Retórica belicista. Pan y circo

Al parecer el presidente Donald Trump y el Pentágono, en sus infaustas relaciones con algunos países, ha acuñado como manual de estrategia militar lo preceptuado por Sun Tzu en su famoso libro “El arte de la Guerra”.

Al parecer el presidente Donald Trump y el Pentágono, en sus infaustas relaciones con algunos países, ha acuñado como manual de estrategia militar lo preceptuado por Sun Tzu en su famoso libro “El arte de la Guerra”.Una parte de su capítulo VII aconseja: “Utiliza muchas señales para confundir las percepciones del enemigo y hazle temer tu temible poder militar” y va más allá cuando se atreve a presagiar que “De esta forma, harás desaparecer la energía de sus ejércitos y desmoralizarás a sus generales”.

Este comportamiento de impredecible actuación del gobierno de Trump ha sido una constante, incluso, desde la campaña por la presidencia y se ha exacerbado recientemente.

La sorpresiva muestra de músculos militares han sacado del foco de la opinión pública estadounidense, por lo menos temporalmente, las discusiones e indagaciones que se llevaban a cabo en Washington acerca de la relación de su equipo de campaña con Rusia, lo que ocasionó la renuncia de algunos de los más cercanos asesores de Trump y la apertura de procesos investigativos contra otros.

Al momento en que la comunidad internacional recibe la noticia de que Estados Unidos llevó a cabo un bombardeo en Siria, el récord de popularidad de Trump rondaba cifras alarmantes, inferiores a las que tenía el expresidente Bush cuando los ataques del 11 de septiembre del 2001.

Estas cifras de bajísima popularidad, se han revertido con la situación de aparente escalada de corte belicista en el exterior, lo que podría dar la idea de que se trata de una especie de política de “pan y circo” con el fin de sacar del foco de la atención pública un tema incómodo y de saciar al mismo tiempo a las huestes irredentas aunque para ello se violen todos los principios del derecho internacional.

Por otro lado, pensar que alguien puede “make America great again” utilizando una política aislacionista y sin intervenir en procesos que amenazan su hegemonía alrededor del planeta, podría ser contradictorio, sobre todo si se toma en cuenta el inmenso poder del complejo industrial-militar estadounidense que envuelve los intereses de la industria armamentística y que se combina perfectamente, en este y en la mayoría de los casos de conflicto en Medio Oriente y el Asia Pacífico, con el manejo y control de los recursos naturales y energéticos y con variables imperativas de la geopolítica mundial.

De manera que, en el contexto del conflicto que vive Siria desde el año 2011, en el que el liderazgo de Rusia e Irán, con el apoyo decidido de China, resulta visiblemente fortalecido, en desmedro por supuesto de la influencia de los Estados Unidos, los indicadores corporativos que guían la política exterior norteamericana no se resignarían jamás a la inercia, por lo que la búsqueda del momento perfecto para demostrar poderío era solo cuestión de tiempo.

Trump lo encontró mientras recibía en su mansión en Mar-a lago, Florida, al presidente chino, Xi Jinping. El mismo Trump ha relatado que escogió el momento del postre para, con su personalidad teatral, mirándole a los pequeños ojos de Jinping, informarle que había ordenado el lanzamiento de 59 misiles a una base aérea siria desde la que se presume hasta hoy que se produjo el uso de armas químicas contra población civil en la provincia de Il Idlib. Estados Unidos estaba de vuelta.

Por supuesto se cuidó Trump de “avisar con suficiente tiempo” a Moscú -aliado de Siria- que llevaría a cabo tal bombardeo, de modo que esta acción no generara luego consecuencias que un diálogo personal entre Tillerson -expresidente de la EXXON mobile oil y actual secretario de Estado norteamericano, con proyectos petroleros abiertos en Rusia- no pudiera resolver. Pan y circo que, luego de producirse esa reunión en Moscú entre Tillerson y Putin, prosiguió su guion cambiando rápidamente el foco de atención a Afganistán.

