Diario de un loco

“Diario de un loco” es, paradójicamente, la más lúcida de las cinco “Historias de San Petersburgo” y también la más incomprendida, malinterpretada, incluso tergiversada obra de Gógol. La crítica más solvente por lo general confunde…

“Diario de un loco” es, paradójicamente, la más lúcida de las cinco “Historias de San Petersburgo” y también la más incomprendida, malinterpretada, incluso tergiversada obra de Gógol. La crítica más solvente por lo general confunde en este caso la gimnasia con la magnesia y al clarividente personaje con un orate, un chiflado, un lunático.

Un siquiatra, muchos siquiatras, afirman en jerga siquiátrica que ‘“Diario de un loco’ es el relato de la vida de Aksenti Ivanov Poprishchin, un funcionario de la burocracia ucraniana que, a través de las anotaciones en su blog diario íntimo, va mostrando cómo en medio de la rutina de su labor y las pequeñas humillaciones de su vida, surgen en su mente ideas referenciales y erotomaniacas que progresivamente adoptan tintes delusivos. El carácter disparatado de las fechas y la naturaleza arbitraria de sus vivencias es coronado de modo extravagante cuando abraza la delusión de ser el mismísmo Rey de España. Luego deviene su internamiento asilar, donde la penosa experiencia de colisión de su locura con el entorno constituye su aciago final”.

Santiago Simón Cabodevilla comparte, en parte, este juicio, pero sin perder de vista el valor testimonial implícito en el “retrato” de la locura:

“El relato es el monólogo en forma de diario del funcionario ucraniano Aksenti Ivanov Poprischin, quien narra la progresión de su enfermedad mental, asimilable a la esquizofrenia, que lo lleva por una constante pendiente de desvaríos y pensamientos negativos camino hacia su autodestrucción; por el camino llega incluso a creerse el Rey de España, de ahí su adaptación teatral recurrente. Un retrato que sirve tanto para la crítica de la burocracia funcionarial, como para la descripción del tormento causado por las humillaciones y miserias a que lo sometieron a lo largo de su vida”.

Poprishchin no es un loco, es un visionario, un incomprendido. Sólo un escéptico, un retardado mental, una criada tonta pueden negar que los perros puedan hablar, leer y escribir:

“Al tocar la campanilla, vino a abrirme una joven bastante mona, con la cara salpicada de pecas; era la misma que acompañaba a la anciana. Se ruborizó un poco al verme, y yo comprendí en seguida que ansiaba tener novio.

-¿Qué desea? —me preguntó.

-Necesito hablar con su perrita —le respondí. La joven era tonta y yo lo noté en seguida”. Sólo alguien sin imaginación, podría no sospechar “que los perros son mucho más inteligentes que las personas… El perro es un verdadero político: todo lo nota, no se le escapa ni un paso del hombre”.

La intolerancia más extrema y la insidiosa envidia es lo único que explica que a Poprishchin se le tome por loco cuando descubre que es el rey de España, como si no fuera posible que un designio de la providencia lo hubiera hecho merecedor de tan alto cargo. Aparte de que la condición de rey, como la de primer ministro o presidente en sí misma está sobrevalorada, y como si no fuera posible, en última instancia, que un loco o un sinvergüenza o ambas cosas pueda llegar a ser rey o presidente.

“¡Hoy es un gran día! ¡En España hay un rey! ¡Por fin ha sido encontrado! Y este rey soy yo. Reconozco que al parecer me ha iluminado un rayo. No comprendo cómo pude pensar e imaginarme que era un consejero titular. ¿Cómo pudo ocurrírseme una idea tan loca? Menos mal que entonces no se le antojó a nadie meterme en una casa de locos. Ahora me ha sido revelado todo, ahora lo veo todo con claridad. Antes no comprendía, antes diríase que todo lo que veía estaba sumido en la niebla. Todo esto sucede, creo yo, porque la gente se imagina que el cerebro de una persona está en su cabeza; pero no es así, es el viento quien lo trae del mar Caspio. Primero declaré a Marva quién era yo. Al enterarse de que se hallaba ante el rey de España, alzó los brazos al cielo y por poco se muere del susto. Ella es tonta y jamás habrá visto al rey de España. Sin embargo, procuré calmarla y le aseguré con palabras indulgentes que estaba lleno de benevolencia para con ella y que no le guardaba rencor por haberme limpiado mal los zapatos algunas veces. Hace falta tener en cuenta que la pobre forma parte del pueblo y que no se le puede hablar de temas elevados. Se asustó porque está convencida de que todos los reyes de España son como Felipe II. Pero yo le expliqué que entre Felipe II y yo no había el menor parecido, y que yo no tenía capuchinos. No fui a la oficina. ¡Que se vaya al diablo!”

La más infame intolerancia, la ceguera política, las más bajas intrigas palaciegas son lo único que explican que la supuesta condición de loco de Poprishchin (la sublime locura, en todo caso) justifique ser brutalmente recluido en una de las más brutales instituciones sociales de todos los tiempos, el manicomio:

“Y heme aquí en España. Esto ha sucedido con tanta rapidez, que apenas si puedo volver de mi asombro. Esta mañana se presentaron en casa los diputados españoles, y yo me fui con ellos en una carroza. Me extrañó la extraordinaria rapidez del viaje, íbamos con tanta velocidad, que en menos de media hora llegamos a la frontera de España. Claro está que ahora en toda Europa los caminos de hierro colado son muy buenos y el servicio de barcos está muy organizado. ¡Qué país tan extraño es España! Al entrar en la primera habitación, vi a muchas personas con el pelo cortado al rape, y en seguida me figuré que debían de ser dominicos o capuchinos, pues tienen el hábito de afeitarse la cabeza. El comportamiento del canciller de Estado conmigo me pareció de lo más extraño: me llevó de la mano y me condujo a un cuarto, a cuyo interior me empujó, diciéndome:

—Quédate aquí. Y si persistes en pasar por Fernando, ya te quitaré yo las ganas de seguir haciéndolo”.

Poprishchin es un soñador, un idealista al que todos maltratan y desprecian. El mundo y sobre todo el mando, las riendas del poder están en manos de criminales de guerra, déspotas, presidentes, reyes o ministros que no son más que vulgares ladrones, saqueadores, depredadores como los que tenemos en hay un país en el mundo. Por eso Poprishchin no puede ser rey. Por eso Gógol miraba al mundo de esa manera, a través de la risa y de las lágrimas.

“Y aún me está destinado por un maravilloso poder, caminar durante mucho tiempo de la mano de mis extraños héroes, contemplar toda la grandiosidad de la vida, a través de la risa que ve el mundo y de las lágrimas que le son invisibles”.

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