Cuando están a punto de concluir las últimas horas de un año, generalmente la gente, en el plano personal, se pregunta sobre cuáles cosas hizo en esos doce meses que culminan y también, aunque no lo confiese abiertamente, siente cierta aprehensión por la paradójica certeza de lo incierto que se abre con el inicio de un nuevo año. En lo que tiene que ver con la política internacional y con la diversidad de acontecimientos que interactúan para crear una u otra percepción de la realidad en términos globales, la situación es muy similar. Al concluir el 2016 y al observar de manera holística los eventos que tuvieron lugar en estos doce meses, muchos de ustedes estarán de acuerdo conmigo en que ha sido un año especialmente extraño en el que muchas de las cosas que se daban por seguras han sido categóricamente negadas, sobre todo, en las urnas.
Muchos acontecimientos importantes sucedieron en este año que concluye hoy, sin embargo, pienso que tres de ellos convierten de forma contundente al 2016 en un año de especial relevancia histórica; un cuarto delineará determinantemente el desempeño económico de los Estados en el 2017 y la relevancia política de algunos; y un quinto, cierra de manera definitiva una era. El primer acontecimiento que a mi entender marca un punto de inflexión en la historia reciente y en lo que traerá consigo en devenir histórico inmediato es el triunfo de Donald Trump en las elecciones del pasado 8 de noviembre en los Estados Unidos.
Con el resultado de las elecciones en los Estados Unidos el mundo fue testigo de que hoy por hoy la política estadounidense no dista mucho de la de otros países con menor desarrollo de sus instituciones y de que ni siquiera el país más poderoso del mundo está exento del embate de proclamas populistas que terminan convirtiéndose en Gobierno.
Pero más allá de esto, el triunfo de Trump confirma que en el país que puede considerarse el corazón ideológico y operativo del status quo imperante no todos están contentos con el “destino” que desde allí se intenta crear para todo el mundo y que, muy importante esto, se han decidido a cambiar, no porque Trump sea la opción óptima que necesitaban, sino porque en el contexto era la única persona portadora de un discurso contrario a todo lo que habían escuchado. En pocas palabras, Trump pronunció al oído de los norteamericanos lo que en definitiva querían escuchar: seguridad frente a la incertidumbre proveniente de la inmigración irregular y portadora de elementos derivados del terrorismo; proteccionismo a sectores de producción nacional frente a mercados abiertos; nacionalismo impulsado por el “make great America again” como lema de campaña frente a la sensación de algunos sectores estadounidenses de desmoralización de los Estados Unidos por una errada política exterior implementada por el binomio Obama/Clinton.
El 20 de enero próximo marca el pistoletazo de salida para el Gobierno de Trump. Las políticas que asuma frente a la problemática internacional serán determinantes para la imagen de los Estados Unidos, así como para la resolución pacífica de conflictos que han puesto en tela de juicio el proceder de Washington en la última década y que han relativizado su peso a nivel internacional, justo cuando Rusia emerge como actor de innegable principalía en el entorno global con visos de mucha relevancia para los próximos años.
Otros acontecimiento de los que marcan este 2016 son los resultados del referéndum en Reino Unido, conocidos como el “Brexit” que han decidido su salida de la Unión Europea, contrario, tal como sucedió con el triunfo de Trump, a lo que previeron todas las encuestas y la mayoría de los estudios de opinión . Sin lugar a dudas, los resultados del Brexit forman parte de aquella corriente antiglobalización que, en la década del 90 era impulsada por estudiantes y líderes sociales y que era reprimida arduamente por los líderes políticos.
Paradójicamente en esta ocasión, la “antiglobalización” como antítesis conceptual al proceso multidimensional galopante y generalizado de la globalización parecería estar de vuelta, esta vez con un componente nuevo, el liderazgo político emergente de países de primer orden, es quien lo promueve aún sin nombrarlo.
Cuando se pensaba que las políticas de democracia liberal y de mercados abiertos defendida arduamente desde 1989 y el final de la guerra fría eran el camino a seguir, los resultados de procesos como el Brexit cuestionan abiertamente las políticas globalizantes impulsadas desde Bruselas que limitan la capacidad de decisión unilateral y soberana de los países de la Unión Europea.
Así mismo, el triunfo de Donald Trump en los Estados Unidos y su incendiario discurso en contra de los mega acuerdos comerciales, los cuales, según su apreciación, lesionan a sectores productivos, eliminan puestos de trabajo y ponen en peligro la independencia económica y política de los Estados Unidos, rompe definitivamente con la manera en la que se aceptaban las políticas impulsadas tradicionalmente desde Washington y Bruselas para el resto del mundo. Todavía al día de hoy no se ha iniciado formalmente el proceso que establece el Tratado de Lisboa para la salida de un Estado Miembro de la Unión Europea en este caso para Reino Unido, sin embargo, su peso político, sin lugar a dudas, y aunque lo desmientan algunos, ha disminuido considerablemente y continuará haciéndolo durante el Gobierno de Trump. Su desempeño económico por igual ha descendido considerablemente aún sin haber completado el proceso de separación de la UE, por lo que se puede intuir que, de no lograr acceder al mercado común europeo luego de su salida definitiva, la economía de Reino Unido tendrá muy serias complicaciones.
Los resultados del Brexit además lesionan de manera determinante el proceso de integración europea, tanto así que posiblemente en un relativo periodo de tiempo se vea en retrospectiva al 2016 como el año en el que inició el cuestionamiento a los beneficios derivados de ser miembro de la Unión Europea frente a lo que como Estados se debe ceder y a la posibilidad de que otros miembros sigan la ruta que decidió recorrer Reino Unido.
