El árbol de la superación humana (1)

(Discurso pronunciado en la celebración del Día del Árbol, el 4 de mayo del año 1983, con motivo de la siembra de una planta…

(Discurso pronunciado en la celebración del Día del Árbol, el 4 de mayo del año 1983, con motivo de la siembra de una planta de guayacán en el jardín frontal de la Biblioteca de la Universidad Católica Madre y Maestra, el árbol de la superación humana).

La idea de plantar este guayacán, lanzada hace dos años, va a materializarse esta tarde, felizmente.

La superación humana podría representarse por otros símbolos; como, por ejemplo, una obra de arte escultórica. Sólo se les exige adecuación representativa. Pero cualquiera que sea, sin embargo, el número de estos símbolos, lo importante reside en que ellos hagan sentir su presencia bienhechora a las personas, generalmente tan necesitadas de estímulos axiológicos que las ayuden a canalizar sus energías ascensionales correctas.

Para una comunidad universitaria que como la de la UCMM (ahora PUCMM) tiene un Campus de tanta belleza natural, nada mejor que un árbol para representar la superación humana. El árbol elegido, previo asesoramiento competente, ha sido el guayacán (Guaiacum Officinale), siempre verde, de flores azules y  frutos amarillo-canarios en forma de corazón, que sabe resistir  en el duramen los agudos dientes del comején; corteza sensitiva llorando lubricantes lágrimas resinosas cuando la herimos; de crecimiento lento pero sostenido, llegando al pináculo de su desarrollo al cabo de 200 años; todo él con propiedades medicinales: estimulante, sudorífico, antisifilítico, diurético; no da tregua a la gota, a la hidropesía, al reúma, al mal venéreo; es fuerte, con raíces bien sujetas al suelo; es decir, capaz de resistir la furia de los vendavales; crece en regiones secas y desafía al suelo calizo: es decir, se abre paso a través de las inhospitalidades del medio.

Esta mención de las características del guayacán hace ver su idoneidad como símbolo de la superación humana, pues ésta se produce en lucha continua contra factores adversos y desarrolla su cuerpo con un duramen volitivo altamente resistente a las mordeduras insidiosas de los comejenes del desaliento.

Cuando estudiantes y profesores, y otras personas, caminando por estos alrededores, capten visualmente al guayacán simbólico, a sabiendas de lo que representa, recibirán un secreto impulso de aliento en la dirección que apunta hacia la realización de sus proyectos personales más caros. Bajo su sombra propicia sentirán, al igual que los discípulos de Sócrates ante su simple presencia, que nuevos bríos penetran por los poros del espíritu en un proceso de ósmosis moral generado por su química simbólica.

Superación personal en un contexto comunitario y ambiental, sin las estrechas miras preponderantemente egoístas tan generalizadas en la sociedad dominicana y en el mundo de hoy. “Egoísmo y Altruismo -decía Alexis Carrel- son igualmente necesarios”, pensando acaso en las evidencias cotidianas de los comportamientos individuales. Sin embargo, suponiendo ciertas estas palabras de Carrel, cabe preguntarse cuál sería la proporción deseable de esos dos valores.

Digamos que toda acción nuestra (A) es una combinación lineal de ambos (E, egoísmo; T, altruismo), lo que los matemáticos traducen a su lenguaje por A = p.E + q.T, siendo p y q los pesos correspondientes, medidas de sus respectivas proporciones, y cuya suma es siempre la unidad. Cuando el peso p del egoísmo es cero, la acción viene de un santo (de ahí el “es mejor dar que recibir” de San Francisco de Asís); cuando su valor es la unidad (lo cual significa peso nulo del altruismo) la acción viene de una persona absolutamente egoísta, indiferente a los dolores, a las injusticias y a las penas que sus acciones causan a los demás.
Una naturaleza humana con fuerte vocación de servicio a sus semejantes, sin ser la de un santo, tenderá normalmente a hacer crecer su coeficiente de altruismo o a dejarlo estacionario en un valor relativamente grande comparado con el de su coeficiente de egoísmo.

La superación personal en la que pensamos exhibe el atributo de mantener un coeficiente de altruismo elevado, dentro de las limitaciones circunstanciales del ser humano, y de aquellas limitaciones propias que le hagan repetir la declaración hecha por  Léon Bloy en la última página de uno de sus libros: “Sólo hay una tristeza y es la de no ser Santos”.

