Con un pesar enorme, cumplo con el triste deber de despedir los restos mortales de monseñor Agripino Núñez Collado: sacerdote, Rector, consejero, hermano y amigo.
En su polifacética vida, este ser humano extraordinario se destacó sobretodo en sus roles de religioso, de educador y de mediador.
Este hombre magnífico y enriquecedor tenía una profunda fe religiosa.

Sin esa fe de hierro no le hubiese sido posible vencer los obstáculos que tuvo necesariamente que vencer para cumplir su papel sobre la tierra.

Donde fue párroco, y manejó por más de 20 años las dos parroquias universitarias, realizó una labor pastoral que se reflejaba por ejemplo, en cómo se llenaban sus parroquias en la misa dominical, principalmente de jóvenes que reclutaba a través de la Pastoral Juvenil.

Mantuvo la costumbre diaria del santo rosario, junto a sus colaboradores domésticos Fátima, José Ramón y Juan en Santiago, Fernanda y Antonio en Santo Domingo.

Cultivaba la reflexión leyendo las Confesiones de San Agustín, era devoto de San Francisco de Asís y se hacía acompañar constantemente de un Nuevo Testamento, que leía y releía en todos sus descansos.

Pero su misión pastoral no fue la de ser cura párroco: fue la Educación y la mediación.

Como educador, por supuesto que su gran obra fue esta Universidad. Trabajó de sol a sol y de luna a luna, obsesionado con la misión autoimpuesta de hacer el mejor centro de estudios superiores de la República Dominicana.

Y lo logró!

Su mayor orgullo eran los egresados de la PUCMM, que ya somos más de 100 mil, y la incidencia que tenemos esos egresados en la vida nacional.

Usó toda su inteligencia, que le sobraba, en hacer una universidad para las élites académicas, pero con el enorme plan social del Crédito Educativo, que permitió que los más pobres pudieran tener acceso a la mejor educación.

Yo soy un ejemplo de los miles que pudimos estudiar en este lujo de universidad gracias al programa de Crédito Educativo.

Por eso le tuve y le tendré siempre un agradecimiento perruno.

En su rol de mediador, se le reconoce haber creado la cultura del diálogo.

Desde el emblemático diálogo tripartito en las montañas de Jarabacoa hasta el Consejo Económico y Social, han sido los escenarios donde se han construido los consensos que han permitido, no solo la paz laboral y social que aún disfrutamos, sino también el fortalecimiento de nuestras instituciones.

Y como le dijo el Presidente Abinader a la prensa esta mañana, su mayor aporte no se ve, porque fue lo que no llegó a pasar gracias a su intervención.

No aspiró nunca ni a reconocimientos ni a glorias.

Sus mediaciones más exitosas y sus mayores contingencias políticas nunca las escribió. Por eso Bernardo Vega, mientras presentaba el tomo 2 de sus memorias, decía que faltaba un tomo 3.

Prefirió llevarse a la tumba esas mediaciones que muchas veces salvaron la paz social del país.

Rechazó el doctorado Honoris Causa que con justicia le aprobó la Junta de Directores de esta universidad, alegando que no había trabajado para reconocimientos y que “el cristiano es camino que se usa y que se olvida”.

Su filosofía de vida era la frase de San Francisco de Asís que repetía con frecuencia: “trabajar con tanto empeño como si solo dependiera de ti, y con tanta fe, como si solo dependiera de Dios”
Su presencia en Santiago ha sido una bendición para la ciudad y para la región, no solo por crear, con una labor de carpintería diaria, esta universidad, sino porque ha sido el interlocutor válido, a veces el único, entre Santiago y las instituciones de toma de decisión que tienen su base en la capital.

Gracias en gran parte a su gestión, se hizo la Corporación Zona Franca, los juegos Centroamericanos Santiago 86, el Aeropuerto Internacional Cibao y el Hospital Metropolitano de Santiago, para solo poner algunos ejemplos.

Monseñor fue un real instrumento de desarrollo para la ciudad, para la región y para el país.

Siempre mantuvo su residencia aquí en Santiago, a pesar de que la mayoría de sus obligaciones estaban en Santo Domingo.
En su vida privada era en extremo discreto.

Sus enfermedades no las hablaba ni siquiera con su familia.
He leído en la prensa de “la sorpresiva muerte” de monseñor Agripino. La realidad es que durante los últimos años la salud se le deterioró y tuvo que ser sometido a tratamientos médicos complicados.

Desde quimioterapias a cirugías.

Nunca se quejó. Nunca se deprimió. Minimizaba todo lo que parecía difícil.

Luchó contra sus enfermedades, con la misma fortaleza y la misma valentía con que peleó todas las dificultades y enfrentó todos los desafíos que le deparó la vida, desde su niñez desvalida hasta ser una de las principales figuras del quehacer nacional.
En su vida demostró que era capaz de sobrevivirse a sí mismo.
Su patrimonio, que legítimamente tenía fruto de más de 50 años de trabajo, y que se limitaba a una casa que le preparamos sus amigos y algunos ahorros “por si llegara una enfermedad”, como efectivamente llegó la enfermedad, su patrimonio, repito, lo dejó todo bajo notario, a la Fundación Polanco Brito para uso exclusivo del Programa de Crédito Educativo, que fue su gran labor social.
De modo que hasta en la muerte seguirá prodigando su aporte a la Universidad.

La larga y fructífera vida de este gigante y el resultado de sus realizaciones, quizás serán juzgadas por las próximas generaciones con más objetividad y con mas justicia que lo que lo estamos haciendo ahora.

Ojalá que el país no tenga la necesidad de extrañarle.
Querido monseñor, hasta luego.

Sus hijos espirituales, que somos muchos, sabremos siempre escuchar su voz inconfundible y apreciar su mirada sincera.
Nunca olvidaremos su gesta, su aporte, su ejemplo, su entrega.
Los que tuvimos el honroso privilegio de ser sus amigos siempre miraremos hacia su sepulcro cuando necesitemos de una orientación o nos haga falta un consejo.

Su obra, permanecerá !!!!

Ahora, descanse en paz!!

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