De autoritarismo

El dictador Rafael Leónidas Trujillo Molina dividió a la sociedad dominicana  en dos grupos: los ciudadanos sabios que le seguían, y los malavenidos que se oponían a su gestión y que se negaban a aceptar “el progreso, la paz, y la real independenc

El dictador Rafael Leónidas Trujillo Molina dividió a la sociedad dominicana  en dos grupos: los ciudadanos sabios que le seguían, y los malavenidos que se oponían a su gestión y que se negaban a aceptar “el progreso, la paz, y la real independencia de la Nación”. Se presentó como el padre instructor capaz de enseñar el camino hacia la paz, la felicidad y el progreso. En procura de ese objetivo se difundió en todo el país un repertorio de sus frases preferidas: “Mi misión es de paz y trabajo. Mi política es de trabajo, ya lo he dicho en muchas ocasiones… El trabajo es mi divisa, porque es la base de la unión, del bienestar y de la paz en que descansa la felicidad de los pueblos”. Planteaba el objetivo de la unidad nacional, porque manifestaba la idea de que la disciplina social guiaría a la nación al progreso y a la civilización. Tuvo la oportunidad de organizar el Estado y sacar al país de la crisis económica y política que encontró al asumir el poder en 1930, pero en el ámbito de una dictadura en el que la intolerancia fue una norma.

Trujillo, en los momentos de su interés, contó con una legión de alabarderos. En el inicio de  su régimen, el senador de Santiago, Mario Fermín Cabral, sometió  un proyecto de ley que el Congreso Nacional aprobó para cambiar el nombre a la ciudad de Santo Domingo, capital dominicana, por el de Ciudad Trujillo. En circunstancias de ese tipo el dictador sabía hacer teatro. En lo que pareció parte de una obra suya, rechazó la iniciativa congresual, pero luego saldría a luz lo que ocultaba. Dijo que en contra de su voluntad el Congreso Nacional, declaró a la capital dominicana como Ciudad Trujillo, y dada esa realidad él no podía impedir la decisión de los legisladores de la República. De su lado, el señor Mozo Peynado, planteó la idea de que en todos los hogares de República Dominicana se tenía que colocar la frase: “En esta casa Trujillo es el Jefe”. Las familias que se negaron a colocar la placa contentiva de la frase trujillista eran incluidas en la lista de los desafectos del régimen, una especie de condena a sufrir las consecuencias de los actos de la dictadura. Los alabarderos crearon el clima para que Trujillo encabezara un régimen de terror que acabó con la vida de muchos  adversarios y otros sobrevivieron porque pudieron salir al exilio.

Joaquín Balaguer,  uno de los funcionarios públicos de mayor trascendencia, sostiene el criterio de que toda la intelectualidad dominicana, perteneciente a dos generaciones, la que ya empezaba a declinar en 1930 y la que iniciaba su vida pública alrededor de esa misma fecha, es culpable de haber adulado con demasía a aquel hombre de hierro que dominó, con poder absoluto, todo ese ciclo de la historia dominicana. El de Trujillo fue un régimen de terror y de alabarderos.

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