacional, con dos años de servicio en la compañía.

El vuelo especial de cinco horas se cumple sin perturbaciones atmosféricas.  Yate y la señorita Espinal no tienen ninguna información de cuál es el propósito del viaje.  Durante el trayecto no hacen ninguna pregunta para aclarar sus dudas.  La tensión en los rostros e sus dos pasajeros solitarios, que apenas intercambian palabras durante la larga travesía, aumenta la ansiedad que los embarga.

Negro se hallaba a bordo del yate Angelita en compañía de su esposa Alma McLaughlin, y sus padres el ex coronel norteamericano Charles McLaughlin y su esposa dominicana Zaida Simó.  Completaban su séquito el doctor Ramón Lovatón Pittaluga (Piro), casado con Irene, hermana de Alma, y sus hijos.  La nave estaba bajo el mando del capitán de fragata Eleodoro Cordero Puente.  Petán, por su parte, viajaba en el yate Presidente Trujillo, al mando del capitán César Gil García.  Le acompañaba solamente su esposa Candita García de Trujillo y la hija adoptiva de ambos, Gladis María.

Tanto Negro como Petán sentían una gran estimación por Nene, hermano adoptivo, que había sido autorizado a utilizar los dos apellidos de la familia.  Nene había permanecido ajeno siempre a las disputas tan frecuentes que caracterizaban las relaciones entre los miembros de la familia Trujillo.  El Jefe tenía hacia él un afecto especial y Ramfis compartía ese sentimiento de su padre.

Negro reaccionó tranquilamente al pedido de su sobrino Ramfis.  Pero Petán no pudo controlar sus emociones.

-¡Qué sobrino más hijo de puta éste!-, exclamó al leer la carta entregada por los dos emisarios, en una reunión celebrada en el yate Angelita.  La atmósfera de la reunión era tensa, recordaría Saviñón.  Petán no parecía capaz de permanecer quieto un minuto.

Nene se quedó en el yate con Negro y Petán, Saviñón y los tres tripulantes de avión se trasladaron a un hotel de la ciudad.  A las siete de la mañana del martes 14, Saviñón recibió una llamada urgente de Petán pidiéndole regresar inmediatamente al yate.  Ramfis había llamado a sus tíos para pedirles ahora que regresen sin pérdida de tiempo, haciendo caso omiso a la correspondencia recibida el día anterior.  Los norteamericanos “son unos hijos de puta, que no merecen confianza alguna”, les dijo.

La llamada había sido recibida por Nene.

-Dile a los tíos que regresen hoy mismo, en el avión.  Esta gente (los norteamericanos) nos ha engañado y no van a levantar las sanciones- ordenó Ramfis.  Los dos yates debían retornar e inmediato a toda velocidad.

Nene informó a Negro del cambio de orden de Ramfis y enviaron por Petán para ponerle al corriente.  La euforia que se apodera de éste es tan grande que precisan casi una hora para convencerle de que se quitara el traje de teniente general con que se había vestido para el viaje de regreso.

Poco después el DC-4 estaba listo para despegar en la pista del aeropuerto de Hamilton.  La espera de pronto se torna angustiante.  El coronel Rodríguez Echavaría comunica a sus pasajeros que se le ha negado autorización para despegar.  El ex coronel McLaughlin, ex oficial del ejército de ocupación de los Estados Unidos en 1916 en la República Dominicana pide una escalera para descender y llamar al consulado de Estados Unidos.

La escalera no aparece.  Al cabo de cuatro horas de sofocante espera, sin aire acondicionado, el DC-4 recibe por fin autorización para alzar vuelo.

Los pasajeros lanzan gritos de júbilo y Petán ordena a la señorita Espinal que descorche una botella de champaña.  Su exilio de tres semanas parece haber concluido.  Nadie en medio de la alegría contagiante que se apoderó de los pasajeros de este vuelo especial de Hamilton a San Isidro, podía imaginar que una semana más tarde se iniciaría un nuevo y definitivo exilio para la mayoría de ellos.

Uno de los más grandes misterios de esa época aún sin descifrar estriba en los motivos que condujeron a Ramfis a cambiar de opinión y ordenar a sus tíos su “inmediato” regreso, apenas días después de instarles a quedarse en Bermudas.  En una de nuestras varias entrevistas, Luís José León Estévez, cuñado de Ramfis, me dijo que en realidad nunca hubo un hecho especial que le hiciera modificar de actitud.  La cuestión residía en la capacidad muy reducida de Ramfis para resistir las presiones.  El sufría de una muy evidente “inestabilidad emocional”.  Seis meses de espera, sometido a virulentos ataques públicos, resultó ser demasiado para él.  León Estévez cree que todo eso fue excesivo para el “débil sistema nervioso” del hermano de la que entonces era su esposa.  Los Estados Unidos le habían prometido el levantamiento de las sanciones, pero él se cansó de esperar.  Su decisión de hacer regresar a los tíos tal vez obedeció a su deseo de molestar a los yankis.  Muchas otras personas que conocieron a Ramfis coincidieron en esta apreciación al ser entrevistados por el autor.

