¿Hacia dónde puede llevar a Taiwán la ruptura con Panamá?

La República de China “en Taiwán” es un ejemplo moderno en la comunidad internacional de cómo la resiliencia política puede hacer que un pueblo transite en pocos años hacia la creación de un estado social y democrático de derecho, con un progre

La República de China “en Taiwán” es un ejemplo moderno en la comunidad internacional de cómo la resiliencia política puede hacer que un pueblo transite en pocos años hacia la creación de un estado social y democrático de derecho, con un progreso económico espectacular.
Hablo de resiliencia porque la historia dolorosa que acompaña al pueblo chino en la isla de Formosa, hoy Taiwán, pudo haberles rezagado a un estadio de desarrollo muy diferente al que hoy exhiben. Cambiaron la visión de esa dolorosa historia por la de un pasado glorioso, cuya reminiscencia perdura.

China se unió a los aliados en la Primera Guerra Mundial de 1914 esperando que le serían restituidos –como le fue prometido- algunos territorios que estaban en poder de Alemania. Sin embargo, El Tratado de Versalles, que marca el fin de la guerra, acabó con esas esperanzas negándole esas pretensiones.

Sobre la base de esa acre experiencia se fortalece una corriente nacionalista que desembocó en la creación del Partido Nacional del Pueblo o “Kuomintang” bajo la egida de Sun Yat-sen, intelectual y revolucionario progresista enamorado de las ideas de la revolución bolchevique, que muere en 1925, siendo relevado por el general Chiang Kai- Shek.

Chiang Kai-Shek, contrario acérrimo al partido comunista de China (PCCh) que continuaba logrando adeptos bajo la dirección de Mao Zedong o Mao Tse-Tung, inició una lucha que desembocó en una guerra civil que perduró varias décadas, interrumpidas solo, por la guerra sino-japonesa. En cierto modo, cuando los chinos no peleaban contra los japoneses lo hacían entre ellos mismos.

Chiang Kai-Shek estableció, tal como lo había planificado su mentor Sun Yat-sen, el gobierno en Nanking, sin embargo, en diciembre de 1937 esta ciudad cae ante la ofensiva japonesa y el generalísimo –como lo había bautizado su partido- Kai-Shek, abandona Nanking acompañado de su estructura gubernamental.

Ya Pekín, ciudad en la que se había acomodado Mao, había caído bajo dominio japonés desde agosto de 1937. Al término de la guerra sino-japonesa en 1945 se reavivan las tensiones entre el poderoso ejército de Mao Tse-Tung y las fuerzas disminuidas de Chiang Kai-Shek.

Para octubre de 1949, vencido por el PCCh y por el ejército de Mao Tse-Tung, abandona China continental hacia la isla de Formosa o Taiwán, acompañado de unos dos millones de refugiados, entre los que se contaban algunos 300,000 soldados y los funcionarios de su gobierno.

Desde 1949 Taipéi fue proclamada como sede del gobierno de la República de China en Taiwán. Chiang Kai-Shek gobernó de forma autoritaria hasta su muerte en 1975 reivindicando a su gobierno como la única autoridad legítima de China y con la idea de que tanto Taipéi como Beijing corresponden a una única e indivisible China de la que él era su genuino presidente.

China (Taiwán) en el tablero internacional actual
Esa concepción doctrinal de Chiang Kai-Shek iluminó la existencia a los chinos que llegaron en un momento en el que la isla, de unos 36,000 km2, era propiedad de tan solo 19 familias, aborígenes en su mayoría.

Taiwán representó, a partir de ese momento y durante la guerra fría, la opción anticomunista a la que la mayoría de países democráticos o alineados a los Estados Unidos decidió apoyar y reconocer.

Eso cambió cuando en 1971 la Organización de Naciones Unidas decidió reconocer al gobierno del Partido Comunista Chino, establecido en Pekín o Beijing, como legítimo y cuando, igualmente siete años más tarde, los Estados Unidos rompen con Taiwán y establecen relaciones diplomáticas con Beijing.

A partir de ese momento, en una política exterior de alineación con los Estados Unidos, muchos países como Arabia Saudita (1990), Corea del Sur (1992), Sudáfrica (1998) entre otros, comenzaron a cambiar de bando.

La diplomacia taiwanesa se ha encargado de mantener en el mundo la coherencia, no solo con los valores que han iluminado su desarrollo en estas más de seis décadas, sino también la reivindicación reiterativa de la idea de que encarnan realmente la parte institucional de un gobierno que, con su éxodo hacia Taiwán, solo cambió de sede pero que continuaba siendo legítimo.

Esa misma idea orientó las conversaciones que dieron lugar a que ambas partes, China continental (popular-comunista) y China en Taiwán (democrática), considerándose a sí mismos como herederos legítimos de una China unificada, llegaran a un acuerdo denominado “Consenso de 1992” en el 1992, que establece la idea unívoca de “Una sola china, dos interpretaciones”.

A diferencia de China Popular, Taiwán con la muerte del hijo y sucesor de Chiang Kai Shek, Chiang Ching- Kuo, se convierte en un estado democrático orientado por elementos constitucionales de derecho en donde existe libertad de partidos políticos.