El tercer acontecimiento de inmensa importancia ocurrido en este 2016 que culmina, dejando de lado todos los escollos que se han producido a su alrededor para que se hagan una realidad, son los acuerdos de paz en Colombia. Luego de un conflicto con más de cinco décadas de existencia, arribar a la firma de unos acuerdos de paz entre el Gobierno del presidente Santos y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) es uno de los acontecimientos de mayor relevancia, no solo para el continente latinoamericano sino para el mundo en su totalidad. Ocho millones de víctimas, entre ellos más de 260,000 muertos, cerca de 100,000 desaparecidos y el lastre de una sociedad herida profundamente por la división interna hacen de este esfuerzo de paz el más importante no solo de este siglo sino de la segunda mitad del Siglo XX en América Latina. Justo en el día de ayer se aprobaba en el congreso colombiano una amnistía para combatientes de las FARC lo que, si bien es cierto que deja a muchos sectores inconformes con la idea de una paz sin justicia integral para víctimas y victimarios, acerca a Colombia al inicio de la implementación de unos acuerdos que deben coadyuvar a la reconciliación nacional y al desarrollo de zonas depauperadas golpeadas inmisericordemente por el terrorismo y la guerrilla en ausencia de la protección del Estado.
El cuarto acontecimiento que delineará determinantemente el desempeño económico de los Estados en el 2017 es el acuerdo al que han llegado los países miembros de la OPEP y otros productores de petróleo fuera de la OPEP para reducir la producción de crudo en 1,2 millones de barriles diarios.
Desde el año 2001 la OPEP no había arribado a acuerdo alguno para regular la producción de petróleo cuyos precios descendieron desde junio de 2014 cuando se cotizaba a US$ 115 dólares el barril a US$ 28 dólares en enero de este año.
El desempeño de países por ejemplo como Venezuela, Ecuador, Brasil, cuyas economías dependen en gran medida del petróleo, ha sido golpeado rudamente por efecto de los bajos precios, que como consecuencia de la sobreproducción del crudo en Arabia Saudita, se han producido en los últimos dos años. Ningún país puede tener un peso político importante en el plano internacional si no cuenta con una “poderosa cuenta bancaria”. De ahí que los exorbitantes precios del petróleo que dominaron el mercado hasta el 2014 permitieran el ascenso político de países como Brasil, que se convirtió en un momento en la séptima economía del mundo y Venezuela, cuya influencia política con su programa Petrocaribe no admitía dudas.
De ahí que la posibilidad de influenciar los precios del petróleo sirve como arma política para desinflar egos en el plano internacional de países cuya economía no se ha ocupado por desarrollar otros sectores más que este. La industria del fracking (petróleo de esquisto) en los Estados Unidos y la capacidad arrolladora de su aliado en Medio Oriente, Arabia Saudita, para provocar una sobreproducción del crudo, han mantenido bajos niveles de precios lo que ha provocado de manera indirecta problemas de solvencia en Venezuela, en Cuba, en Rusia, en Brasil y en otros países que dependen de ello y por consiguiente, situaciones políticas adversas. Este acuerdo para elevar los precios del crudo y para dotarle de equilibrio y que iniciaría a partir del 1ro de enero del 2017, traerá aparejado consigo la posibilidad de mayor relevancia política para Rusia y posiblemente la revitalización de economías como las de Brasil y Venezuela y el fortalecimiento de las de Ecuador y Bolivia. En cambio, si bien es cierto que traerá tranquilidad a economías del petróleo, podría impulsar niveles de inflación altas en países que dependen exclusivamente de la importación de combustibles fósiles, como es el caso de la República Dominicana. Se estima que el 60% del barril del petróleo es especulación, por lo tanto, el 2017 podría estar marcado por un alza importante en los precios y por una reedición reforzada de lo que el presidente Leonel Fernández llamó en su momento la “economía de casino” que estimaba que el problema del alza de los precios del petróleo no respondía a un problema de oferta y demanda sino más bien a la financiarización del mercado de futuros.
Por último, el acontecimiento que cierra consigo el desarrollo de toda una era ha sido la muerte de Fidel Castro. La vida del hombre que gobernó a Cuba por 47 largos años terminó el pasado 25 de noviembre de 2016. Paradójicamente sucedía esto un día después de que se firmaran por tercera vez los acuerdos de paz entre el Gobierno de Colombia y las FARC, proyecto que, igual que el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba y los Estados Unidos, solo pudo llevarse a cabo con la aprobación y apoyo decidido de su persona.
Ha sido Fidel el artífice de la Cuba que conocemos hoy, modelo y símbolo de dignidad frente al poderío yanqui para algunos, víctima de un régimen oprobioso para otros. Sin embargo, más allá de Cuba, Fidel fue siempre un hombre universal, símbolo del arrojo, de la defensa de ideales y de la valentía aún frente a enemigos que sabía con certeza que jamás podría vencer. La muerte de Fidel Castro cerró 60 años de historia, desde que desembarcó en Cuba con un grupo de rebeldes provenientes de México en 1956 para impulsar la guerrilla que derrocó a Fulgencio Batista en 1959 hasta su fallecimiento en noviembre, cierra el recuento de acontecimientos que sin lugar a dudas hará del 2016 un año de relevancia histórica.