La alumna que puso en pie a la PUCMM

Miles de personas colman el Centro de Convenciones del Puerto Sans Soucí para asistir a la quincuagésima tercera graduación del…

Miles de personas colman el Centro de Convenciones del Puerto Sans Soucí para asistir a la quincuagésima tercera graduación del campus Santo Tomás de Aquino, de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM). Desfilan 874 profesionales para recoger su título de grado o posgrado. La hilera interminable de alumnos serpentea entre tímidos aplausos, cuando los altavoces asocian a alguno de ellos los Honores Académicos del Cum Laude, la Magna Cum Laude o la Summa Cum Laude. Tras media hora de pronunciar nombres, de recoger títulos, el locutor pronuncia: “Nerilissa Aybar: Summa Cum Laude”. Cientos de graduados se yerguen al unísono y arrancan a aplaudir. Un homenaje al que se suman pronto todos los presentes: desde las autoridades de la PUCMM hasta las últimas filas del público.

Muy pocos alcanzan cada año la Summa Cum Laude. Nadie la había logrado siendo, como Nerilissa, invidente. Y es que, bajo el andar frágil de esta joven, se oculta una inteligencia superlativa y una voluntad de acero. Nerilissa, a consecuencia de un problema de retina derivado de un parto prematuro, nació ciega. Su hermano mellizo, por su parte, sufrió diversos problemas cognitivos. Otros padres, ante una situación así, se habrían derrumbado. Pero no los de ella, que, lejos de achicarse, inculcaron en su hija una voluntad de superación indesmayable. ¿Por qué tendría ella que refugiarse en la autocompasión y en la condescendencia ajena, si podía tensarse como un arco y alcanzar las metas más ambiciosas? ¿Por qué no, en cambio, exigirse tanto o más que los demás, supliendo su carencia visual con el brío de la voluntad y la brújula de una inteligencia que veía más y mejor que otros?

A los 9 años Nerilissa abandonaba la Escuela Nacional de Ciegos y se matriculaba en el Colegio Dominico Americano, como otra alumna más. Las nuevas tecnologías posibilitaron que relegase poco a poco el braille –un sistema de escritura lento y aparatoso– y se manejara a partir de libros de texto usuales. Ya en la universidad, tras acostarse a las 12 de la noche, se levantaba diariamente a las 5 de la mañana para escanear los manuales de Derecho, cuyo texto reconocería y pronunciaría más tarde la computadora. Posibilidades de la tecnología en la que destacan los productos de Apple (como el iPhone 4), que permiten ser manejados con soltura por cualquier persona invidente.

Cuando pregunté a Nerilissa qué había sentido al graduarse entre el aplauso atronador del público, no me habló de satisfacción personal, sino del deseo de que un día próximo –por la normalización de los invidentes en la universidad– esos aplausos ya no fueran necesarios. Ella busca ahora un trabajo en la abogacía que, dado su talento, no tardará en llegar. Y me viene a la memoria un verso del gran poeta inglés John Milton, ciego, en el que se refiere a “este mundo oscuro y ancho”. Un mundo lóbrego que, pese a todo, personas como Nerilissa inundan de luz y de esperanza.

«Las nuevas tecnologías posibilitaron que relegase poco a poco el braille –un sistema de escritura lento y aparatoso– y se manejara a partir de libros de texto usuales.»

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