Apuntes históricos para entender la ciudadanía (y 2)

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L a ciudadanía nacida en la Revolución Francesa, la máxima expresión de la revuelta de la burguesía naciente en contra del Antiguo Régimen, era excluyente, no era universal. Sólo los hombres, masculinos, que tenían profesión liberal o bienes alcanzaron esa categoría. Con el tiempo, con luchas políticas y sociales, los hombres, repito, masculinos, alcanzaron la condición de ciudadanos. Ese momento fue denominado por algunos historiadores como una “ciudadanía de mayor alcance” y un voto “prácticamente universal”.

Las mujeres, en el siglo XVIII ni en el siglo XIX, e incluso, toda la primera mitad del siglo XX, no teníamos derecho, voz, nada. No éramos ciudadanas. No éramos nada. Gracias a la tenacidad de muchas mujeres, que lucharon, que alzaron sus voces, que exigieron derechos, que se lanzaron a las calles a protestar, las mujeres logramos votar. Pero, ojo, ya habían transcurrido varias décadas del pasado siglo XX. El primer país que reconoció el derecho de las mujeres de votar fue Australia en 1861. El primer país en América Latina en aprobar el sufragio femenino fue Uruguay. En República Dominicana se logró en 1947, irónicamente bajo la dictadura de Trujillo.

¿Por qué es tan importante el voto cuando se habla de ciudadanía? Porque una gran conquista de las sociedades del siglo XIX fue lograr elegir a los que dirigían los destinos. Durante la Edad Media el voto no existía. El Rey, por delegación divina tenía la representación, pero además era hasta su muerte, y sería sustituido por los herederos. Lograr que la ciudadanía votara para elegir a los gobernantes fue un verdadero avance.

La lucha a finales del XIX y durante todo el siglo XX fue la universalidad del voto, sin importar religión, posición económica o sexo. Hoy, con estas conquistas logradas, exigimos nuevos paradigmas para definir la ciudadanía. l

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