De San Isidro, Saviñón se dirigió al Palacio Nacional para informarle al Presidente de lo ocurrido.  Balaguer reaccionó molesto.  Se oponía al regreso de Negro y Petán y, además desconocía hasta ese momento el viaje de su secretario del Trabajo.

Sus palabras denotaban el enorme disgusto que la noticia acababa de ocasionarle.

-Ellos (los Trujillos) no creen en la democratización.

Saviñón trata de calmarle,  pero el Presidente se desahoga.

-Si ellos lo que quieren es el poder, se lo entrego porque éste para mí significa solamente sacrificios y tal vez mi propia vida- exclama poniendo fin a la conversación.

“Me di cuenta”, señalaría Saviñón años después, “aunque tardíamente, que el imperio de los Trujillos se había ido al suelo, que Ramfis, un muchacho que lo que hacía era importar putas de París para sus francachelas en Boca Chica, no tenía ni la vocación ni el temple para gobernar el país”.

Naturalmente, estas observaciones no serían hechas públicas entonces.

El regreso tuvo todas las características de una perfecta aventura.  Gil García recibió unas cuatro horas después la orden de ir a Hamilton.  En medio del trayecto le sorprende un huracán que lo azota durante diez horas interminables.  Durante ese lapso el yate queda a merced del tiempo, viéndose precisado el comandante a guiarlo con una de las dos máquinas, sin timón.

Después de unirse al Angelita en Hamilton y permanecer allí dos días, el yate, tras recibirse la orden de Ramfis, enfila en dirección a la capital dominicana, con instrucciones de marchar a toda velocidad.  El viaje de 1,000 millas lo hace apenas en dos días y medio, a la máxima velocidad de 15 nudos que permitía el buque.  El Angelita había salido antes.

A mitad del trayecto Gil recibe una más insólita información de sus superiores.  Ha sido designado subjefe de Estado Mayor de la Marina.  El joven y consagrado oficial no tiene en ese momento ganas de ninguna celebración por su ascenso.  Una profunda preocupación en cambio le martillaba la cabeza.  Percibe que acontecimientos trascendentales estaban teniendo lugar en su Patria y él, oficial de las Fuerzas Armadas, no sabía qué suerte le esperaba a él y a la institución a la que servía.  La extensa conversación entre tragos con su amigo de la infancia, Rafael Solano, el compositor, había de pronto abierto sus ojos a una realidad que su vida de marino no le permitió observar antes.

Estando a unas 100 millas al norte de Cabo Engaño, el comandante Gil recibe una nueva orden de dirigirse a Haina y no al puerto de la capital.  Unos minutos después entró a la cabina de mando.  Era una noche tranquila, pero oscura, sin luna.  Al aproximarse a la boya de Los Bajos del Caballo Blanco, una señal lumínica de aviso de peligro al sureste de la isla Saona, un caza huracán, volando a oscuras, de repente enciende las luces al pasar velozmente sobre el yate, a una altura tan baja que aparentaban ser las de otro barco en rumbo de colisión.  Gil ordena rápidamente girar a estribor frente a la costa y parar las máquinas.  La brusquedad del giro expone el yate a un accidente, pero el comandante al comprobar que se trataba de un avión y pasado el peligro, se pone de nuevo en ruta.

Al encender a su vez las luces delanteras ve cruzar más adelante al yate Angelita, en ruta hacia el noroeste, rumbo a la costa de Puerto Rico, desde donde trazaría rumbo hacia Europa.  Jamás podía haber pasado por su mente, al observar ensimismado la majestuosidad de las velas totalmente desplegadas del yate, cual era el motivo de esa nueva travesía y de qué manera su regreso estaba estrechamente entrelazado con la misma.

Tan pronto como llegara a Haina, Gil preguntó, a la mañana siguiente, por su relevo como comandante de la nave.  Suponía que su designación como subjefe de Estado Mayor implicaría otras funciones de carácter administrativo.  Con todo su amor al mar esto significaría un descanso.  Se encontraba agotado por los incidentes y las tensiones de este viaje lleno de sorpresas que acababa de finalizar.  La respuesta a su pregunta no pudo ser más tajante:

-¡Usted sigue al frente!-, le dijo el contralmirante Enrique Valdez Vidaure, recién designado al frente de la jefatura del cuerpo, con órdenes de no bajar a tierra ni cambiar tampoco la tripulación.