De Afganistán a Corea del Norte. ¿ Una guerra nuclear?

No lo creo. Es más, el hecho de que los Estados Unidos haya decidido lanzar en Afganistán y no en otro lugar la más grande bomba no nuclear que posee en su arsenal, la GBU-43 o MOAB, aparte de que quita presión y atención al tema del bombardeo en Siria, que algunos podrían haber llegado a pensar que posiblemente generaría un conflicto de mayor envergadura entre Moscú y Washington, busca disuadir a Corea del Norte y por tanto la libera, si Pyongyang no comete un error, de la posibilidad de que un tipo de bombardeo de este tipo se produzca en su territorio, por lo menos en esta oportunidad.

Anualmente, luego de 1953, año en el que se firma el armisticio que detuvo la guerra en la península coreana, los Estados Unidos y Seúl llevan a cabo ejercicios militares conjuntos, los cuales son vistos por Corea del Norte como una provocación deliberada la cual utilizan como pretexto para generar adoctrinamiento social de su pueblo frente a la idea de un supra enemigo que pretende invadirle irremisiblemente.

De igual manera estos aprestos coinciden con la celebración del aniversario del fundador de Corea del Norte, Kim Il-Sung, lo que provoca que los pronunciamientos de Pyongyang suban de tono. Aprovecha el régimen norcoreano además para, a raíz de la intranquilidad que genera la retórica belicista en aumento, presionar a occidente para que le otorgue concesiones que a menudo incluyen toneladas de alimentos, muchos litros de alcohol y bienes suntuarios, incluyendo automóviles, entre otros.

Sin embargo, es la primera vez que esto sucede en la recién estrenada presidencia de Trump, quien decidió aprovechar estratégicamente la oportunidad para llevar a cabo algunas maniobras que al final, aunque peligrosas, pueden terminar fortaleciendo determinantemente la presencia norteamericana en la región y enviando un mensaje contundente, no solo a Corea del Norte, sino también a quienes dependen en esa zona de la divina protección norteamericana y, por otro, a quien representa la acera contraria, China.

China compra alrededor del 55 % de lo que produce y exporta Corea del Norte, y posibilita que un 30% sea adquirido por Argelia, con quien China tiene fuertes lazos de cooperación y mucho mejores nexos de relación política estratégica. El restante 15% es adquirido por Corea del Sur. De modo que, en términos pragmáticos, China sustenta directa e indirectamente una economía norcoreana en constante recesión.

De ahí que, por un lado, la relación de los Estados Unidos con Corea del Norte dependerá en gran medida de lo que decida Beijing al respecto, y, por otro, la escalada del conflicto presiona de forma indirecta a Xi Jinping en su propio espacio geopolítico, por lo que se convierte esto en el talón de Aquiles de la poderosa China, que sabrá encontrar la forma de que no ocurra una conflagración bélica, con uno de sus protegidos, en sus propias narices, que cuestione además su liderazgo en la zona.

Adicionalmente a esto, tanto Japón como Corea del Sur, aunque les preocupa muchísimo su seguridad y le intranquilizan las constantes amenazas norcoreanas, no les interesa una invasión de los Estados Unidos a Corea del Norte.

De modo que, aun cuando la retórica belicista entre Pyongyang y Washington parece presagiar en breve una guerra nuclear, considero que esto no llegará a suceder por ahora.
En cambio, Donald Trump habrá sacado su gobierno del asedio de la opinión pública por las sospechas de relación con Rusia, se habrá burlado de la fortaleza política de XI Jinping en su propia cara y, cuando baje la efervescencia política en la región habrá dejado claro a China y a su protegido Kim Jong Un que puede enfrentar el poderío de ambos, mientras, habrá encontrado el pretexto para incrementar ostensiblemente su presencia militar permanente en el mar de China Meridional hasta Australia. 

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