Lograr un título profesional es la aspiración de todo estudiante. Se da ciertamente un salto cualitativo- cuantitativo. Llegamos a la Universidad en un estado A y salimos en un estado B y éste último se juzga superior al primero; y así es en muchos sentidos. Por lo pronto, sabemos más cosas; sobre todo, técnicas;  conocimientos especializados que nos ayudarán en la lucha por la vida. Pero también salimos enriquecidos con otras formas de conocimiento y porciones de sabiduría dadas por la atmósfera cultural universitaria: teatro, deportes, música, conferencias, exposiciones, diálogos, y muchas otras cosas más.

La calidad del estado final de la transición A => B estará estrechamente ligada a los valores que la vehiculen. Esto hace que la superación humana tenga sus grados, su jerarquía.

La persona es un repertorio de posibilidades físicas y espirituales. Es pobre cosa -para mencionar un ejemplo entre otros – desarrollar sólo aquellas potencialidades humanas que nos permitan satisfacer exclusivamente las necesidades materiales. Las excelencias del lenguaje, la capacitación mental, las competencias técnicas van entonces únicamente dirigidas a mantenernos en el nivel de la animalidad satisfecha. Me interesa mi yo, los placeres de mi cuerpo. Todos los proyectos y afanes de mi vida siguen la trayectoria horizontal que les impone la tiránica gravitación de la materia.

La superación humana verdaderamente positiva es la que aspira a una cobertura totalizadora de las potencialidades del hombre. Cubrimiento de las esferas física, intelectual y moral. Y esto en un proceso continuo, interrumpido sólo por la muerte. Recordemos al guayacán: necesita dos siglos para alcanzar su plenitud.

¿Cómo? ¿Una superación a lo largo de toda la vida?
Pues bien, así es. Físicamente, conviene a la salud del cuerpo realizar ejercicios musculares cada día. Profesionalmente, conviene a la excelencia de los servicios especializados que prestamos a la sociedad un esfuerzo permanente para seguir los progresos de nuestra área de competencia.  Culturalmente conviene a la comprensión personal del   Universo y de la Persona, extender una mirada inquisitiva sobre la literatura, la ciencia, la filosofía. Moralmente, conviene a la tranquilidad de la conciencia y a la elevación ética de nuestra vida terrena   una vigilancia continua de nuestras acciones para darles una consistencia digna, en función de valores superiores como, entre otros, la justicia, el bien, la confraternidad, la dignidad, la rectitud.

Este último aspecto axiológico es particularmente importante. Su descuido es la causa de muchos lamentables episodios, como los registra la historia reciente del país, como se ven incluso en la actualidad. Profesionales salidos de las aulas universitarias chapotean alegremente en los viscosos fangales del peculado, en las aguas negras del maquiavelismo político y social, exhibiendo con olímpica insolencia el vergonzoso botín de sus correrías. Aquí y allá vemos todos los días a los que se dejan dominar por la rutina, con el ánimo deshilachado y el espíritu al garete; a los que convierten sus profesiones y empleos en medios para producir dinero, desentendiéndose de escrúpulos deontológicos; a los que ocupando altos cargos en la dirección de una comunidad y disponiendo de una cierta dosis de poder, no establecen condiciones propicias al comportamiento desenvolvimiento moral de sus miembros, llegando a veces a incurrir en el contrasentido de quejarse por situaciones éticamente indeseables que ellos mismos han contribuido a crear.

FUENTES

[1] José Ingenieros; El hombre mediocre: @
[2] Elizabeth Ovalle; Discurso pronunciado en la UCMM el Día del Árbol del año 1981 (4 de Mayo)

[3] Política Forestal, documento del Centro de Estudios Energéticos y Recursos Naturales de la UCMM, marzo del 1983.

[4] R. Frondizi; ¿Qué son los valores?: Editorial Fondo de Cultura Económica, Breviario 1355, México, 1962.

[5] A. H. Lioger; Árboles Dominicanos: Academia de Ciencias de la República Dominicana, Santo Domingo, 1978.

[6] A. B. Cordero, Manual de Medicina Doméstica: Editora Taller, Santo Domingo, 1978.

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