El mayor piloto Luís Carlos Tejada González, de 30 años, ayudante del subjefe técnico de la base de San Isidro, leyó detenidamente el pedido, desusadamente voluminoso, que estaba sobre su escritorio.  Por las obligaciones propias de su cargo administrativo, tenía acceso a toda la correspondencia técnica de la Aviación Militar Dominicana.  El comandante de la base aérea de Santiago estaba, según había podido observar en las dos últimas semanas, acumulando reservas de gasolina y municiones en cantidades anormales.  Al principio no veía nada extraño en los repetidos reclamos formulados a través de la oficina técnica a cuyo cargo se encontraba un hermano de aquel, el coronel Santiago Rodríguez Echavarría.

Pero en esta oportunidad, el general Rodríguez Echavarría parecía muy urgido de bombas y cohetes.  El mayor Tejada González había notado que cuando desde la base de Santiago se requería un chequeo de avión, tras 25 ó 50 horas de vuelo, se solicitaba un aparato de relevo sin enviar el otro.

El ayudante del subjefe técnico podía percatarse con facilidad que todos éstos pedidos apresurados acumulaban un poderoso arsenal y una enorme cantidad de combustible en la base de Santiago.  Como siempre que éstos pedidos llegaban, el coronel Rodríguez Echavarría se apresuraba en aprobarlos.

En sus funciones administrativas, el mayor Tejada tenía pocas oportunidades de volar.  Piloto de Mustang P-51, había por ello solicitado en varias ocasiones amigablemente a su jefe el traslado de regreso al Escuadrón de Caza Ramfis.  A finales de la primera quincena de noviembre, le llegó la orden de trasladarse a la base de Barahona.

No era propiamente lo que deseaba.  Pero antes de partir expresó a su esposa Gladys sus sospechas de que pudiera estar preparándose algún movimiento militar.  Sin embargo, tuvo el cuidado de no hablar del tema con ninguno de sus compañeros pilotos.  De todas formas, el sentía un profundo sentimiento de amistad hacia el coronel Rodríguez Echavarría, Chaguito.

Además de la llamada a Bermudas para disponer el regreso de sus tíos, Ramfis, hizo en la mañana del martes 14 de noviembre, otras cosas que marcarían definitivamente el rumbo del país.  Una de las más importantes, fue la carta dirigida al presidente Balaguer, sugerida por el secretario de Educación, licenciado Emilio Rodríguez Demorizi, renunciando a sus poderes como Jefe de Estado Mayor General Conjunto.  El texto de esta carta no se conocería públicamente hasta el domingo 19.

Ramfis había sido designado en ese cargo por el Presidente tras su regreso al país dos días después de la muerte de Trujillo, el 2 de junio.  Al día siguiente de su designación, por él mismo ordenada, declaró:

-Sólo tengo la intención de respaldar totalmente al gobierno de la República y a su presidente el doctor Balaguer.

Su decisión de abandonar el poder estaba influida por su estado de ánimo.  Después de firmar la carta de renuncia, Ramfis se alejó virtualmente de toda actividad pública, manteniéndose en su refugio de Boca Chica, dedicado a preparar su viaje al exterior, en compañía de su círculo más íntimo.  Entre el martes 14 y el sábado 18, su último día en el país, no visitó en una sola oportunidad la base de San Isidro, el centro de su poder militar.

Una carta anterior, de fecha 11 de noviembre, remitida por Ramfis a Balaguer gozó en cambio de amplia publicidad.  Ramfis pedía en ella que se quitara el nombre de su padre a avenidas, calles, parques, bibliotecas, academias, carreteras, escuelas, colonias, ensanches, hospitales, puentes, aeropuertos, estadios, provincias, ciudades, etc., y sustituidos por el de próceres y acontecimientos relevantes de la historia dominicana.  Ramfis citaba el párrafo del discurso de Balaguer en el sepelio de Trujillo en el que decía que la afición de éste último a los títulos no respondía a un “sentimiento de vanidad”, sino a un recurso para influir sobre sus conciudadanos.

Cuatro días más tarde, y uno exactamente después de la fecha de la otra correspondencia todavía más importante, Balaguer accedía a la solicitud del hijo del dictador, remitiendo a la Cámara de Diputados un proyecto de ley cambiando el nombre de la provincia Benefactor por San Juan de la Maguana.  Otra provincia, Libertador, se llamaría, de acuerdo con el proyecto, Dajabón; el aeropuerto internacional Trujillo se denominaría Cabo Caucedo.  La iniciativa de Ramfis, decía Balaguer al Congreso, constituía “un notable gesto de desprendimiento y de alta significación cívica…”

A mediados de noviembre los esfuerzos del Gobierno por lograr el levantamiento de las sanciones, no parecían haber avanzado significativamente, a pesar de algunos indicios favorables.  Cansado de esperar y convencido de que no alcanzaría su propósito, Ramfis llamó a sus tíos y dictó a su secretario privado, César Saillant, en presencia de su cuñado León Estévez, la carta de renuncia.