Uno de ellos, el Partido Democrático Progresista (PDP) no cree en el consenso de 1992 y se decanta más por la idea de la independencia que por una estabilidad condicionada al mantenimiento del status quo actual.

Este partido ha ganado las elecciones en enero de 2016, luego de un período de ocho años de gobierno del Kuomintang (2008 -2016) en el que Taiwán no perdió un solo aliado diplomático. En marzo, a solo dos meses del triunfo del PDP, Gambia establecía relaciones con Beijing y para diciembre de 2016 lo hacía Santo Tomé y Príncipe.

Panamá ha decidido esta semana establecer relaciones diplomáticas con Beijing, desconociendo unas relaciones bilaterales con el gobierno de la República de China que databan del 1922, la más antigua al momento en toda América.

Ya lo había pensado hacer en 2009, sin embargo, un nuevo paquete de cooperación, que incluyó 22 millones de dólares para la compra de un avión presidencial incidió en que el entonces presidente Martinelli cambiara de opinión.

Definitivamente no es el mejor momento para Taiwán. La política que asuma con relación a China continental y su decisión de respetar o no el Consenso de 1992 dictará el comportamiento de China Popular en lo adelante.

Sin Panamá, solo 20 países a nivel global reconocen actualmente a Taiwán, cinco de ellos están en Centroamérica, cinco en el Caribe y uno en Sudamérica. Los otros nueve, con la excepción del Vaticano en Europa, se encuentran en África y Oceanía, con un peso político y económico relativamente muy bajo.

La continuidad del reconocimiento a Taiwán dependerá en gran medida además del rol de los Estados Unidos en esta relación de amor y odio con China continental. De hecho, por un lado, que Panamá haya roto con Taiwán es una consecuencia colateral de aquella conversación entre la presidenta Tsai Ing-wen con Donald Trump, por lo que China Popular decidió actuar, y por otro, es una clara señal de la pérdida de liderazgo estadounidense en la región y, por consiguiente es un indicativo todavía más claro de la influencia de China en el continente.

Depende además de la manera en la que los países vean el comportamiento de Taiwán frente a sus socios. Si bien es cierto que la cooperación ha disminuido considerablemente, la decisión de establecer relaciones con China o con Taiwán debe depender de la maduración del sistema productivo de los países.

De ahí que algunos prefieran la promesa de oportunidades económicas y políticas que ofrece China y otros prefieran la certidumbre de la cooperación al desarrollo que provee Taiwán y que debe fortalecer en estos aciagos momentos.

República Dominicana y su amistad con la República de China (Taiwán)
Cuando en octubre de 1949 Chiang Kai Shek tuvo que abandonar China continental con destino a Taiwán, solo un diplomático, el embajador de la República Dominicana en Nanking, Don Leonte Guzmán Vidal, lo acompañó en su travesía.

Es de entender pues, Rafael Leónidas Trujillo, a la sazón presidente, compartía excepcionalmente el rango de “generalísimo” con Chiang Kai Shek, y con Franco en España.

Independientemente de ello, la amistad que se fraguó entre los dos pueblos y gobiernos ha trascendido el estado de cosas derivadas de regímenes autoritarios a la fuerte relación bilateral que exhiben ambos países hoy en día.

República Dominicana estableció relaciones diplomáticas con la República de China nueve años antes de que sucediera el éxodo hacia Taiwán, lo que quiere decir que, de manera institucional, el reconocimiento siguió al gobierno de Chiang Kai Shek sin importar la sede en la que se estableciera.

El hecho de que Santo Domingo no tenga relaciones diplomáticas formales con Beijing, empero, no le ha impedido beneficiarse de los US$740 millones aproximadamente que desde 2010 hasta 2014 invierte China Popular en el Caribe. De hecho, el país exporta, basado en algunos de esos recursos, más a China continental que a Taiwán.

Paralelamente, la inversión de Taiwán en el 2016 alcanzó la cifra de US$168 millones, con 57 empresas taiwanesas incidiendo en la economía nacional y más de 3000 empleos directos.

Con la decisión de Panamá de abandonar las relaciones con Taiwán, República Dominicana resulta ser el país con mayor peso estratégico para Taipéi en el área de Centroamérica y El Caribe y, posiblemente en todo el subcontinente sudamericano, en el que tiene relaciones solo con Paraguay.

Las tradicionales relaciones bilaterales han sido beneficiosas para ambas partes y el pragmatismo diplomático y político dominicano que mantiene activo además el intercambio con China continental no debe ser indiferente.

Estados Unidos, la mayor potencia económica del planeta tiene ante China el mayor déficit de su balanza comercial, unos US$350 billones de dólares anuales.

Sopesar la idea de abandonar un status que actualmente brinda certidumbre en la relación diplomática con Taiwán, y le permite al mismo tiempo comercializar sin competir con China, puede llevar a momentos difíciles para la economía.

Le corresponde a los tomadores de decisión de los países aliados a Taiwán, República Dominicana entre ellos –o principalmente- decidir en su política exterior si quiere ser cabeza de ratón o, por el contrario, el último pelo en la cola de un impredecible y feroz león.

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