El 1-1 de Rincón

Con el perdón de los hinchas alemanes o franceses que nos lean hoy, confieso que, más allá del atractivo Alemania-Francia que espera al mediodía, mi mente se relame contemplando el Colombia-Brasil que le sigue de una manera especial.

Con el perdón de los hinchas alemanes o franceses que nos lean hoy, confieso que, más allá del atractivo Alemania-Francia que espera al mediodía, mi mente se relame contemplando el Colombia-Brasil que le sigue de una manera especial.

¿Será que condiciona la cercanía continental? Puede ser. Pero también es cuestión de romance. De la selección colombiana se ha hablado bastante este verano: su calidad, su juego. No tanto, quizás, del riquísimo marco histórico que la rodea. Ese diccionario de emociones colectivas traducidas a momentos específicos que comparte toda la gente de un país que, aunque siempre futbolero, ha tenido que esperar al día de hoy para jugar los primeros cuartos de final de su historia.

Demos vuelta atrás, pues, para recordar uno esos momentos: aquel gol de Rincón.
En el ’90, el pase a octavos se jugaba a seis grupos. Los cuatro mejores terceros se unían a los primeros y segundos en octavos. Aquella tarde, los de amarillo esperaban ser uno de esos cuatro, ellos y un país entero. En frente tenían a toda una Alemania Federal con Matthaeus, Voeller y el mismo Klinsmann que hoy entrena a los gringos.

Rozaba el último minuto y Colombia merecía el gol sin verlo llegar. Ahí fue cuando la pelota picó buscando la melena de Valderrama, que la fue llevando hacia arriba en paredes con el delantero Rincón, hasta soltar un pase entre líneas que este último arrastró hasta el uno contra uno versus Illgner.

La definición sublime entre las piernas del arquero alemán contrastó notablemente con la locura de las celebraciones que le siguieron: Colombia estaba en octavos, y en el país del café y de los Gabos se erigía un recuerdo eterno en forma de gol.

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