Ese mismo día, en Washington, sin embargo, trasciende que los Estados Unidos, en un informe a una sesión secreta de la Comisión de Sanciones de la OEA, reconoce avances “constructivos” el Gobierno dominicano en materia democrática.  El informe leído por el Secretario de Estado adjunto, Robert F. Woodward, se muestra partidario de un cese de las sanciones.

En un editorial, El Caribe señala al día siguiente que eso propiciaría una salida del país del “aislamiento injustificado en que se encuentra”.  El diputado Eurípides Herasme Peña critica las sanciones y enumera los daños que ellas provocan a la agricultura en su provincia fronteriza de Bahoruco.  Los diarios oficialistas se llenan de reclamos similares provenientes de todo el país.

El regreso el miércoles 15 de Negro y Petán pasa inadvertido para la mayoría de la población.  El Caribe informa de ello en una escueta nota de primera página titulada “Prominentes viajeros regresan a esta capital” y señalando solamente que habían disfrutado de “un período de vacaciones en el extranjero, en compañía de otros familiares”.  El diario mostraba su regocijo por el acontecimiento y expresaba sus “cordiales saludos a los hermanos Trujillo Molina” deseándoles que “hayan recogido gratas impresiones de su viaje”.

Sin embargo, el regreso no resultó tan grato a todo el mundo.  En la capital dominicana la UCN y el Catorce de Junio convocaron a la población a protestar por este “retroceso” y nuevos estallidos de violencia tienen lugar en distintos puntos, con saldos de heridos y cientos de arrestos.  La peor y más costosa de las reacciones se produciría casi simultáneamente en Washington.  El Secretario de Estado, Dean Rusk, personalmente haría pública una enérgica declaración en los términos siguientes:

“La cuestión que está ahora ante la OEA es la de si puede haber ahora una relajación parcial de las llamadas sanciones contra la República Dominicana.  Esta posibilidad está relacionada directamente con los sucesos en la República Dominicana misma.  Esos giros de los acontecimientos pudieran cambiar de una hora a otra.  Por una parte hemos sido animados por las tendencias en la República Dominicana a moverse hacia un gobierno constitucional y más moderado, abrazando elementos más amplios de la población en asuntos políticos y constitucionales, y avanzando hacia la clase de gobierno que los dominicanos mismos puedan respetar y que pueda ganarse la estima de la comunidad internacional de los Estados.  Así como ha habido alguna confusión en las últimas horas tocante a lo que precisamente está ocurriendo en la República Dominicana, no esperaría yo que la OEA creyera estar en posición que le permita actuar inmediatamente en relación con las sugestiones que sobre este asunto hicieron nuestros representantes la semana pasada”.

No podían caber dudas de que la Casa Blanca había endurecido su posición.  El regreso de los temidos tíos había surtido el efecto negativo de modificar la tendencia que el Departamento de Estado exhibiera apenas unos días atrás ante la sesión secreta de la Comisión de Sanciones del organismo interamericano.  Ramfis perdía la más importante de sus batallas y ansioso por regresar a los placeres de su vida más tranquila de playboy en Paris, no le quedaban muchas razones personales para permanecer expuesto al peligro constante, en ambientes que no habían sido hechos para él.

La declaración de Rusk quebró la última reserva que pudiera disuadir a Ramfis a quedarse.

La tarde del sábado 11 de noviembre, en medio de una de tantas huelgas, Vega Imbert recibió una llamada de su colega y amigo Salvador Jorge Blanco, secretario del comité provincial de UCN de Santiago, mientras asistía a una reunión política secreta en el Gurabito Country Club.

Jorge Blanco le urgía a trasladarse de inmediato a la residencia de Carlos Bermúdez (Cartucho), frente a la suya, para una reunión importante.  Allí les esperaba el coronel norteamericano Ed Simmons, a quien Vega Imbert nunca antes había visto.  El agregado militar les planteó en forma directa y franca la necesidad de encontrar un sector militar que evite “un vacío político” en caso de que Ramfis decida irse del país y retornaran sus tíos.

Simmons reconocía el pujante papel del comité provincial de UCN y quería saber si tenía algún plan en ese sentido.  Vega Imbert le dijo que la dirección nacional mantenía contactos con el general Rodríguez Méndez, a lo cual el oficial norteamericano respondió, levantándose bruscamente:

-¡El hombre lo tienen ustedes aquí, en Santiago!

 

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