Apostemos a una campaña juiciosa

La tarde del pasado viernes será recordada por los dominicanos como uno de los momentos más tristes que hayamos vivido en los últimos años. Ese día, perdimos a un académico bien formado y un patriota ejemplar, como lo fue el profesor Mateo Aquino&#8

La tarde del pasado viernes será recordada por los dominicanos como uno de los momentos más tristes que hayamos vivido en los últimos años. Ese día, perdimos a un académico bien formado y un patriota ejemplar, como lo fue el profesor Mateo Aquino Febrillet.

Los más fieles seguidores de esta columna, que tengo a bien compartir cada jueves, de seguro recordarán que en más de una ocasión he dedicado este espacio para reflexionar en torno a lo que debería ser el modelo de sociedad al que todos aspiramos.

Una sociedad donde prevalezca el sentido de la convivencia pacífica y el respeto a la diversidad de opiniones, criterios y decisiones de nuestro prójimo. Una sociedad donde seamos capaces de asumir posturas razonables y de tolerancia ante lo que piensen y expresen los demás.

Este tipo de comportamiento debería ser una norma inquebrantable entre seres verdaderamente racionales y dignos de cohabitar en un mundo civilizado. Pero, lamentablemente, una parte importante de la conducta colectiva se quedó atascada en el proceso evolutivo para alcanzar el grado de condición humana.

Buscamos el más mínimo pretexto para justificar insultos, arrebatos y comportamientos impulsivos, que dan al traste con daños directos y colaterales a nuestros semejantes. No escatimamos bríos para demostrar que somos más fuertes, más poderosos o superiores.

Las peleas y rebatiñas por doquier están a la orden del día; la vida vale menos que cucaracha en gallinero y nos volvemos seres insensibles ante el dolor ajeno, porque aprendimos a mirar la angustia y el sufrimiento de terceros como algo simplemente “normal” y propio de este mundo “globalizado”.

Fue este desorden conductual y de actitudes absurdas que nos aturden como nación, lo que hizo víctima al profesor Febrillet de una muerte inmerecida y hasta cierto modo irónica. Sí, irónica, porque lo mataron justamente intentando demostrar que es posible dirimir diferencias mediante el diálogo constructivo, sin pasar el estadio de la barbarie que finalmente arrancó su fructífera vida.

El país perdió a destiempo a un gran dominicano, a un uasdiano a carta cabal, ya en la recta final de una campaña electoral que no debería sorprendernos con hechos de esta naturaleza.

Su muerte es tan lamentable y trágica, como otros sucesos que en el pasado tiñeron de sangre y enlutaron lo que al menos en teoría se concibe como una fiesta de la democracia. O como un momento especial, donde cada ciudadano cifra sus esperanzas de mejor vida en las ofertas de candidatos a distintos cargos de elección popular. En esta coyuntura político-electoral, el liderazgo político nacional ha de erigirse como principal responsable de llevar el mensaje de unidad entre sus partidarios y asimilar con madurez y sapiencia el rol de sus opositores. Solo así será posible lograr que la competencia en este terreno se desarrolle sobre la base de propuestas, discusiones y análisis de la realidad nacional.

De alguna forma, todos debemos comprometernos con parar las funestas consecuencias que se desprenden de pasiones desbordadas y fanatismos que en el peor de los casos empujan a terminar con la vida de un ser humano.
Debemos exigir a los políticos que este tiempo restante de campaña transcurra en paz. Nos asiste el compromiso moral de rechazar cualquier acción que atente contra el legítimo derecho de vivir en armonía, independientemente del bando político al que cada quien decida pertenecer.

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