En República Dominicana no hay un solo perfil emprendedor; están quienes transforman una crisis en oportunidad; gente que convierte ideas en negocios
En distintas comunidades y municipios del país, pequeños negocios logran concentrar una clientela fiel sin campañas publicitarias ni locales lujosos.
A base de calidad constante, precios accesibles y el boca a boca, estos comercios se convierten en referencia, al punto de generar movimientos de compra y venta diarias y atención por distintas vías, incluyendo redes sociales.
Más allá de nombres particulares, existe un elemento coincidente que une esas historias: la demostración constante de la capacidad del dominicano de reinventarse, de sobreponerse y de apostar por sí mismos aun cuando todo parece ir en contra. Siempre “echa para adelante”
Una mirada individual
Mabel Rodríguez encontró en la pandemia un nuevo destino. Entre cuarentena y confinamiento, cultivó más que suculentas: cultivó un futuro. Hoy, su negocio Succulents RD es sinónimo de especialización en plantas ornamentales, presente incluso en la Feria Agropecuaria Nacional, que se desarrolló hace varias semanas, donde su exhibición atrajo desde decoradores hasta curiosos. Pero lo más valioso no está en las orejitas de Shrek que produce, sino en cómo convirtió un pasatiempo en una empresa con identidad propia.
El sabor del frío
Cristina Ivelisse Jiménez, en cambio, comenzó vendiendo helados. Era madre, ama de casa y con una tristeza que la arrastraba. Entrar al programa Mujeres SuperEmprendedoras fue su primer paso hacia una vida distinta. Hoy, su tienda de ropa en Villa Satélite es su orgullo, pero más que eso: su sonrisa -esa que antes decía que no tenía valor para mostrar- es su mayor activo. Ella no solo ha creado una fuente de ingresos, ha reconstruido su autoestima.
Sinergia familiar es importante
Historias como la de Iris Mercedes Paulino Frías también ponen de relieve la importancia de la alianza familiar en muchos emprendimientos. En su caso, un taller de impresión y personalización, ubicado en Villa Mella, que comenzó con su esposo y creció gracias al compromiso conjunto. Con acceso a microcréditos y un ojo agudo para el diseño, han convertido un esfuerzo inicial en un pequeño centro de producción con valor agregado, que resiste a crisis económicas y apuesta siempre al detalle.
De Edwin Polanco a Diamelín
Otra mirada la ofrece Diamelín Jiménez cuya empresa, Escuela de Choferes La Muñequita, se ha consolidado como un espacio de formación para conductores de todas las edades y condiciones. Pero detrás de los conos naranjas y los retrovisores está una historia de coraje: cuando su jefe vendió el negocio donde trabajaba, ella compró más que una escuela; compró la oportunidad de ser dueña de su destino. Y con ese paso valiente, ha promovido no solo el aprendizaje del manejo, sino la conciencia y la inclusión en las vías.
Edwin Polanco es un barbero que en el municipio Fantino no necesita presentación. Es un estilista de fama bien ganada y un trabajador nato. Es el propietario de Edwin Barber Style y un emprendedor probado; una persona de prueba superada.
Empezó oficialmente en 2003 en su natal Bacumí, un paraje productivo de la zona, pero le antecedieron dos años de práctica y aprendizaje. En ese momento cobraba 30 pesos por un corte, un monto que guarda mucha diferencia con los precios actuales, en un oficio de elevada importancia, especialmente porque lleva a la gente a lucir mejor.
También hay emprendimientos que nacen del juego, como el de Darianyi Esther Thomas con Active Kids RD. No se trata de vender juguetes, sino de sembrar desarrollo cognitivo y emocional en la infancia dominicana. A partir de una necesidad que detectó como madre y educadora, Darianyi creó un proyecto que desafía el uso excesivo de pantallas en los niños, y promueve alternativas que alimentan el pensamiento, la creatividad y el vínculo familiar.
El común denominador en todos estos relatos no es el capital inicial -que en muchos casos fue mínimo-, ni la experiencia previa -que a veces fue inexistente-, sino una determinación que no se enseña en ningún aula: la de no quedarse quietos. A estos nombres se suman muchos otros que han sido protagonistas de esta página del periódico en el pasado: Sixto Agapito, agricultor y microempresario que demuestra que el campo sigue siendo fuente de innovación; María Isabel que vende desde su casa y ya planifica abrir un local; Jonás Castillo, que salió de un empleo formal para montar su carpintería; y Yessica Altagracia, que a fuerza de probar fórmulas propias logró posicionar su línea de cosméticos naturales en tiendas especializadas.
¿Qué dicen todas estas historias cuando se miran en conjunto? Que el emprendimiento en República Dominicana tiene rostros diversos, pero una esencia común: la capacidad de ver posibilidades donde otros ven obstáculos.
No hay un solo perfil emprendedor. Están quienes transforman una crisis en oportunidad, quienes hacen alquimia con escasos recursos, quienes convierten habilidades empíricas en modelos de negocio, quienes lideran desde los barrios, desde los campos, desde sus casas.